Prólogo

1K 28 1
                                    

Wyatt y yo nos conocimos hace varios meses.

Bueno, más bien, nos acostamos hace varios meses por primera vez.

Él vino a la fiesta de una de mis amigas con su grupito de amigos y entre ellos se dieron a conocer con la gente de mi instituto. Una cosa llevó a la otra y ambos terminamos alejados del resto, hablando en la cocina con varias copas y muchas ganas de... quedarnos juntos, por así decirlo.

Nada pasó esa noche, solo muchas palabras y números de teléfono compartidos.

El resto de los días fui una obsesionada con Wyatt. Todo para mí era Wyatt.

Mi mejor amiga terminó con la cabeza hecha un bombo por tantas cosas que yo le decía: que, si Wyatt hace esto, me dijo no sé qué, le gusta no sé cuánto... pero lo peor era cuando solo le decía: no me ha llamado, ni escrito.

Se mantuvo en silencio el primer día, pero a la mitad del segundo día me habló. Recuerdo que era domingo y yo dejé atrás el pijama para ir a tomar un helado con él. Así fueron nuestras quedadas públicas, que fueron solo tres, antes de acostarnos por primera vez.

No fue en su casa, ni la mía, fue en la parte trasera de su camioneta.

Esa tarde habíamos ido a ver el atardecer a la "colina de los besos", o simplemente a la colina ―como yo la llamaba―. No era fan de llamarla Colina de los besos, pero como ese día sí que me besé con alguien, la llamé así.

El caso es que el resto de las veces solo quedábamos para eso. Hablábamos y quedábamos para ir a la colina. Yo fui a su casa, pero nunca le dejé venir a la mía.

El problema fue que nunca hicimos planes como las primeras veces. Por ello, internamente comencé a asumir que Wyatt y yo solo seriamos eso. Follamigos.

No es que estuviese en desacuerdo, que ―aunque sí que lo estaba― mi enganche por él era bastante superior. Por eso, cuando se cumplió el tercer mes que estábamos así, decidí proponerle ir al cine. Su reacción no fue la que esperaba, porque yo me apostaba a que diría que no, pero me dijo que sí, que ese sábado iríamos al cine. Incluso podría decir que se le veía emocionado.

El problema llegó el viernes, cuando mi madre me dijo que quería presentarme a su pareja. Yo sabía que ella estaba viéndose con alguien desde hacía muchísimo, pero cuando me dijo que vendrían a cenar a casa, nunca me esperé ver a Wyatt cruzando la puerta de mi casa junto a su padre.

Me esperaba a cualquiera, de verdad, a cualquiera, menos a su padre. Su puto padre. ¿Mamá, enserio?

Ambos quedamos igual de impactados.

Fingimos no conocernos y ellos parecieron demasiado ensimismados entre sí como para prestar la más mínima atención a nuestra expresión corporal, o a nuestras miradas, o a mis ganas de salir corriendo. Nadie se enteró de nada, solo nosotros dos.

Y, como era obvio, ese sábado no fuimos al cine. De hecho, nunca volvimos a hablarnos. Ambos dejamos de seguirnos en redes sociales ―él a mí primero, yo le imité después― y pasamos a fingir que no nos conocíamos. No volvió a ninguna fiesta hecha por mis conocidos, aunque sus amigos sí. Yo, por mi parte, no volví a hablar con ninguno de ellos.

Pero claro, nuestros padres iban a por todas, sin miedo al éxito, así que decidieron que la mejor idea era mudarse juntos y, por ende, juntarnos a nosotros.

Entonces todo fue de mal en peor.

El cuento que nos salvó | COMPLETA✨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora