Capítulo 32
Dispuestas a pelear a mi lado—¿Quieres qué? —espetó Armientos, incrédulo de haber oído bien. Sin embargo, Rubelker, de pie firme delante de él, repitió lo que acababa de decir con bastante más claridad y le dejó claro que en efecto había sido así:
—Entrenarla.
Era apenas el segundo día de su viaje por barco. Rubelker se había presentado muy temprano en el camarote del capitán; diez minutos más temprano y lo hubiera agarrado dormido. Armientos había tomado asiento en la silla del escritorio de la habitación, y aún adormilado apremió a su visitante para que expresara lo antes posible lo que requería. Lo que surgió de los labios del soldado, sin embargo, terminó por sacudirlo lo suficiente para quitarse de encima las delgadas capas de sueño.
—Cómo le comenté antes —prosiguió Rubelker con su explicación—, sus habilidades de combate y manejo de la espada son sobresalientes. Con el debido entrenamiento, sería una guerrera extraordinaria.
La última esperanza del viejo capitán era que no estuviera hablando realmente de la prisionera, pero de nuevo aquella especulación fue hecha a un lado al oír tales afirmaciones, espejeando un poco lo que había acontecido en aquel despacho de la corte en presencia del príncipe.
Armientos se talló su cara con una mano, principalmente el área de sus ojos. Era aún temprano, y al parecer ya comenzaría el día con dolor de cabeza.
—¿Y por qué exactamente querría que una mujer, implicada en un intento de asesinato justo hacia la familia que estamos protegiendo, se transforme en una "guerrera extraordinaria"?
—Aún no sabemos quién estuvo detrás de ese ataque —señaló Rubelker—. Hasta donde sabemos, el enemigo podría estarnos esperando en Volkinia Astonia.
—No podría: es casi seguro que así es.
—Entonces con más razón es importante contar con elementos fuertes que nos apoyen. Y ahora que ella es parte del escuadrón...
—No vuelvas a repetir esas palabras —Le interrumpió molesto el capitán, alzando una mano hacia él y parándose de su asiento—. Nunca, nunca más vuelvas a decir eso, ¿oíste? Ni ella, ni el otro sujeto, son parte de este escuadrón, y nunca lo serán. Están aquí sólo para cumplir una absurda sentencia, que siendo franco aún no termino de comprender. Y lo que menos quiero es ponerle una espada en la mano a alguno de ellos. Así que mi respuesta, ¡es no!
Se dejó caer de sentón de nuevo en su silla y apoyó su rostro contra su mano mientras suspiraba cansado. Rubelker, por su parte, decidió permanecer en silencio de momento.
—¿No has entendido que mientras más te involucres con esos dos, más te ganarás la enemistad de los otros? —Cuestionó Armientos, ya notándosele a la orilla de la frustración—. Y sobre todo la del príncipe Frederick. Tú ya interviniste para salvarle la vida a esa mujer, a costa de tu propia posición y reputación. Ya no le debes nada a ella, sino todo lo contrario. ¿Por qué insistes ahora con esto?
Rubelker aguardó unos momentos, principalmente para ver si acaso el capitán tenía algo más que decir. Sin embargo, cuando fue evidente que sí esperaba una respuesta real de su parte, Rubelker se paró firme y respondió a su cuestionamiento con sinceridad.
—No sabemos lo que pueda pasar una vez que lleguemos a nuestro destino, o a qué nos enfrentaremos. Si he de cumplir mi promesa de proteger a su alteza y a su familia, necesito a personas que estén dispuestas a pelear a mi lado. Y es claro que nadie en este escuadrón lo está ahora.
—¿Y crees que esos dos asaltantes sí lo están? —Inquirió Armientos con tono casi burlón, pero de inmediato recuperó su semblante serio—. Subestimas a mis hombres. Están molestos contigo, sí. Pero dado el momento de saltar al combate, no dejarán que esto les impida hacer lo que deben hacer, sin importar con quién deban hacerlo.
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El Manto de Zarkon | VOL. 01
FantasíaDiez años atrás, Isabelleta Vons Kalisma dejó a su familia y país para casarse con Frederick Rimentos, sobrino del emperador de Volkinia. Ahora su esposo acaba de ser nombrado emperador segundo de un territorio conquistado, y ellos y sus dos hijas t...