PREFACIO

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Que comience el juego

—¡¿Qué demonios crees que haces?! —preguntó Rayan con horror, mientras ella trepaba por las tuberías hacia la ventana del segundo piso

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—¡¿Qué demonios crees que haces?! —preguntó Rayan con horror, mientras ella trepaba por las tuberías hacia la ventana del segundo piso.

El tono de su voz le gustó, pues tenía la mezcla justa de asombro y admiración que ella esperaba despertar en él. Eso la hacía sentirse más valiente de lo que en realidad era, más atrevida. Quería que Rayan la viera de esa forma.

—Amelia, ten cuidado... —esa era la siempre precavida Courtney.

Entendía su preocupación, de verdad que si. De hecho, si era sincera, Amelia podría llegar a admitir que tenía un nudo en el fondo de su estómago por el vértigo que solo conseguía ser opacado por su adrenalina y su voluntad. Le importaba más cómo la viera el resto y la impresión que causaba que su miedo o, incluso, la posibilidad de caer. Por otro lado, ella era ágil, confiada y estaba tan emocionada que quería gritar. Podría hacerlo.

—¡Vamos! ¡No sean cobardes! —gritó sin mirar a los cuatro muchachos que la veían desde abajo con una mueca a medio camino entre el miedo y la fascinación. Ella no se molestó en voltearse a observar si la seguían o no. Cuidando de no perder el equilibro, se estiró lo más que pudo hasta que alcanzó la ventana que tenía en la mira y, con fuerza, empujó hacia arriba. La ventana se abrió. Amelia sonrió con satisfacción, por fin dignándose a volver la vista hacia sus compañeros. Por un segundo creyó que dirían algo. Como nadie lo hizo, volvió a posar sus fieros ojos en las blancas cortinas que se ondeaban vaporosas adentro de la casa—. Bien, aquí voy —murmuró.

Amelia ni siquiera sabía por qué susurraba, puesto que sus palabras se perdían con el gélido viento que azotaba el lado de la casa y revolvía sus rubios cabellos, sin embargo, la adrenalina que la recorría no le dejaba sentir ni un ápice del mismo frío que, unos metros más abajo, hacía temblar a sus amigos.

Esa noche habían decidido trasladar la fiesta a otro lado. Era el cumpleaños de una de sus compañeras de clase, una que no le caía bien y a la que ella no le caía bien tampoco, pero que por hipocresía y apariencias la había invitado de todos modos. Ni siquiera lograba recordar si se llamaba Casey o Kelly, pero no le importaba. Amelia, con una sonrisa igual de hipócrita, había reído y aceptado su invitación. Jamás rechazaría la oportunidad de ponerse los pantalones ajustados de cuero o la blusa con transparencias que le quedaba de muerte. Eso, más el hecho de que su grupo de amigos también estaba invitado (Rayan, dentro de ellos), el alcohol, la música y la oscuridad de un ambiente cerrado y cargado de hormonas... jugaba a su favor.

Pero la fiesta estaba demasiado repleta de idiotas ebrios que no sabían la diferencia entre bailar y tener sexo con ropa, y la zorra de Kelly —o Casey— estaba demasiado pendiente de Rayan como para que Amelia quisiera seguir en ese lugar, que apestaba a sudor y a testosterona, así que cuando propuso que se largaran de ahí, ninguno de los cuatro objetó. Mucho menos Courtney, cuya aprensión ya había conocido su límite... Amelia esperaba que ese límite pudiera extenderse, porque no quería que su deseo por seguir las reglas les arruinara la diversión.

Decidieron ir a la vieja casa abandonada de la colina. Era noche de Halloween, después de todo, y no podía irse a casa con la consciencia tranquila si no hacía dos cosas: primero, demostrarles que era la más valiente de todos, y segundo... darles el susto de sus vidas.

Así empezó todo.

Rayan la miraba expectante, dudoso, casi retándola a equivocarse. Era la eterna competencia que había entre ellos.

Courtney, como siempre, temía por el bienestar de su amiga. Amelia ni siquiera tuvo tiempo de enternecerse por eso: estaba demasiado concentrada en no caer los dos metros que había subido por las tuberías hasta el segundo piso de la casa.

Jenna estaba justo al lado de Courtney, observándola con una esperanza que trataba de ocultar por temor a parecer desconsiderada: quería entrar a la casa, pero no era ella la que se arriesgaba a romperse el cuello si caía por intentar abrir esa ventana.

Al final estaba Nick. A él no le importaba nada. Era tanto o más temerario que ella, pero quizás, en esta ocasión, quería dejar que Amelia se llevase el mérito. O eso o estaba demasiado alcoholizado para subir por unas tuberías viejas y oxidadas.

Así era ellos. Rayan, orgulloso. Courtney, cuidadosa. Jenna, un tanto hipócrita y Nick descuidado e impulsivo. ¿Amelia? Amelia era una perra. Una mezcla de todas las anteriores, y estaba feliz de serlo.

Es ahora o nunca, pensó.

Doblando las rodillas para tomar impulso, saltó. No se permitió ni por un efímero instante pensar que caería, porque, de hacerlo, estaba segura de que ocurriría. Pensar las cosas era como torcer el destino en favor de ellas. En cambio, Amelia extendió ambos brazos en el aire, ignorando olímpicamente la sensación de que su estómago había abandonado su cuerpo, y se sujetó del marco de la ventana con esfuerzo. Más abajo, Courtney y Jenna lazaron un chillido angustioso.

—¡¿Estás bien?! —gritó Nick. Amelia no respondió: no quería que notaran su respiración acelerada ni sus mejillas enrojecidas.

Clavó las uñas en la madera, no lo suficientemente fuerte para que se arruinara su esmaltado, pero le ayudó a calmarse. Apoyó las plantas de los pies en el costado de la casa y, haciendo acopio de toda su fuerza, se levantó hasta arriba.

La ventana estaba tan vieja que ni siquiera le costó abrirla. La madera quería deshacerse bajo sus dedos, y cedió rápidamente con un quejido lastimoso y tétrico.

Haciéndose con un nuevo impulso, Amelia saltó dentro de la casa.

Aquí está el prólogo de esta nueva historiaaa 🥳🥳🥳 ¿Qué les pareció? ¿De qué creen que va a tratar?

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Nos esperan muchas cosas para este camino 👀

Empezaré a actualizar a mediados de diciembre, que es cuando termino los exámenes de la universidad, pero quería subir esto para que vayan agregándolo a sus bibliotecas ❤️

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