4. Maldición.

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Los siguientes días la princesa elfa se fue acostumbrando a la estancia que la duquesa dispuso para ella. 

En el cuarto había de todo, peines y espejos, aceites, lociones y hasta una bañera que se llenaba sola,  con agua caliente, perfumada y lista, cada vez que la princesa despertaba.

También el menú cambió de grumos viscosos a tartaletas de limón, pastelillos de frambuesa, frutos secos , emparedados de queso, higos y frutas silvestres y el vino más delicioso que se pueda imaginar, puesto que cambiaba de sabor dependiendo la comida, por increíble que parezca.

También el menú cambió de grumos viscosos a tartaletas de limón, pastelillos de frambuesa, frutos secos , emparedados de queso, higos y frutas silvestres y el vino más delicioso que se pueda imaginar, puesto que cambiaba de sabor dependiendo la co...

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Y sin embargo, no todo era miel sobre hojuelas para la princesa.

Su primera decepción vino al abrir las cortinillas para mirar por la ventana y descubrir que estaba tapiada con gruesas placas de madera.

La elfa quiso entonces mover la madera y descubrió, por debajo, ladrillos cancelándola definitivamente.

Descubrió así que nunca tendría manera de saber la hora ni cuantos días llevaba cautiva y por supuesto, también extrañó el aire libre, el cantar de las aves y el sol sobre su cuerpo.

La segunda decepción la tuvo al comprender que estaba confinada a aquella habitación, como un ave en jaula de oro.

-       No se te ocurra salir de tus habitaciones princesa, los habitantes de este castillo son mucho más peligrosos y terribles que Arakune, esa araña que tanta aversión te produce, le advirtió la duquesa en una de sus visitas.

No estoy segura de que tus dotes de guerrera sean suficientes para sobrevivir aquí.

-       ¿Y qué se supone que haga mientras, milady? Si no me matan sus inquilinos, me matará el aburrimiento, protestó la jovencita, arrugando su naricita, sintiendo que todo aquello era injusto.

-       Estoy yo, que te visitaré lo más que pueda.  Además de eso puedo traerte todo aquello que desees, dijo Lucianna.

-       ¿Todo mi señora? Entonces quiero mi espada y mi armadura, como me lo prometió milady o, mejor aún, ¿qué tal mi libertad?, pidió cruzándose de brazos.

-       La armadura te la traerán hoy mismo. Sobre la espada, te la daré, como prometí, cuando estés lista, al igual que tu libertad.

Te doy mi palabra Gylenne, recuperarás tu libertad, pero todo a su tiempo, dijo la duquesa.

-       Ya que mi ama no puede darme todo lo que deseo, por lo menos no debería estar desnuda todo el tiempo, protestó la joven, dándole la espalda.

-       Mis sirvientes repararon ya tu armadura, reforzando el arnés, puliendo sus tachones de plata. También lavaron y aceitaron el faldón, tus sandalias de tiras y remendaron tu capa.

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