Cinco.

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Ruby Flint.

La habitación tenía cuatro paredes, pero era infinita. Toda negra, oscura, exceptuando las tres personas de la sala, alumbradas por un haz de luz.
Una pistola me apuntaba a la cabeza. Otra la sostenía yo, apuntando al frente. Al chico.

-Dispara -gruñó el hombre apretando más la pistola contra mi sien.

Lo hice sin miramientos. En ese momento tuve miles de razones por las que hacerlo.
Pero la cabeza que salió despedida cuando la bala la atravesó no fue la del chico. Fue la de mi madre.
La había matado.

Desperté temblando, pero con la frente empapada de sudor. El sueño no había empezado así, pero se había transformado. Tosí con fuerzas, intentando expulsar el mal sabor de boca que me carcomía. Me levanté y fui a la cocina en busca del reloj. Tuve que acercarme mucho y centrar la vista para descubrir la hora. Las ocho de la mañana.
Max aún dormía en un recoveco de la cocina. Y el chico también. No me hizo falta mirarle para averiguarlo. Su respiración tranquila y acompasada me dio la mayor pista.

Abrí la puerta sigilosa y salí a la calle. Mi casa se encontraba en un descampado, rodeada de otras casas pero cada una de ellas, con suficiente espacio alrededor como para construir un jardín.
Me senté en el bordillo de la entrada. Pegué las rodillas a mi pecho y me abracé a mi misma. Intenté recordar como había empezado el sueño, para calmarme. En vano. Solo era capaz de verme matando a mi madre. Una y otra vez.
Me levanté y empecé a caminar. No me molesté en entrar en busca de zapatos. Le di una vuelta a la casa y miré al resto de ellas. No eran iguales, pero tenían semejanza.

Me fijé en que Jeremy aún no había salido con su habitual carrito, y me sorprendió. Él siempre se levantaba a las siete, y con su carrito recorría el barrio. Me acerqué a su cara y la rodeé, intentando mirar por las ventanas, todas cubiertas por persianas o cortinas. Llamé a la puerta. Nadie abrió. Volví a llamar. Nadie abrió. Tal vez se hubiese ido a los barrios más ricos. Extraño, pero posible.

Volví a mi casa y entré sin hacer mucho ruido. Max ya estaba despierto, así que supuse que serían alrededor de las ocho y media. Entré al salón y me acerqué al sofá. El chico seguía durmiendo.
Era guapo. Negué.
Volví a la cocina y decidí prepararle un desayuno. Saqué una taza y de la nevera un cartón de leche. Comprobé que no estuviese caducado. En la vitrocerámica puse una sartén, y vertí sobre ella la leche. Mientras la removía evitando que se formarse nata tarareaba la letra de una canción. Era la canción que escuché ayer en el restaurante.
La leche no tardó demasiado en hervir y la pude servir en la taza.
Saqué también un cuenco, y lo llené de cereales.

Cogí ambas cosas con cuidado y entré al salón. La leche quemaba mucho.
Para mi sorpresa el chico estaba despierto, y cuando me oyó entrar, me miró. Fijamente, sin decir nada.
Me estaba abrasando los dedos.
No dejó de mirarme, pero tampoco dijo nada. Entendí que no le gustaba estar aquí. Me arrepentí de haberle traído. Las yemas de los dedos se me estaban empezando a poner rojas. Me di la vuelta y empecé a andar hasta la cocina.

-¡No! -me paré, pero no me giré. Quería llorar- Lo siento. Debería haberte agradecido la ayuda. Soy idiota.

Suspiré. La mano izquierda -en la que llevaba la taza de leche- me estaba ardiendo. La tenía roja. Entera. Me giré y me topé de frente con el chico. Quise gritar, pero no lo hice. No sentía la mano. Me sonrió y agarró el cuenco con los cereales. Le grité en silencio que cogiese la leche. Me la cambié de mano.
Di unos pasos y la dejé en la mesa, junto a los cereales. Acerqué la mesa al sofá de nuevo y él se sentó. Yo me quedé de pie frente a él, jugando con mis dedos.
Estaba hecha un manojo de nervios, porque era la primera persona a la que conocía después de tantos años sola.

-No te quedes ahí. Siéntate -me ofreció palmeando el sofá y echándose a un lado.

Era mi casa, y no me debía sentir así, pero estaba nerviosa. Me temblaban las piernas. Me senté lo más alejada que pude de él.

-Me llamo Niall, por cierto.

Me sorprendía la facilidad con la que usaba las palabras. Había aparecido en una casa desconocida después de recibir una paliza y estaba de buen humor. Tomé aire.

-Ruby -me temblaba la voz.

Por su cara supe que lo había notado, pero no dijo nada. Lo agradecí. Me miró y se acercó a mí. Yo no podía moverme más. Me quedé estática en el sitio. Rígida por los nervios. Traté de calmarme, porque me dolía la cabeza. Respiré lentamente.

-Eso es para ti -señalé la mesa.

No sé por qué lo dije, ni como conseguí las fuerzas suficientes para hacerlo. Me alegró comprobar que sonaba más calmada.

-¿No desayunas? -preguntó estirando el brazo para coger la taza.

Negué, pero no me vio.
Le miré mientras se tomaba la leche.
Intenté recordar la forma en que se movían sus labios sobre la taza, y la nuez de su garganta bajando con la leche. Había olvidado tantas cosas de mis padres que ahora me esforzaba por recordar todo.
Le miré mientras dejaba la taza en la mesa y se secaba los labios con el dorso de la mano. Que idiota, no le traje servilletas. Su perfil era muy bonito.
Me miró y agaché la cabeza avergonzada.

-Tranquila, no te voy a matar por mirarme -rió.

Enrojecí más y no dije nada. Que vergüenza. No le volví a mirar hasta que se terminó el desayuno. Me levanté y recogí la mesa. Lo llevé todo a la cocina y lo metí en el fregadero. Empecé a lavar la taza cuando su voz me sobresaltó por la espalda.

-¿Te ayudo en algo?

No grité, pero si sentí como dejé de respirar. ¿Iba a ser así siempre? Negué.
Igualmente se puso a mi lado, y sin remangarse siquiera metió las manos en el agua y empezó a lavar el cuenco.

Mi mente viajó a la noche anterior, a la pelea. Las dos sombras gritándose y el puñetazo que le dio a Niall aquella persona. Le dejó inconsciente.
Tomó aire para hablar, pero yo fui más rápida.

-¿Quién te pegó?

Al momento de hacerlo me arrepentí. Me sentí una impertinente por preguntar aquello. Intenté arreglarlo.

-Lo siento. No respondas...

-Fue mi padre. Estaba borracho y le dije que nos fuésemos de allí. Él me gritó que me fuese yo, que le dejase en paz y no volviese. Sabía que no pensaba eso de verdad, así que me quedé. Lo seguí intentando hasta que me pegó.

No respondí al instante. ¿Su padre? ¿Qué clase de padre pega a su hijo hasta dejarlo desmayado? Me sentí mal por pensar que mi vida era mala. Y me sentí mal por él. Su mirada cansada reflejaba el dolor que sentía. ¿Por eso irá al psicólogo?

-Yo...no sé que decir. Lo siento mucho -dije al fin. Idiota.

-No lo sientas, no es culpa tuya -sonrió.

Me sentí peor conmigo misma. ¿Cómo era capaz de quejarme?
Dejé de lavar la taza y me fui al baño. Cerré, pero no con pestillo. Me miré al espejo. Vi mi piel pálida, mi delgadez extrema, mis ojeras, mis lágrimas. Pero esa no era yo. Tardé un poco en verme como realmente era. Un monstruo. Maté a mi madre y perdí a mi padre. Me olvidé de la muerte de mi madre. Me olvidé de ella porque estaba demasiado centrada en mí.
Quise gritar, pero no lo hice.

-¿Ruby?

Niall abrió la puerta del baño y me miró. No quería mirarle, ni que él me mirase.

-Lo siento. Sé que no quieres estar aquí. Te debí de haber llevado a un hospital, lo siento. Puedes ir...

Se acercó a mi y me abrazó. ¿Por qué lo hacía? Ni siquiera me conocía.

-Gracias -susurré torpemente.

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