1-11-2019

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Abro los ojos.

Vuelvo a cerrarlos, el sol me está cegando.

¿Es de día?

Me esfuerzo por volver a la realidad..., o lo que creo que es la realidad.

Me pesan los párpados y un dolor punzante en la cabeza me martillea los sentidos. Noto la ropa acartonada, empapada por la lluvia.

Estaba lloviendo.

Abro los ojos sin dudarlo. El sol brilla en un fondo azul totalmente despejado de nubes, la suave brisa otoñal acompaña al rocío de la mañana y los últimos estragos de una tormenta.

Las piedras del campanario parecen haber resistido la tempestad.

El campanario.

Me levanto tan rápido como puedo, mirando hacia todos los lados, repasando cada lugar del muro donde me parecía haber abierto las puertas del mismo infierno.

Había..., no, habíamos.

Habíamos, porque Thomas había estado conmigo.

Thomas.

El recuerdo de la noche acude a mí con presteza, cayendo en mi estómago como un cubo de agua fría.

Temo lo que pueda ver, lo que pueda encontrar, pero me asomo al muro del campanario... y miro abajo.

Sé que caímos.

Pero abajo, al final, no hay nada.

Con el corazón latiéndome en la garganta, recorro las escaleras de la antigua iglesia para llegar hasta el suelo. No quiero buscar, no quiero ver lo que puedo llegar a encontrarme, pero debo hacerlo.

Lo busco.

Lo busco a él.

A Thomas.

Su cuerpo.

Pero aquí, no hay nada. Ni restos de una horrible caída, ni las pruebas de una vida que se acaba... Nada.

Pero cayó, lo vi, me salvó y se precipitó al vacío.

Pero la luz de un nuevo día me muestra la realidad tal como es, ni rastro de un suicidio durante la noche del 31 de octubre.

Tengo que encontrarlo.

Solo hay un sitio al que puede haber ido. No sé cómo lo sé, pero lo siento.

Solo puede estar en el mismo lugar donde me asaltó por primera vez.

La puerta del cementerio nunca me había parecido tan grande, tan imponente, tan cargada de energía como ahora.

Me abro paso hacia el interior.

El corazón me late en los oídos y en las palmas de las manos, sensibilizando toda mi piel, haciéndome temblar, obligándome a caminar de nuevo entre las lápidas y los sepulcros, buscando un nombre.

Mis pasos me llevan hasta la tumba de mis padres, erguida, inmutable, exactamente igual que siempre salvo por un pequeño detalle.

Me agacho sobre la tierra que la rodea.

Se me corta la respiración.

A los pies de la tumba, brillando más que el sol, que las estrellas, que el relámpago en la tormenta, hay un delicado crisantemo de pétalos dorados y, junto a él, escrito en la tierra a través de surcos irregulares, un mensaje:

Te dije que debías traer flores

Thomas Evans

Thomas.

Un crisantemo amarillo: amistad y pena. Dos caras de la misma moneda, una elección de significado que depende de la intención del regalo o de aquel que lo recibe.

¿Por qué no las dos al mismo tiempo?

Eso sería justo lo que Thomas sugeriría, la flor que crece entre la adversidad es la más hermosa de todas.

Thomas.

Thomas Evans.

Y caigo, recuerdo... recuerdo algo. Me pongo en movimiento, deslizándome entre los sepulcros, persiguiendo un sentimiento, una ilusión, un sueño que se me escapa entre los dedos.

Hasta que doy con lo que busco.

Y me derrumbo sobre el suelo, sintiendo la gravedad tirar de mí con demasiada intensidad.

Con las manos temblando, deslizo los dedos por la talla en la piedra, notando cómo laten bajo las yemas de mis dedos...

... notando su calor.

No cometas el mismo error que cometí

Thomas Evans

1988 – 2006

Te encontré.

No sé cómo llego a casa.

No sé cómo soy capaz de llamar a la puerta ni mirar a mi hermana a los ojos cuando abre.

No aguanto mi cuerpo cuando me abraza, llorando, por lo que terminamos los dos en el suelo.

No sé lo que grita, desesperada, mientras se aferra a mi ropa como si temiera que fuera a marcharme de nuevo o a desaparecer ante sus ojos.

No puedo oír su llanto, pero puedo escucharlo y me uno a él.

No sé cómo será mi vida a partir de ahora pero, por una vez después de trece años, tengo aganas de descubrirlo.

Ahora, tengo un nuevo deseo de cumpleaños, uno que toma forma en mi mente mientras revivo el momento en el que un chico salido de la nada me tendió una mano mientras se presentaba.

La agarro con nostalgia.

"Hola, me llamo Jakob. Espero que tardemos mucho en volver a pasar un día juntos de nuevo".

Feliz cumpleaños, Jakob CollinsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora