Pasaban las semanas, con cada día lleno de una extraña mezcla de compañerismo, de amistad creciente y contactos robados, de charlas de venganza y miradas preñadas de anhelo.
Esa mañana Jen tenía un vacío extraño en su interior. La bondad de él le hacía sentirse débil, esperanzada y conquistada cuando ella quería sentir furia y concentrarse en lo que importaba.
—¿Adónde vamos? —preguntó, apartando la vista del paisaje y mirándolo a los ojos.
Esa mañana de sábado Leo iba recostado en el asiento de atrás del Navigator, relajado con un pantalón marrón y un polo blanco. Sonrió un poco.
—He organizado que veas a David.
A Jen le dio un brinco el corazón.
—¿Lo has hecho? ¿Cómo? ¿Cuándo?
Hablé con la madre de uno de sus amiguitos del colegio. Hoy va a ir a jugar allí y he pensado... Ella se cubrió la boca con manos temblorosas.
—¡Oh, Dios mío!
—Respira, Jen —él se inclinó hacia ella—. Es un poco arriesgado. Estamos violando los términos de la custodia, pero vamos a compensar a tu amiga con una cantidad generosa a cambio de su silencio, y siempre que David entienda que tiene que guardar silencio, no lo sabrá nadie. ¿Crees que podemos conseguirlo?
—Sí, claro que sí. David y yo hemos tenido siempre secretos con su padre. Él no se lo dirá.
¿Pero cómo se las había arreglado Leo para hacer aquello? Aunque eso no importaba. Lo único que importaba era que iba a ver a su hijo.
Al doblar una esquina, vio una casa familiar de ladrillo rojo. El césped delantero estaba bien cuidado y había un par de bicicletas en el suelo, a un lado del camino de la entrada. Vio a dos niños jugando cerca de los rosales y se le hinchó el corazón al ver al niño castaño.
El coche paró apenas un segundo después. Jen abrió la puerta y corrió por el asfalto hasta la valla.
—¡David! —gritó, cuando entró.
Él se volvió al instante con una pelota de béisbol en la mano.
—¡Mamá!
Apretó la pelota, pero no corrió hacia ella. Permaneció paralizado en el sitio, con vaqueros sueltos y una camiseta de rayas. Miró antes a su amigo Jonas, como si le pidiera permiso, pero éste se limitó a tender la mano para que le diera la pelota.
—Cariño, precioso mío —Jen se dejó caer de rodillas y extendió los brazos—.
¡Cómo te he echado de menos!
Él la abrazó y los ojos de ella se llenaron de lágrimas. David olía a champú, a hierba y a niño, y ella inhaló todo lo que pudo.
Cuando se le calmó el pulso, empezó a preguntarle lo que había hecho, le insistió en que su padre no podía enterarse de aquello si querían volver a estar juntos y se acordó de Leo, que estaba apoyado en el coche. Tomó a David de la mano y se incorporó para mirar a su esposo.
La expresión de éste era inescrutable, pero en sus ojos había emoción.
Jen acercó a David a la valla.
—Leo, éste es mi hijo David. David, éste es el señor Monaban.
Se dio cuenta de que el hijo de Leo habría tenido la misma edad. Y de que él parecía estar reprimiendo el impulso de volver corriendo al coche.
—¿Es mi nuevo papá? —preguntó David parpadeando.
Jen le colocó la camiseta y le alisó el pelo.
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Propuesta de matrimonio
RandomJennie Kim deseaba desesperadamente recuperar la custodia de su hijo y buscó al único hombre que podía ayudarla, un hombre, Leo Manobal, que, como ella, también deseaba destruir a su exmarido. Leo tenía una cuenta pendiente y ella sabía que estaría...