Capítulo 6

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UN IMPONENTE PAISAJE SE CERNÍA frente a sus ojos. Era una isla paradisíaca, y a lo lejos se veía una montaña. «El famoso monte Olimpo» dedujo. Ese monte estaba también en Grecia, en el mundo humano, y de allí se podía acceder al plano de los dioses, al menos en la antigüedad. Meredinn no estaba del todo segura de que ese acceso aún estuviese abierto.

Se encontraba tan absorta en sus pensamientos, maravillada ante lo que observaba, que no se dio cuenta de la compañía, hasta que una mano se posó en su hombro y la hizo volver en sí.

—¡Angell! ¡Me has asustado! —exclamó, mirando al apuesto joven que estaba a su lado.

—Lo siento —dijo él con su típica sonrisa—. Quise sorprenderte. Luces realmente preciosa. Magníficamente hermosa.

—Gra... gracias —murmuró—. ¿Me escoltarás tú a la fiesta? —Angell asintió.

—Sí y no.

—¿Cómo es eso? —preguntó.

—Te llevaré a la fiesta, pero ese es mi trabajo. No soy yo quien requiere tu compañía... Aunque eso no significa que no vayas a pasar conmigo parte de la velada.

—Ya me parecía —dijo ella, recordando las palabras de Ildwin. Angell era uno de los dioses menos importantes, más bien un sirviente de estos. Hasta era posible que recibiese castigo por haberle propuesto matrimonio. Enamorarse de ella podría ser arriesgado para él.

—Ahora —dijo Angell, rompiendo el incómodo silencio que había reinado por varios segundos—. Debemos ir a la fiesta, es un largo viaje.

—¿Qué? —cuestionó sorprendida—. Pensé que la fiesta sería allí—. Señaló un enorme y opulento palacio que se veía cerca de la cima del monte Olimpo. Angell soltó una carcajada.

—Este mundo está vacío, Meredinn. Los dioses hace tiempo que se han marchado del planeta Tierra, ni siquiera visitan este plano del que son dueños. Solo los mensajeros habitamos aquí, aunque debido a nuestro trabajo viajamos con regularidad.

—No lo entiendo —dijo Meredinn—. ¿Entonces dónde están?

—En nuestro planeta de origen. Muy, muy lejos de aquí.

—¿Y cómo hacemos para llegar allí? ¿Viajamos en una nave o algo por el estilo? —Angell continuó riéndose.

—Eres bastante ingenua por ser una especie tan mágica. Hay un portal que nos facilita el viaje. Nadie anda usando naves para ir a ninguna parte. —Meredinn se rio avergonzada.

«Debería habérmelo imaginado», pensó. Ahora la pregunta era para qué necesitaban tener dos llaves los dioses.

—Vamos —dijo él, ofreciéndole el brazo.

Ella se lo tomó y comenzaron a caminar en dirección opuesta al enorme monte. Tomaron un sendero de tierra de un tono rosa, que se encontraba oculto entre unos matorrales; caminaron unos metros hasta encontrarse con un río.

—¿Hasta dónde vamos? ¿Debemos cruzar el río?

—Ya lo verás —dijo él, y dio un silbido. De inmediato, apareció un lujoso bote color rosa oscuro. Tenía escaleras en un costado, y Angell le indicó que se subiese a él.

Ella lo hizo, el dios enseguida le hizo compañía. El bote comenzó a moverse una vez que ambos estuvieron sentados dentro. Se movía solo, sin que nadie tuviera que propulsarlo, además de que no se escuchaba que ningún motor. Era la magia de los dioses la que lo movía.

Angell tomó la mano de Meredinn cuando comenzaron a transitar un largo túnel, y ella no se resistió. Cuando menos se dieron cuenta, se estaban besando. Era algo que no podía evitar. A pesar de que a veces le molestaba lo arrogante que era, ella no podía negar que sentían una atracción irresistible. Era como un imán contra el cual no podía luchar.

Sangre Eterna: Sangre enamorada #4 (Versión original)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora