𝑬𝒍 𝒄𝒉𝒊𝒄𝒐 𝒅𝒆 𝒍𝒂 𝒕𝒊𝒆𝒏𝒅𝒂 𝑰𝑽

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─── ¡MIERDA NADA PUEDE SALIRME COMO QUIERO! ─── Grita desquitándose con ella misma.

Su mano sobre el aire, alcanza a golpear su atril. Se ha volteado y para ponerle fin, lo ha pateado fuertemente para alejarlo de su presencia, eso y las miles de partituras que la tienen hasta la coronilla.

Se levanta con el rostro lleno de lágrimas, qué difíciles son tales pasajes, lleva días estudiándolos de la mejor manera, pero simplemente no quieren salir.

Oh, quizá algunos sentimientos más atravesados; son la torpeza que le nubla la paciencia.

Regresa a su asiento, con los ojos rojos y el moquillo de fuera, se recarga sobre su precioso cello, un cello de fina madera y cuerdas nuevas. Un instrumento nuevo: que aún falta por explorar. Un instrumento que aún no tiene nombre.

Y qué mala impresión. Aún no se conocen y con toda confianza se a acostado sobre sus anchos bordes para abrazarlo fuertemente mientras solloza.

Un momento a solas entre el intérprete y su más íntimo amigo. Entonces acaricia las  cuerdas y se disculpa por tan malos modales.

Necesitaba un respiro. Ahora mismo, lo que más le apasionaba, le estaba matando.

Lo recostó sobre el pasto de su patio, solía gustarle ensayar al aire libre, a veces sentía que podía mezclarse con la naturaleza que le rodeaba y mejor aún; sin querer queriendo, daba pequeños conciertos a quienes trabajan cerca o simplemente estaban de paso por la calle. La música siempre sobrepasaba las fronteras.

Cuando menos se percató, estaba saliendo de casa, dirigiéndose inconscientemente a la tienda. Las barritas de frutas, en estados de turbulencia; eran de gran ayuda para su consuelo.

Entró al local, al parecer no había nadie. Comenzó a tararear una canción, dirigiendo su mano para tomar lo buscado. Pero no alcanzaba. Solo sus manos, llegaban a tomar el borde del estante de la parte más alta.
¡El peor lugar para acomodar unas simples y pequeñas barritas!

─── ¿Está bien si te ayudo? ───

La gruesa voz proveniente del chico. La hizo brincar, tirando algunos productos y cayendo sobre su cabeza.

─── ¿Eras tu tocando cierto? ─── Dijo agachándose al mismo tiempo para recoger las cosas.

Asintió la cabeza apenada, no quería que mostrar sus rosadas mejillas. ¡Había hecho el ridículo! ¡Siempre lo hacía!

─── Tocas bellísimo. ───

Levantó su rostro, algo sorprendida, un halago como ese, y listo, ya era toda suya.
Pero su introversión no hizo más quedarse callada, con una mirada... Sin descifrar.
De nuevo aquella conexión extraña y un movimiento en falso...

La mano del chico recogió un mechón caído sobre su mejilla, acomodándola en su oreja.

Acto que aprovechó para observar el precioso y fino rostro de Mikasa. Sus labios se veían tentadoramente suaves, las ganas por tocar sus labios, eran una completa locura.

Pero el instinto no le permitió, porque ella se levantó antes de que algo más allá sucediera, y escapó corriendo a su casa; con el corazón agitado y el alma comprimida.

Estaba sin aliento una vez que llegó.

Él, enarcó una ceja, lo había dejado ahí en el suelo con las cosas tiradas.

“¿Así sin más escapas?, conque te gusta huir” Fue lo que pensó. Pero al final, no sería más que un pretexto para poder acercarse a ella.

Siendo la mejor opción: molestarla.

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