Capítulo 1 - El destino de una Corona

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Su mente no podía ser engañada. Aun si había perdido toda consciencia y sentido del tiempo, seguía poseyendo los recuerdos. Memorias de un tiempo mejor, un tiempo feliz. Sus días dorados junto a sus padres. Un dolor abrumo su corazón, como si alguien lo hubiera tomado y lo estuviera apretándolo con suficiente fuerza para romperlo. Medito. ¿Acaso seguía poseyendo algo así? ¿Aún era posible romper algo que ya estaba roto?, evidentemente debía seguir teniendo ese órgano en su interior, después de todo, seguía vivo. Bueno, si ser usado como animal de exhibición podía ser considerado vida. Cualquiera que lo viera en dichos momentos podría dudar de quien fue alguna vez, pese a que no era más que un simple ser colocado dentro de una jaula, existía un motivo por el cual seguía despertando el interés de todos quienes lo veían. Era el joven príncipe de un reino que, incluso él, ya había olvidado el nombre.

Cinco largos años habían transcurrido desde que lo había perdido todo. Familia, amigos, su propio derecho a ser libre le fue arrebatado. Aquella jaula en que veía transcurrir cada día de su vida fue algo que eligió por sí mismo. Pero eso solo era una verdad a medias. Cuando posees consciencia del peligro que corre tu vida por tan solo existir, una jaula con cuatro juegos de barrotes hecha madera, suenan el lugar más seguro del mundo. Para el joven príncipe era preferible recibir dos insípidas comidas al día y un par de agresiones, a vagar por la ciudad y creer que le arrebatarían vida al más mínimo intento de decir cualquier cosa.

—¡Miren! —se escuchó la voz de un joven que apuntaba, burlón, la jaula que era solo una más de un total de ocho que formaban parte de una caravana de mercaderes, quienes poseían gran fama por ser los único con auténtica autorización para traficar esclavos—. ¡Es el príncipe esclavo! —pronto una gran muchedumbre se agrupo para contemplar el destino que había sido deparado para el único sobreviviente de quienes fueron los culpables de su sufrimiento. Risas burlonas. Insultos envueltos en odio. Pedradas. El joven, que una vez fue príncipe, no hacía esfuerzos por pelear. Solo permanecía quieto. Con sus piernas abrazadas y su cabeza oculta entre sus rodillas. Sin importar cuan fuerte fueran lazadas las piedras, los insultos que le fueran gritados o los golpes que le fueran dados con látigos. Permaneció inmutable. Simple rutina.

Fue caído el ocaso cuando la caravana se animó a ponerse en marcha. No obstante, los insultos y las pedradas continuaron hasta que salieron de la ciudadela y se adentraron en el bosque. La temperatura poco a poco iba disminuyendo. Los esclavos en el resto de las jaulas se agrupaban para compartirse el calor, sin embargo, el joven príncipe solo se tenía a sí mismo y a las frías cadenas que apenas le permitían un mínimo número de movimientos, mismos que efectuaba con cuidado, sus brazos y piernas no poseían suficiente musculo como para soportar movimientos bruscos. Tan solo eran hueso cubiertos por una pálida y magullada piel, pálida como nieve, tan clara que los hematomas sobresaltaban sin dificultad.

—¿Cómo se encuentra "su majestad"? —pregunto uno de los mercaderes de forma burlona y sin preocupación alguna del aspecto que poseía su pequeña atracción—. Es sorprendente que, pese a estos cinco años, sigas pareciendo cuerdo —usando el látigo que traía consigo, introdujo el lado del mango en la jaula y obligo a su valiosa mercancía a elevar su mirada—. Te has convertido en una auténtica rareza —comento—. Piel pálida, cabellos blancos como la nieve, ojos azulados como el cielo... sí —dijo con deleite—. Como mercancía no posees precio.

Recibiendo un golpe en la mejilla, el joven príncipe sintió como si una de sus articulaciones hubiera hecho un sonido para nada normal, poco segundos le tomo sentir un agudo dolor recorre su brazo izquierdo que iba desde su hombro hasta su muñeca. El agudo alarido que emergió de sus labios se vio incrementado cuando fuertes latigazos le fueron propiciados haciendo a su cuerpo debatirse entre cual estaba resultando más doloroso. Finalmente termino por sufrir un desmayo a causa del mismo dolor. El resto de los esclavos solo contemplaban la escena en silencio, le resultaba reconfortante que hubiera alguien a quien se le prestara más atención, así ellos podían vivir más tranquilos y esperar pacientemente a ser comprados, fuera cual fuera a ser su vida ninguno sufriría tanta inhumanidad como aquel joven que solo vivía para sufrir y ver cómo, incluso la muerte, se negaba a tenderle la mano.

El tesoro del Emperador (YAOI)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora