12- Verdades

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A lo largo de la mañana había compartido algunos mensajes con Wyatt en los que se interesó por saber si yo seguía negándome a su presencia. Obviamente recapacité mi actitud de la mañana, accediendo a que me recogiese para volver a casa.

Y, aun así, no pude evitar sentir un nerviosismo atroz cuando vi su camioneta roja aparcada frente a la salida.

No pude contener la sonrisa cuando le vi bajar de ella, cerrando la puerta con lentitud al verme. De hecho, tuvo hasta el detalle de bajarse lentamente las gafas de sol hasta dejarlas sostenidas por la punta de su nariz. Permaneció apoyado a un lado del coche mientras me esperaba, por lo que el debate interno sobre si acercarme a él o no se resolvió rápidamente.

El de si besarle o no... pues no se resolvió tan pronto.

―Hola ―saludé―. Bonito coche.

Sí, si soy.

Ensanchó su sonrisa―. Sí... es un coche bonito para transportar cosas bonitas.

Palmeó el capó y yo contuve las ganas de rodar los ojos para, simplemente, apoyarme contra este también.

Sentía algunas miradas clavadas en mi nuca, pero no las suficientes como para hacerme voltear a verlos. Solamente me concentré en el chico rubio frente a mí.

―¿Qué cosas bonitas pretendes transportar? ―alcé una ceja, con fingida curiosidad.

―Una preciosidad morena ―contestó veloz―. Bueno, lo de preciosidad es a ratos, es que tiene muy mal carácter.

―Oh, por qué será que lo tiene...

―Pero eso no importa, lo compensa en romanticismo ―continuó―. Ah, no, eso tampoco. Bueno, es simpática cuando quiere...

Rodé los ojos, acto que le causó gracia.

―Pero a mí me gusta así ―siguió, tocando mi zapato con la punta del suyo―, con esos rizos de leona y los moños de nido de pájaro que se hace cuando se agobia o aburre.

―¿Ah, sí? ¿Y qué más hace esa chica?

―Rueda muchísimo los ojos, es una locura ―sonrió―, también te mira como si te perdonase la vida cuando le dices algo que no le gusta. Tiende a tener rabietas y enfados muy a menudo, y después de ser sarcástica e hiriente se relaja yendo a la cafetería donde trabaja su mejor amiga...

Esta vez no dije nada. Me le quedé mirando fijamente, incrédula de sus palabras.

―Ah, y es una conductora temeraria. No sé si sería mejor esconder las llaves del coche de su madre y dejarla dependiendo del autobús todos los días.

―... o te podrías ofrecer de chófer.

―Yo encantado de pasar hasta un único minuto con ella ―aseguró, sorprendiéndome un poco más si cabía.

Tragué saliva, intentando ordenar a toda velocidad los pensamientos y emociones que me cruzaban el cuerpo.

Me alejé del capó, manteniéndome firme y con los brazos cruzados frente a él, a unos escasos centímetros de él, mientras se quitaba las gafas de sol para colgarlas del cuello de su sudadera roja. Fugazmente pude distinguir, de nuevo, sus cadenas plateadas.

―Parece simpática ―murmuré―, me gustaría conocerla.

―Estoy seguro de que a ti también te gustaría.

Cada vez nos estábamos acercando más, como si no estuviésemos en mitad del parking de un instituto público.

Como si, literalmente, nos hubiésemos olvidado de que había gente a nuestro alrededor. Personas que me conocían y que me juzgarían, como siempre, sin cuidado alguno, que nos habían visto a Sam y a mí...

El cuento que nos salvó | COMPLETA✨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora