abril, mayo, junio

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Hablaré de uno de los chicos más tristes que he conocido, la mirada más suelta, la energía más noble y la cabeza más dura. Es un cabrón, no hay duda de ello, me ha jodido la existencia un par de veces y golpeado mi ego sin mínima intención. Pero me ha mostrado que un mentiroso es también un ser de palabra.
Es manipulador como la mierda y un patán en la mayoría del tiempo, pero algo es cierto, estaba solo en este mundo y yo también.

Me encontré a mi misma divagando en sus traumas de la niñez y no lo amaba, eso es cierto, en realidad sentía un tipo de hermandad por él que no puedo explicar. Sabía cómo envolver a las mujeres contando sus penas, nos hacía sentir especiales de saber cosas tan intimas de su vida privada.
Me enteré de manera espontánea que había perdido a sus padres muy joven, que había estado metido en problemas legales y qué hay un montón de cosas de su familia que ni siquiera siento que tenga el estómago para saber.
Entendí que él no era nada más que un reflejo de mi misma, que mirarlo a él era mirarme a mi, con todas esas heridas, con todas esas necesidades de desear pertenecer a un lugar, de ser amados, pero sin el coraje necesario para atrevernos a abrirnos del todo. No me enamore jamás, no voy a mentir, pero golpeaba mi ego constantemente al mostrarme que no podía hacer que él sintiera algo sólido por mi tampoco.

Para ser sincera, me caía mal la mayoría del tiempo, sus chistes no me parecían divertidos y tenía unas orejas graciosas. Pero era excitante encontrármelo en los pasillos, mirarlo de reojo en las juntas del trabajo y darme cuenta que él estaba haciendo lo mismo, amaba la manera en la que me miraba, como un niño que se le prometio un caramelo al terminarse la cena y no puede esperar más para saborearlo, esa es toda la verdad; él me hacía sentir deseada, me hacía sentir sensual, bonita, magnética. En ocasiones me acorralaba en la oficina o en los lugares pequeños y me robaba un par de besos que me hacían sentir rebelde por unos instantes. Me daba vueltas todo, era una sensación que no podía quitarme de los labios en todo el día.
Y yo lo notaba todo, no soy tonta, sabía que me engañaba con su risa sarcástica y su máscara de chico rudo, pero también sabía que estaba jodidamente roto, que su corazón era tan 5 estrellas, pero que yo no lo podía salvar de su miseria. Sabía que dentro de mi existía esa codependecia que quería hacer algo por él, o quizá sólo era la soberbia disfrazada queriéndome hacer sentir que podía hacerlo mejor persona por el simple hecho de que yo lo soy.
Así que si, sabía que estaba podrido por dentro, que tenía miedo la mayoría del tiempo al igual que yo. Sabía que lo nuestro no era funcional y por eso siempre mantuve mi distancia diciéndole que no buscaba algo serio, que disfrutáramos el momento y ya, pero dentro de ello también era el miedo incontrolable dentro de mi de perder los estribos por una persona que ni siquiera sintiera lo mismo que yo. Mantenía ese ritmo haciéndome creer que eso era exactamente lo que yo quería también, que el amor no era prioridad y que simplemente podía disfrutar todo sin salirme de la raya. Pero no era cierto, porque dentro de mi siempre he anhelado que alguien me toque con amor y fe.
Al final de cuentas sabía perfectamente lo que él era, porque simplemente era un reflejo de lo más triste de mi, así que me descubría a mi misma detestándolo de vez en cuando. Sin embargo, cuando nos sentábamos en las escaleras de mi departamento, cuando él recargaba su cabeza en mi pecho buscando aferrarse a algo y yo le sostenía mientras le acariciaba el pelo, todo eso pasaba a segundo término, era el único momento del día que teníamos donde compartíamos nuestras desesperanza. Éramos dos refugiados de guerra debajo de un portón compartido, dos seres humanos solitarios pero juntos, y mientras besaba su frente lo entendí; Estábamos juntos para no estar solos.
Compartíamos nuestra soledad, y la disfrazábamos por unas horas de sexo y cariño. Porque sí, en realidad ese era nuestro motor para darnos satisfacción el uno al otro.

Cuando estaba debajo de él, cuando podía mirarlo a los ojos, podía sentir toda esa pasión desfrenada salir de él y cargarme a mi de ella, juro que era frenético, que me agarraba con fuerza los muslos, como si tuviera miedo de que me fuera a desvanecer de él si no se aferraba con fuerza, me besaba con ganas y podía sentir su cuerpo reprimiendo un "te amo" que no sentía, pero que dentro de él quería poder hacerlo. Luego yo me ponía encima, y cabalgábamos lejos del estrés de esta realidad, yo también me aferraba a él, yo también tenía miedo de que desapareciera. Me cargaba de todo el poco amor que tenía dentro y se lo entregaba, intentaba usar mi cuerpo como medicina, usar mi cuerpo para curar el de él, para tener un verdadero contacto.
Podía sentir el fuego que él generaba, lo apasionado y entregado que era. Podía sentir su esfuerzo y veía en su rostro todo el dolor que su alma emanaba.
Y cuando todo terminaba, me pedía que me quedara a dormir, y yo aceptaba, porque también me da miedo quedarme sola después de conectar así. Y nos abrazábamos toda la noche para sentir el calor del otro, la presencia. Nos burlábamos de nuestra soledad, porque al final del día, habíamos logrado compartirla el uno con el otro, porque nos abrazábamos fuerte por la noche y nos curábamos el alma con un poco de contacto humano.

Nos burlábamos de la soledad por unas horas, aunque a la mañana siguiente ella se riera más fuerte al vernos ajenos, vistiéndonos y yéndonos cada uno por su lado.

La realidad es esa, solo existíamos en la vida del otro para sentir que pertenecíamos a un lugar, porque si estamos solos en el mundo, significa que alguien más allá afuera también lo está; Nosotros pudimos encontrarnos y formar una alianza extraña donde nos usamos de medicina sin patente.

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⏰ Última actualización: Oct 30, 2021 ⏰

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