1. Despertar.

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Después de mucho esfuerzo desperté, sin saber dónde me encontraba. 

Un extraño hormigueo me recorría el rostro y mis párpados me parecieron demasiado pesados.

Incapaz de pensar claramente intenté sacudir la cabeza, para espabilarme por completo.

Lo primero que noté, al intentar levantarme, fue la oscuridad absoluta, como si hubiera perdido la vista. Sentí un golpe de terror en el vientre: helado y súbito, sentí que me ahogaba e intenté respirar profundo, una y otra vez.

Jalé aire a mis pulmones, sollozando, hasta que logré controlarme, intentando soportar aquella extraña ceguera.

Muy pronto advertí también el silencio sobrenatural. El corazón rebotaba con mucha fuerza en mi pecho, replicando su angustia en mis oídos.

- ¡Ayuda! Quise gritar y así comprendí que me hallaba amordazada, sentí también un tejido suave y firme sobre el rostro que me impedía mirar.

Creció mi desesperación e intenté incorporarme, arrancar aquella venda, pero mis brazos no respondieron. Se hallaban inmóviles también, las manos fijas a mis caderas. Sentí tambien mis piernas y pies adheridos a lo que imaginé como una red, dejando apenas un poco de juego para mover los dedos.

¿Quién se atrevería a hacerme esto, a mi, a una guerrera sagrade de Queletia? me pregunté, furiosa.

Recordé las leyendas de los bárbaros de la montaña, esos que llaman meleunos. Las anécdotas de cómo desollan vivas a sus presas una vez que se cansan de abusar de sus cuerpos.

De nuevo sentí un terror total, asfixia, lágrimas, un aullido ahogado en la garganta y el inconcebible silencio a mi alrededor.

Respiré profundamente y entre sollozos intenté hacer memoria de lo último que recordaba.

- Los caballeros de Dyr te seguían la pista, durante días, los evadiste por senderos y brechas, a campo traviesa y por un desfiladero y en cada encrucijada, en cada ocasión que te batiste con alguno , lo dejaste mal herido o muerto. 

 Lograste escapar... ¿o no? ¡Oh! ¿Porque no puedo recordar? me pregunté desesperada.

Los perdiste al descender por las Cañadas de la Bruma Eterna, esa tierra de nadie entre dos reinos y luego.... ¿y luego? Al intentar recordar que había pasado después y cómo había llegado hasta allí, mi mente se puso en blanco.

Intenté concentrarme y lo único que obtuve fue un tremendo dolor de cabeza.

Resignada, cansada y adormecida, sentí que pasaba una eternidad sin que nada moviera o se escuchara.

Me quedé dormida, estoy segura pues soñé con Queletia, con el palacio real y sus jardines y al despertar todo seguía igual: oscuridad y silencio.

Me retorcí contra las vendas, gruñendo, sin poder moverme ni proferir palabra alguna y entonces, una voz....nueva....certera....tronó, reventando el silencio y me heló la sangre.

- No tiene caso tanto esfuerzo Gylenne, sentí el susurro de una voz de profunda, cálida, muy cerca de mi oído.

- Hasta ahora nadie, en más de seiscientos años, ha escapado de mis redes. Por favor, no desesperes, eres mi huésped y como tal, prometo cuidarte y hablarte sólo con la verdad.

La voz parecía de mujer y me habló con tanta autoridad que supe de inmediato que era sincera. 

Estuve segura de que nunca la había escuchado y al escucharla pronunciar mi nombre con tanta familiaridad, sentí mis mejillas encenderse.

Princesa y EsclavaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora