𝑬𝒍 𝒄𝒉𝒊𝒄𝒐 𝒅𝒆 𝒍𝒂 𝒕𝒊𝒆𝒏𝒅𝒂 𝑰

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La malignidad entre esos ojos escondidos sobre la oscuridad, penetraban desde las sombras, acto suficiente para que la chica que regresaba de la universidad, estuviera más atenta de lo que sucedía a su alrededor. Quitándose los audífonos y apretando los pasos para llegar a su casa.
Su reloj de mano marcaba altas horas de la madrugada, hoy había salido tarde; una hora para nada apropiada para una chica de bien definido cuerpo y un rostro tirándole a un inocente Ángel.
La presión aumentó más cuando el tipo que ya la había seleccionado como su presa, le hiciera casi a la par en su camino, estando a tres metros de distancia, la piel de la pelinegra se erizó, y un sentimiento de terror aceleró su corazón. Cosas no buenas estaban por suceder, el camino hacia su casa era cada vez más retirado, o al menos eso sentía. Está trabajando arduamente para no tropezar, lo que parecía un andar tranquilo; acabó en un trote temeroso y seguido; en una desesperada carrera por poder salvar su vida, la cual dependía de una buena estrategia.

Su cuerpo fue el primero que sintió la espesa situación porque la segunda fue su mente; imaginando las innumerables cosas que el hombre le haría si ella fallaba.

El aire entraba cuál corriente de río sobre sus pulmones, el frío la amarraba,comenzaba a sofocarse y  el tipo estaba cada vez más cerca.
Como si se hablara de un milagro, su pie ya estaba dentro de la tienda más cercana de su casa. Agradeciendo al cielo que aún no cerraban.

Para entonces, el tipo desconocido la tomo de la muñeca. Y siendo otro acontecimiento de bendición, el chico que le ayudaba a su mamá atender la tienda, salió del mostrador coincidiendo con la presencia de Mikasa.

Mikasa pertenecía a la familia Ackerman, está de más decir que era nieta de quién le rentaba el local a la mamá del jóven. Entre el forcejeo del desconocido y ella, Eren dejó caer sus enormes manos sobre los hombros de la chica.

— ¿Quién eres? ¿qué quieres? —La sujeto con más fuerza.

Los ojos de ella expresaron un ligero y tenue alivio, en cuanto reconoció el bello rostro del chico, ya no había falta luchar; estaba protegida por alguien. Por unos ojos preciosos y una sonrisa pareja.
Su reacción fue de manera inconsciente y terminó por aferrarse del pecho de Eren. El hombre malo aceptando su derrota por llevarse a la muchacha, terminó por intimidarse ante la presencia y personalidad de Eren. Soltó a la chica y salió corriendo te entre las penumbras; el lugar de los demonios.
— ¿Estás bien? —La sentó en una silla de plástico para que se calmara un poco.

Pasó saliva en seco, la verdad es que la había pasado muy mal y aunque al principio no pudo articular ni una sola palabra, subió y bajo la cabeza afirmando, con los ojos en blanco y la mente pausada.

Jaeger supo que no estaba bien. Pero fingió aceptación.

—Bien, espera aquí, solo termino unas cosas y te llevo a tu casa.—Dijo amablemente.

Él siempre es así, no era nada extraño, pues era conocido por tanta gente: por ser tan dulce y tan gentil. Confirmando que no era más que un pilar de amabilidad. Seguro su madre estaba orgullosa de haber educado a alguien tan tranquilo y caballeroso.
Como lo dijo, guardó algunas cosas y cumplió lo indicado. Se paró en frente de ella.

—Bien, estás a salvo, ven, salgamos. —Le indicó.

Salieron para bajar las cortinas y asegurarlas con candado evitando que alguien pudiese entrar en el local.

—Procura no regresar sola a casa. —Indicó. —Deberías avisarle a alguien, para que te recojan.

—Gracias. —Dijo.

Solo vivía con su madre, por lo tanto; ella trabajaba horas extra en la madrugada y por las mañanas, el poco dinero que se ganaba no era lo suficiente para solventar los gastos. No había en verdad nadie, quien fuera por ella en las noches.

Era de vista que se conocían, sin embargo él fue empático. Suficiente para clavar del gancho.

—¿A qué hora llegas? Si quieres puedo recogerte. — Sus intenciones se sentían buenas.

Un incómodo silencio y pararon los pasos estando en la verja de la casa de los Ackerman.

—No quiero ser una molestia.—

—No no lo eres.—

Vale, tampoco es como si ella quisiera ser grosera.

—Bajo del bus a eso de las 11 de la noche.—

—Estaré ahí entonces, antes de que llegues. — Retrocedió sonriendo de la única manera en que él sabía hacerlo.

No sé, seguro fue la impresión de superhéroe o todas las emociones juntas en uno solo momento. Pero esa sonrisa de verdad es la más hermosa que jamás había visto. Dulce, agradable, cálido.

Se despidieron sin más conversación.

𝐃𝐎𝐋𝐂𝐄Donde viven las historias. Descúbrelo ahora