Parte 2

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–Ya... sí, bueno... –Evito darle más explicaciones–. Lo dicho. Encantada y muchas gracias por todo–. Me despido y, al dar el primer paso, tropiezo con la pata de la mesa. Por suerte, él tiene más reflejos que yo, y se coloca frente a mí para evitar que me caiga, provocando que mi cara quede pegada a su impoluta camisa blanca.

–Alguien debería acompañarte a casa. No puedes salir de aquí en este estado. Podrías hacerte daño.

–Oh. –Me aparto de él como puedo, no sin antes protestar mentalmente. Huele de maravilla y su duro torso parece estar creado para mí–. Ha sido solo un traspié... –Sin poder evitarlo, mis ojos vuelven hacia su pecho con anhelo y entonces lo veo–. ¡Mierda! –exclamo y me mira–. ¡Te he manchado! –Meto rápidamente la mano en mi bolso y saco un pañuelo–. Deja que te lo quito. –No puedo creer que después de lo que ha hecho por mí, le haya arruinado su preciosa y cara camisa con mi carmín.

Comienzo a frotar y mi nerviosismo aumenta al ver que la mancha, lejos de desaparecer, se extiende aún más. No dándome por vencida, sigo frotando una tela con la otra y por momentos empeora más.

–Emm, creo que deberías dejarlo. –Alzo la mirada cuando me habla y veo una mueca seria en su rostro–. Me temo que eso no funcionará...

–Dios mío... lo siento... ¡Lo siento! –Los efectos del alcohol anulan mi autocontrol y al ser consciente del desastre, me cubro la cara con las manos. No recuerdo haber pasado tanta vergüenza en mi vida.

–¡Rebecaaa! –Oigo a alguien gritar mi nombre, pero estoy tan compungida que no me molesto ni en mirar. –¿Qué le has hecho a mi amiga? –grita cuando llega hasta nosotros y rápidamente sé de quién se trata. Lola por fin ha regresado. Se coloca delante de él y al ver que estoy llorando, vuelve a increparle–. Si se te ha ocurrido ponerle un solo dedo encima..., te vas a enterar. ¿Me oyes? –Lo amenaza y no me queda más remedio que intervenir.

–¡No me ha hecho nada! –exclamo al ver que cada vez está más cabreada–. Únicamente me ha ayudado. Lo que no has hecho tú...

–¿Qué coño te ha pasado en la cara? –Quitándole importancia a mi indirecta, frunce el ceño y me señala– ¡Pareces un jodido oso panda!

Tras la ocurrencia de mi amiga, y aunque intenta mantener las formas, Kyron no puede aguantar más y comienza a reír a carcajadas llamando nuestra atención. Las dos le miramos extrañadas y podemos observar el apuro en su rostro. Por más que lo intenta, las lágrimas lo delatan y es incapaz de contenerse.

–Oye... ¿Y este pivonazo quién es? –Me pregunta Lola en un susurro aprovechando que Kyron sigue luchando contra su ataque de risa.

–Realmente no lo sé. Un tipo vino a molestarme antes y él apareció de la nada.

–Disculpad, señoritas. Lamento lo que acaba de ocurrir. –Expresa sofocado y las dos lo miramos a la vez–. No pretendía... –reprime otra carcajada al tiempo que se excusa–. Es solo que no esperaba... –aprieta los labios para evitar que le ocurra de nuevo–, entiendan que no esperaba escuchar una frase como esa... –Puedo ver cómo sus ojos se encharcan, pero logra aguantar–. Tú debes ser Lola, ¿verdad? La amiga de Rebeca.

–Sabe mi nombre –vocaliza en mi dirección–. Sí –carraspea seria mientras se pone recta–. Soy Lola. Es un placer.

–Yo soy Kyron, el placer es mío. –Se toman las manos.

–¿Kuron? ¿Qué clase de nombre es ese?

–Kyron. –La corrige.

–Eso, Kuyron.

–Kyron –repite con paciencia. Parece que no es la primera vez que alguien pronuncia mal su nombre.

–Pues... eso, ¿de dónde viene ese nombre?

–De Grecia.

–Ahora lo entiendo todo-. –Lola se gira hacia mí de nuevo para dejar caer otra de sus frases–. Es un dios griego. –Levanta sus cejas de un modo pícaro y, tratando nuevamente de guardar las apariencias, se vuelve seria hacia él–. ¿Y qué te ha traído por aquí, Koryn? Si se puede saber, claro–. Por fortuna, el alcohol sigue activo en mis venas y eso evita que pase el bochorno del siglo. Lola no conoce los límites.

–Negocios. –Empiezo a notar por sus monosílabos que ya no está tan cómodo como antes.

–¿En serio? ¿Eres un... magnate de esos? ¿Un ricachón?

–Señor. Lo estábamos buscando. –Dos hombres de aproximadamente cincuenta años, vestidos con trajes negros, se acercan a nosotros y doy gracias al cielo porque nos hayan interrumpido. Estaba a punto de decirle a Lola que se callara. ¿Cómo puede ser tan desvergonzada?

–¿Qué ocurre? –pregunta.

–Su cuñada está tratando de localizarlo.

–¿A las cuatro de la mañana? –Revisa su precioso reloj dorado para asegurarse–. ¿Ha ocurrido algo?

–No lo sé, pero insiste en que lo llame. Dice que es urgente.

–De acuerdo. –Abrocha los botones de su chaqueta y la mancha de carmín queda escondida tras ella–. Ha sido un placer, señoritas. –Inclina la cabeza en nuestra dirección y cuando se marcha, no puedo evitar seguirle con la mirada hasta que desaparece entre la gente. Se mueve con tanta seguridad que no puedo dejar de observarle.

–Gu... a... u... –vocaliza Lola y sé que está pensando en lo mismo que yo–. ¿De dónde ha salido ese adonis?

–No lo sé, pero tú y yo en cuanto salgamos de aquí, tenemos que hablar...

De camino a casa, y haciendo uso del estado en el que me encuentro, le hago varios reproches a mi amiga que de normal no me atrevería, y, tras asentir varias veces sabiendo que tengo razón, parece que por fin lo entiende y me promete no volver a dejarme sola. Si salimos juntas, así debemos estar toda la noche.

Nada más llegar a la casa, me echo sobre la cama y todo comienza a darme vueltas. Mareada, me levanto como puedo y camino hasta el baño. Me siento sobre la taza y observo con detenimiento los azulejos. Las espirales que hay grabadas en ellos no tardan en girar como el suelo y, sin esperarlo, arrojo el contenido de mi estómago sobre el piso.

–Menuda mierda –protesto sabiendo que tendré que limpiarlo. Me levanto con esfuerzo y dejo caer varios trozos de papel sobre mi asquerosa obra de arte. No estoy en condiciones de salir a la terraza a por el mocho de la fregona, así que no me queda más remedio que dejarlo ahí que pueda valerme sola.

Me apoyo en el lavabo, abro el grifo y mientras espero a que el agua salga caliente, me miro en el espejo.

–¡Madre del amor hermoso! –Acabo de entender por qué Lola dijo en el pub que parecía un oso panda. La muy hija de perra... Ya podía haberme avisado de que tenía el maquillaje corrido. Se me debió estropear cuando me puse a llorar. ¿Qué habrá pensado de mí ese tío? Por suerte no tendré que volver a verlo más.

Abro el paquete de las toallitas desmaquillantes y saco una. La paso por el contorno de mis ojos con cuidado, y por alguna razón, comienzo a reír sola. No puedo estar más ridícula. Ni cuando me disfracé en Halloween de calavera acabé con un sombreado de ojos así...

Cuando a simple vista parece que mi rostro está un poco más limpio, doy el trabajo por terminado. Al menos ahora no ensuciaré las sábanas como hice con la camisa de ese pobre chico. Recojo mi dorado y largo cabello en una coleta y me voy de nuevo a la cama. Me dejo caer sobre ella, cierro los ojos y, sintiéndome algo mejor, no tardo en quedarme dormida.

«Kyron» Nunca había oído ese nombre, pero reconozco que me gusta... 

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⏰ Última actualización: Nov 07, 2021 ⏰

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