Soltar y Partir

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— ¡Eres un maldito idiota!

Dicho esto salió del apartamento dando de un fuerte portazo. Y el azabache solo suspiró cansado sin hacer nada por detenerla, a decir verdad, también él ya estaba harto de su actitud, de sus celos, de sus cuestionamientos, siempre era lo mismo, por lo que acababan discutiendo frecuentemente, algunas veces más acaloradas eran las discusiones, justo como la de hoy.

Se levantó del sofá para dirigirse a la nevera dónde sacó de una cerveza para volver a echarse en el sofá sin preocuparse en absoluto por la joven con quién ya tenía dos años viviendo junto a él. En un inicio, todo fue lindo, todo fue amor, pero el último año se había convertido de un infierno tanto como para él como para ella.

Tomó su celular para distraerse, sabía bien que la joven no volvería hasta noche, ya conocía de sus berrinches; las discusiones eran casi siempre las mismas, empezaban con reclamos el uno con el otro que iba escalando a gritos y finalmente ella terminaba por largarse apagando su celular y luego volver por la noche.

— No sabes lo cansado que me tienes — mencionó él en cuanto en su inicio vio una foto de la joven.

Cambió el fondo de pantalla por un paisaje que ofrecían como predeterminados. Ambos últimamente comenzaban a cuestionarse el por qué seguían juntos, él ya no estaba seguro de quererla y ella... Ya no tenía confianza en él a pesar de si quererlo, se habían vuelto unos desconocidos, ya no eran la misma pareja envidiable, la pareja perfecta.

El azabache recordó entonces que en su cajón había estado ocultando por meses aquel anillo que en algún momento planeó dárselo y pedirle matrimonio. Se levantó del sofá para dirigirse a la habitación que se suponía que compartía para buscar del anillo.

Lo sacó del cajón sentándose al borde de la cama matrimonial, su lado era un caos, y el de ella, estaba tan ordenado, tan limpio, tan perfecto. Incluso eso ya le molestaba, era tan contraria a él; observó el anillo entre sus dedos cuestionando el hecho de cómo es que tan siquiera en el pasado en un momento llegó a considerarla como su futura esposa. No podía creerlo, esa mujer tan odiosa siendo su esposa.

Odiosa, detestable, pero la había amado más que nada en el mundo.

Una sonrisa llena de nostalgia apareció en su rostro casando al traer esos recuerdos a su mente, ese momento en el que ambos eran felices, en el que ambos tenían sentimientos el uno por el otro, en el que tenían deseos por formar una familia juntos. Y una lágrima descendió por su mejilla, ella lucía tan radiante en su memoria, era ella de quién se había enamorado, y ahora la desconocía.

— Siempre tienes una excusa para irte — dijo en voz baja volviendo a guardar el anillo en su respectiva caja y luego meterlo en el cajón.

Por más que quiera aún no podía deshacerse de ese anillo, por más repudio, odio que tuviera por ella no podía desechar ese anillo, era lo único que actualmente podía asegurarle que todo fue real, que sus sentimientos fueron reales, que sus recuerdos eran reales. Era lo único que le quedaba.

Un mísero anillo.

Terminó saliendo de la casa, poco interés tenía si ella volvía a enojarse al no encontrarlo en casa, no le importaba en lo absoluto lo que fuera de ella, el simple hecho de pensarla le provocaba fatiga y dolor de cabeza. Iba a perderse entre las calles de la nocturna ciudad.

Comenzó a caminar bajo ese cielo nocturno, pensaba volver hasta el la mañana siguiente para no tener que compartir cama, la situación había escalado al hecho ya ni siquiera soportarse el verse. Y hasta la mañana siguiente volvió esperando no encontrarla en casa, pues, ella tenía que irse al trabajo desde temprano, agradecía ello infinitamente el no tener que verla más horas, cualquier cosa era bueno para evitarla. Y ella, lo sabía.

No es que fuera una mujer tóxico y posesiva con Levi, de hecho, era bastante comprensiva con él, con su trabajo y sus ausencias a veces de largas noches por las viajes de negocio que este tenía, era una mujer realmente alegre, solía sacarle siempre una sonrisa, era tan cariñosa con él, tan dedicada, tan dulce, cuidaba de él a su manera, y eso a él fue lo que principalmente le fascinó de ella. Siempre fue así, al menos hasta que después fue notando de ese comportamiento en él que le daban desconfianza, la cercanía con unas chicas de la empresa, el que no llegara a dormir sin avisar de antemano. Era ahí donde las peleas iniciaron, era ahí donde todo comenzó en picada, era ahí donde para ambos inició el juego de estira y afloja.

Cuando Ackerman abrió la puerta del departamento no le pareció extraño el no verla, era algo muy común, se quitó de sus zapatos para dirigirse a la cocina y tomar un vaso con leche, después dirigirse a la habitación para dormir hasta tarde.

El departamento era un caos, desde que la peleas empezaron el desorden y la poca limpieza era cada vez mas notoria, nada estaba en su lugar, únicamente el lado derecho de la habitación que era donde ella dormía se mantenía impecable, limpia, todo en orden.

Caminó arrastrado sus pies hasta la ventana que estaba del lado de ella, miró con gran nostalgia el lado vacío de la cama, suspiró. Y volvió a su desastroso lado acostándose dando la espalda a donde iría ella, estaba tan cansado, tan agobiado, quería solo desaparecer. El recuerdo de lo que fue lo golpeaba de manera cruda.

— Te odio —susurró y una lágrima bajo por su mejilla volviendo a dormir.

— Yo también te odio — escuchó de esa voz femenina a la lejanía mientras iba cayendo más y más en la inconciencia.

Los tenues rayos del sol golpearon con su rostro, su cabello negro estaba todo por ningún lado y lucia inclusive más cansado de cuando se fue a dormir, su vista volvió a caer en el lado vacío de la cama y el vago recuerdo de su voz diciendo que también lo odiaba acudió su mente mientras las lagrimas caían una a una y cada vez más y más, hasta que se transformó en llanto. La añoraba. 

Sentando en la cama en completa soledad, cubriendo su rostro con ambas manos mientras lloraba sin consuelo uno, dejando escapar todo lo que había estado guardando en su interior, todo lo que soportó, todo lo que calló; dolía terriblemente su pecho, su corazón, y no parecía acabar pronto. No existía consuelo uno.

— Perdón — dijo en medio de su llanto incontrolable — Perdón — volvió a repetir.

Recordó entonces el anillo que había vuelto a guardar en su cajón, ese anillo que no se atrevía a entregarle, lo tomó entre sus manos volviendo a llorar, su mirada estaba fija en aquella pieza de joyería, se arrepentía como nunca creyó hacerlo, y eso mismo ahora le estaba doliendo.

— Te amo — dijo en aquella habitación vacía sin esperar una respuesta de vuelta.

Todo era su culpa, él había iniciado la discusión, era Levi quién había gritando, era él quién le levantó la mano, era él quién había decidido no buscarla a pesar de haberla hecho llorar con su palabras, de haberla herido, era por él el que ella no haya regresado nunca más a casa, al menos no con vida y esto le atormentaba hundiéndose más y más.

— Yo también te amo Levi Ackerman. 

One - Shots | Levi AckermanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora