Uno.

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Ruby Flint.

Llevaba tres meses sin ir al cementerio, y supuse que ese día no iba a ser una excepción.

Me levanté, doblé la manta y la dejé en un costado del sofá. No tenía ganas de hablar, ni fuerzas. Ni siquiera saludé a Max cuando éste corrió a recibirme.
No desayuné.
La ducha fría no me ayudó.
Verme con el uniforme puesto me hizo llorar.
Ordené el salón, y puse cada cosa en su lugar correspondiente. Cogí la mochila y fui al instituto.

Durante toda la mañana me sentí vacía, sin emociones. Los profesores me llamaron la atención varias veces, hasta que volví a llorar. La clase entera me miró con pena, o riéndose, me daba igual. La profesora de historia me sonrió y me dijo que me fuese. Le hice caso.

Una vez volví a mi casa me tumbé en el sillón y me dormí. Max se acostó a mi lado, con sus bigotes acariciaba mis mejillas y eso me reconfortaba. No sé con certeza a que hora me levanté, solo sé que dejé el cojín empapado de mis lágrimas. ¿Por qué me pasaba esto ahora?

Arrastré mis pies descalzos a la cocina y vi el cuenco vacío de Max. Me sentí muy mal. Le pedí disculpas y le rasqué la cabeza para después, echarle comida. Le puse un poco de pescado, en recompensa por mi anterior equivocación.

Miré la hora en el reloj que colgaba de la pared y bufé molesta. No me sentía con las fuerzas suficientes para hacer nada. Aún así fui al baño, me quité el uniforme y me miré al espejo.
Mi piel pálida no era bonita.
Se me notaban las costillas y no era bonito.
Mis ojos rojos e hinchados tampoco lo eran.
Me lavé la cara y los dientes, cogí del armario un jersey beige y unos vaqueros y me los puse. No me preocupé en ordenar el uniforme. Me calcé y volví a salir de casa.

No miraba al frente, solo al suelo, fijándome en las puntas desgastadas de mis zapatos. Llegué antes de lo que pensaba, así que me senté en la silla que siempre usaba cuando me sucedía esto. Al fondo, en la esquina, al lado de la lámpara y la mesa con revistas.

"Estás a tiempo." "No es todo como crees." "La vida tiene dos caras."
Los titulares de esas revistas no me hacían sentir mejor, es más, me hacían empeorar. Me levanté y me cambié de silla. Con mis dedos sobre mis piernas, tamborileé un ritmo sin sentido intentando animarme. Que estúpido.

Elle salió de detrás de la puerta y escaneó toda la sala, hasta detenerse en mí. Me hizo un gesto con la cabeza y yo entré detrás de ella. La habitación, blanca entera, no había cambiado ni un ápice, todo estaba en su sitio.
Me senté en el sillón y me incliné hacia delante. Nunca me apoyaba en el respaldo.
Elle cogió un taburete y se sentó delante mía, agarró su libreta y me miró.

-¿Qué te pasa? -preguntó.

-Ya lo sabes.

-No. Qué te pasa hoy.

Moví la cabeza en dirección al calendario que había al lado de la ventana y ella se giró para mirarlo. Me volvió a mirar y asintió.
Me gustaría saber qué piensa.

-¿Has ido al cementerio?

Negué.

-¿Vas a ir?

Negué.

-Deberías.

-No.

No fui capaz de mirarla en ningún momento.
No fui capaz de pronunciar más de tres palabras seguidas.
¿Por qué? Normalmente me costaba sobrellevar el día, pero no a tal punto. No podía hablar, ni parar de llorar. Esto no era normal.
Le pedí a Elle irme un poco antes, y ella lo entendió. Me dejó salir un cuarto de hora antes, no como otros habrían hecho. Puede que al principio me negase a venir, era un suplicio, pero el que me hubiesen asignado a Elle como doctora ayudó mucho.

Me despedí de Elle y salí por donde había entrado. Ella salió detrás mía, y antes de que pudiese ir al mostrador, gritó un nombre.

-Niall.

En la sala sólo había dos personas, una anciana y un joven, por lo que no me fue difícil averiguar a quién llamaba. El chico movió la cabeza y se levantó de la silla. Tenía el ojo morado y el labio le sangraba. Al principio pensé que venía de pelearse, pero cuando pasó por mi lado, me fijé mejor, y comprobé que las marcas eran de hacía tiempo.
También me fijé en lo guapo que era.

Cuando cerraron la puerta salí de mi trance, y me moví hasta el mostrador. La chica que había tras él era algo más mayor que yo, pero no demasiado. Melena rubia, piel sonrosada, alta y delgada. Parecía una modelo.

-¿Me puedes decir tú nombre? -preguntó amable.

Se notaba que era nueva. La anterior secretaria se jubiló la semana pasada. Era una señora muy simpática, con cara redondita y pequeños ojos cubiertos por gafas. Ella se conocía los nombres y horarios de todos los pacientes, en cambio esta chica nueva, no.

-Ruby Flint.

Introdujo mi nombre en el ordenador con torpeza y dos minutos después volvió a mirarme.

-Tu próxima cita será el viernes a la misma hora que hoy.

Asentí y me fui.
Caminé sin ganas algunas hasta la tienda de deportes en la que trabajaba. Aún era pronto y no había llegado nadie, por lo que tenía tiempo para aclarar mi mente. Me apoyé en la pared y me senté en el pequeño bordillo que salía de la misma.

Intenté pensar en la razón por la cual me sentía así, pero en su lugar, en mi mente se abrió paso la imagen del chico de la consulta.
Siempre le veía a la hora de salir, pero nunca me había detenido a fijarme en su cara. Nunca me había preocupado por él, bueno, ni por él ni por cualquier otro paciente. La verdad es que no me fijaba en nada a mi alrededor. Me sentía en una burbuja que cada día iba aumentando más y más, aislándome de lo poco que me quedaba. Moví la cabeza intentando no pensar en ello, no quería volver a llorar.

Miré hacia un lado de la calle, y a lo lejos vi a la hija del jefe. Hoy le tocaría a ella encargarse de la tienda, en lugar de a su padre. No tenía buena relación con ella, pero tampoco mala. Simplemente, no teníamos relación. Venía, trabajaba, y me iba. Fácil.

-Hola -dijo una vez llegó a la puerta.

-Hola -me levanté.

Esperé a que terminase de abrir la puerta para entrar. Ella dejó su bolso en la silla detrás del mostrador y se cambió los tacones por unas zapatillas de deporte. A mi nunca me dijeron que cambiase mi atuendo, así que me quedé como estaba. Giré el cartel de la puerta para indicar a la gente que la tienda estaba abierta.
Como era de esperar, no llegó nadie hasta pasados quince minutos.

Cambié la música, contesté llamadas, atendí la caja, y finalmente cerramos.

Me despedí y caminé en dirección a mi casa.

Pasé cerca del cementerio, y no pude evitar detenerme barajando la posibilidad de ir allí. Cuanto más tiempo pasaba, más me dolía el pecho. Empecé a respirar dificultosamente y decidí irme de allí.
Cuarto mes.

Al girar me choqué con alguien, pero ni siquiera eso me detuvo. Me disculpé y salí corriendo. Las lágrimas amenazaban con salir, pero no quería volver a llorar. Joder, ¿qué me pasaba hoy?

Llegué a mi casa y abrí la puerta de mala gana. Cerré con un portazo y me tiré al sofá. Lloré.
Max se acomodó conmigo, como solía hacer.

-Lo siento mucho -me lamenté mientras le acariciaba-. Te prometo que mañana será diferente.

Mi estómago rugió en el silencio de la noche. Era razonable, llevaba todo el día sin comer. Pero no quería levantarme. Quería dormir. Dormir y que el día terminase.

PsychologistDonde viven las historias. Descúbrelo ahora