XIX. Dime, ¿Alguna vez la haz sentido?

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El lunes fue todo un desastre. La gente me observaba como si fuera una exhibición bizarra en algún museo de terror. Arrastré mis pies hacia el aula de literatura, o la escena del crimen, podrían llamarla ustedes.

Resulta que, o bueno más bien me enteré gracias a los molestos y altos timbres de voz de un par de mujeres en el pasillo, que mis queridos amigos quienes me mandaron al hospital, o como al público le es más fácil identificarlos Jason y Zayn, fueron suspendidos durante dos semanas. Y ustedes pueden pensar que es una buena noticia, y lo es hasta cierto punto, pero no cuando aquel punto del que hablamos es que ambos eran parte crucial del equipo de fútbol que para mí asquerosa suerte iba a tener un partido muy importante este fin de semana; así que pueden imaginarse al montón de gorilas a los que tengo detrás de mi. Y no solo ellos, si no a su descerebrado entrenador.

Sinceramente, mi capacidad mental es muy limitada como para comprender la existencia de esa gente que es buena en los deportes. Cualquier tipo de deportes. ¿De donde viene tal adrenalina? En mis largos 12 años de educación escolar jamás he llegado a apreciar las clases de educación física como la gente sugiere que lo haga. Correr como idiota enfrente de un montón de patanes que hacen comentarios retrasados sobre cómo se te ve el uniforme creyendo que no te das cuenta, el imbécil quien se hace llamar entrenador mensajeándose mientras todos te hacen montón en el partido, y las porras forzadas que te obligan a hacer para animar a los compañeros en últimos lugares, o incluso el sudor escurriéndose por tu rostro, espalda, torso, piernas, muslos, obligándote a tener que soportarlo por el resto del día; todo era tan horrible.

Al no ver a John por ningún lado, suspiré mientras tomaba asiento al lado de una rubia extravagante. Y no en el buen sentido de la palabra. Usaba un maquillaje negro por debajo de sus cortas pestañas repletas de pedazos secos de mascára que hacían ver a sus ojos un tanto más grandes, o tal vez era la forma en la que los abría, obligándolos a verse más grandes. Una sombra amarilla en tonos muy suaves adornando su párpado, y unas cejas rectas que enmarcaban de forma extraña su rostro. Su cabello estaba corto, lacio pero al mismo tiempo ondulado, y bastante embarañado, un flequillo y un par de puntas levantándose de una forma extraña por lo que asumo fue la posición en la que se durmió, lo cuál le daba un aspecto descuidado y algo sucio. Mechas rojas que más pintaban a un tono cobrizo-naranjuzco estaban esparcidas por su abundante cabellera. Sus ropas eran bastante holgadas, una camiseta a cuadros que parecía más de su padre u algún hermano mayor, pero sus zapatos se veían especialmente caros. Me removí incómodo en mi sitio al ver como sus penetrantes y extremadamente abiertos ojos cafés se posaban en mi.

—¡Eres el sujeto del video!—. Exclamó revelándome su imprudencia, sus finas manos golpeando con fuerza la mesa. —¿Es cierto que te encontraron en calzones muerto en el suelo de este salón?

—Muerto no, estás hablándome—. Musité hastiado de su actitud a pesar de apenas haberme dirigido un par de oraciones. Sin embargo, la chica no pareció haberlo notado pues aquella mirada acompañada de una sonrisa torcida aún estaba ahí, rodeada de sus pecas mal cubiertas.

—¿Que tanto me vez, friki?— Suspiré mientras cubría mi rostro con mis manos.

—Soy Cynthia, Cynthia Powell—. Sonrió mientras me extendía su mano. Sus uñas estaban pintadas de un color púrpura. —Y ella es mi mejor amiga, Linda Eastman.

Otra rubia de ojos dormidos asomó la cabeza. Llevaba una diadema de flores, y su lacio cabello tranquilamente rozaba su cintura. Una camiseta de mangas largas color naranja adornaba su delgado semblante, y noté que sus uñas no estaban pintadas de ningún color en específico. —Hola—. Dijo de una forma poco emocionante.

No one else  - MclennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora