Aquella noche la casa estaba en silencio.
Habían pasado cuatro meses y todos los días de vivir con una familia falsa habían sido una tortura.
Leo miraba por la ventana, pero no veía el césped de fuera. Estaba en su habitación solo. Solo con los papeles del divorcio. Nada podía llenar la sensación de pérdida y vacío.
Mask y Brindle se habían acostumbrado a dormir con David y estaban en el pasillo delante de la puerta del niño.
Y Jen...
No sabía dónde estaba ni lo que hacía. Apenas hablaban entre ellos. Sabía que trabajaba en el ordenador durante el día y que esperaba al lado de la ventana cuando David llegaba de la escuela. Sabía que dormía con la puerta entreabierta para oír si pasaba algo raro en la habitación del niño.
Llevaban ya cuatro meses viviendo con él y para Leo era como vivir con una bomba de relojería.
Le resultaba imposible explicarle a Bambam, que no dejaba de hacer preguntas, ni a ninguna otra persona, lo que sentía viendo a Jen todos los días, viendo a su hijo jugar en los jardines por la tarde. Su hijo, que tenía la misma edad que habría tenido Nathan.
En ese momento tenía todos los músculos tensos. Tenía que librarse de los dos.
Hasta el momento no había podido celebrar aún su victoria sobre Kai y la única razón era que Jen seguía todavía allí.
Leo se quitó la corbata y se la metió en el bolsillo del pantalón. Kai respondía ahora a un montón de cargos y seguramente pasaría el resto de su vida en la cárcel. No solo lo habían demandado las compañías de seguros por millones que no tenía, sino que además el fiscal lo había acusado de distribución de sustancias ilegales y de homicidio involuntario. Su situación era mala... tan mala como el dormitorio de Leo.
—¡Maldita sea!
Sin pararse a pensar, se quitó la chaqueta, se arremangó la camisa y fue en busca de su esposa.
Ella había intentado hablar con él varias veces, pero la sensación de traición que lo embargaba no dejaba sitio para escucharla ni para hacer nada que no fuera querer recuperar la vida que llevaba antes de ella y olvidar aquel matrimonio.
Encontró la puerta de su habitación entreabierta. La abrió más y miró el interior
poco iluminado.
—¿Jen? ¿Podemos hablar?
Ella se cepillaba el pelo sentada ante el tocador, pero se detuvo al oírlo. Se volvió en la otomana con los ojos muy abiertos y los labios fruncidos.
—O sea, que ahora sí me hablas —se levantó—. Leo, lo que dije en el tribunal...
—No he venido aquí para hablar de lo que dijiste —la interrumpió él.
El dolor que expresaron los ojos de ella hizo que se arrepintiera de sus palabras, pero ella se recuperó rápidamente y él borró enseguida la idea de hacer por ella algo que no fuera lo que había prometido y ya había cumplido. Devolverle a su hijo.
Jen se mordió el labio inferior.
—¿Y de qué has venido a hablar, pues?
«Quería verte por última vez».
—He venido a decirte... —se interrumpió. Después de la sensación brutal en el tribunal, la sensación de confesar en una habitación llena de gente lo que no había admitido ni para sí mismo, todas las células de su cuerpo vibraban constantemente de anhelo por ella. Tenía que salir de allí antes de que hiciera algo de lo que se arrepintiera—. Olvídalo.
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Propuesta de matrimonio
RandomJennie Kim deseaba desesperadamente recuperar la custodia de su hijo y buscó al único hombre que podía ayudarla, un hombre, Leo Manobal, que, como ella, también deseaba destruir a su exmarido. Leo tenía una cuenta pendiente y ella sabía que estaría...