Como ocurría cada 31 de octubre, en cuanto anochecía lo suficiente, los niños empezaban a salir a la calle con disfraces a veces demasiado cutres para pedir chuches casa por casa. A Alba no le entusiasmaba esa noche del año, aunque solo porque solía suponer una excusa para salir de fiesta con sus amigas, tampoco le desagradaba demasiado. Ese año en concreto, María y África habían decidido que iban a montarse el botellón en el Cortijo del Pino, y por algún motivo que la rubia no terminaba de comprender a todos les había parecido una buena idea. El Cortijo era una casa enorme que llevaba más de cien años abandonada y de la que habían escuchado todo tipo de historias desde que eran enanas. Era un escenario ideal para una noche del terror como las que tanto le gustaba organizar a su amiga María, sí, pero también eran unas ruinas antiguas perdidas en medio de un pinar que estaba a más de cuarenta minutos en coche, sin luz ni agua ni apenas cobertura, según calculaba Alba. Lo del pinar no era lo único que daba nombre a la casa, que más bien se debía al apellido de la última familia que la había habitado y sobre la que giraban todas las historias encantadas que les habían contado sobre el lugar: asesinatos y fantasmas enfadados que no habían conseguido irse del todo, como normalmente.
-¿Llevas todo?-preguntó María cuando Alba se sentó en los asientos de atrás tras esquivar a varios niños disfrazados que ese año habían salido temprano, mirándola por el retrovisor con una sonrisa de oreja a oreja. María era la que más entusiasmada estaba ante la noche que les deparaba.
-Un saco de dormir, una almohada, dos tortillas de patatas, la nevera con hielos y la ginebra. Eso era lo mío, ¿no?
-¿Y el disfraz?
-También, pero esperaba que se te olvidara.
-Aburrida.
-Lo del saco de dormir y la almohada...-se rió África, que ocupaba el asiento del copiloto-, ¿desde cuándo mi amiga es una anciana?
-Desde que habéis decidido llevarla a pasar la noche a una casa que se cae a pedazos. Y yo bebo donde sea, pero luego dormir voy a dormir bien-se encogió de hombros mientras se ponía el cinturón-. ¿A quién tenemos que recoger?
-A Sab y a Natalia-respondió María-. Damion, Marta y Joan vienen en otro coche.
-¿Natalia viene?-preguntó Alba, que solo pudo retener esa información desde que la escuchó.
-Tía, si lo dijo Sabela por el grupo. Este año ha bajado para el puente.
-No lo leí, Mari, si es que cuando os ponéis a organizar cosas yo desconecto.
-Pues si no hubieras desconectado no te estarías llevando ahora la sorpresa-comentó África, a quien no le había pasado desaparecida la molestia en el tono de Alba al preguntar si la morena iba a ir-. Tía, ¿pero tú por qué odias a Natalia? Si es maja la chavala.
-¡Si no la odio! De hecho, creo que me odia ella a mí.
-¿Cómo te va a odiar? Si esa persona tiene pinta de no saber ni lo que significa odiar.
-Pues por eso, Mari, porque yo tengo pinta de odiar a todo el mundo y seguro que le molesta. Si cada vez que viene me mira mal.
-Venga ya, ¿cómo va a mirarte mal Natalia?
-Esta noche os fijáis, ya veréis.Decidió dejar ahí la conversación, bastante segura de que no iba a convencer a sus amigas de algo que a ella le resultaba tan evidente. Natalia era la prima de Pamplona de Sabela, y hacía ya años que cuando estaba de visita por Madrid se unía a sus quedadas, llegando a ser, con el paso del tiempo, como una más del grupo para casi todos. "Casi", eso sí, porque con Alba nunca había terminado de congeniar y era obvio que no estaba para ella al mismo nivel al que estaba María, por ejemplo. La rubia estaba segura de que Natalia la tenía cruzada desde el primer día que se vieron, cuando apenas tenían trece años y la morena había ido por primera vez ella sola a pasar unos días en casa de Sabela. Aquel día, a Alba no terminó de gustarle el carácter excesivamente alegre que tenía, ni el carisma, ni la manera en la que sonreía a todo el mundo menos a ella, a quien apenas miraba incluso. Tardó un año en volver a verla, y mientras miraba por la ventanilla del coche, Alba recordó que le sorprendió cuando apareció junto a Sabela con la melena larguísima y de un tono caoba que no recordaba del año anterior. Para colmo, ahora no solo iba a ser la más carismática del grupo sino también la más guapa. No le hizo mucha gracia, recordaba, porque ella estaba en esa fase terrible de la adolescencia en la que creía necesitar la aprobación de todos y que llegara una persona nueva tan alta, tan guapa, tan alegre y, en definitiva, tan distinta a ella, iba a opacar su presencia entre sus amigos por completo. Aquel verano se vieron tres veces en una semana, y ninguna de ellas la navarra fue capaz de cruzar más de dos palabras con ella. Eso a Alba le sentaba peor que una patada en el estómago. Y lo mismo ocurría cada vez que se vieron durante los seis años siguientes a ese reencuentro: Natalia era miss simpatía con todo el mundo pero cada vez que tenía que cruzar miradas con ella su rostro se tornaba serio en cuestión de milésimas de segundo, y la rubia aprovechó su carácter sarcástico pero al mismo tiempo dulce para empezar a dejarle claro que se daba cuenta de que le caía mal. Le ponía su mejor sonrisa mientras le decía que se alegraba mucho de volver a verla, otro verano más, y que había echado de menos lo simpática que era siempre con ella. Un año, cuando rondaban los dieciocho, incluso discutieron. Alba ya ni siquiera recordaba por qué había sido, seguramente se debía a una gilipollez, pero se acordaba perfectamente de la sensación de su sangre subiendo hasta la cabeza mientras trataba de no insultar a Natalia, que encima había tenido la cara de decirle que no hacía falta que fuera tan borde con ella. Quería mucho a Sabela y sabía que la gallega también quería mucho a su prima, así que se controló solo por eso. En definitiva, no tenía motivos reales para llevarse mal con ella, pero odiaba eso de sentirse odiada y con Natalia le pasaba cada vez que la veía, así que la idea de que fuera a estar también esa noche no le entusiasmaba para nada.
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alboyas jalogüineras
FanfictionSi Alba hubiese podido elegir quizás no habría ido a pasar la noche de Halloween a un cortijo abandonado en mitad de la nada sobre el que cuentan todo tipo de historias paranormales; o al menos habría decidido no hacerlo si hubiera sabido antes que...