Ser despertado no era su actividad favorita, y mucho menos cuando lo hacía su sirviente número tres. Porque ese día era miércoles y ese sirviente no era nada delicado.Para empezar, no lo despertaba tocando su canción favorita, sino que abría las cortinas y lo despertaba a viva voz diciendo que tenía que bajar a desayunar. Solo se lo perdonaba porque era su amigo de la infancia. Y Cedric lo sabía, por eso aprovechaba cada oportunidad para molestarlo.
- Despierte, princesita. Es un nuevo día.
Leanne ni se inmutó. La flojera invadía su cuerpo como nunca antes, o mejor dicho, como siempre. El día anterior había tenido clases de baile hasta tarde y su cuerpo no respondía a las órdenes que le enviaba su cerebro. Simplemente estaba muy cansado.
Cedric puso, yendo en contra de las reglas, su mano en el hombro de su amigo y empezó a zarandearlo, sacándolo de su profundo sueño, pero todavía sin lograr que se levantara de la cama. El sirviente procedió a subirse a esta, colocando sus rodillas a cada lado del heredero de su nación. Colocó ambas manos sobre cada hombro y lo movió con más fuerza, esperando algún resultado positivo. El príncipe abrió un solo ojo, para visualizar qué era lo que estaba pasando, y sonrió para sí mismo.
En un rápido movimiento, casi invisible, Cedric pasó a estar debajo de Leanne, con este apresando sus muñecas arriba de su cabeza e impidiéndole movimiento alguno con la presión que ejercía con las piernas sobre el abdomen del sirviente.
- Que suerte que no eres mi guardaespaldas, porque soy muchísimo más fuerte que tú, verás.
Con unos ojos retadores, Leanne observaba a Cedric detenidamente. ¿Cuándo su amigo había crecido tanto? Ya no tenía esos molestos granos como a los catorce, ni ese estúpido corte de pelo que le quedaba tan mal. Ahora llevaba su azabache cabellera larga y en una coleta, a diferencia de Leanne, que la llevaba corta, a excepción de la parte de atrás, que se la dejaba crecer aún cuando su padre lo amenazaba constantemente. Cedric, a pesar de ser un joven alto y fornido, no tenía tanta fortaleza como aparentaba, y de esto se dio cuenta el príncipe, quien siempre le ganaba en los juegos de manos. El heredero era un poco más bajo, pero aún así le ganaba en fuerza y velocidad a su sirviente. No era tan grande como este, sino que tenía un cuerpo bien formado y musculoso debido a las clases de baile, actuación, defensa personal y diversos deportes que practicaba. Era un joven bastante habilidoso e incomparable. Todo esto lo hacía con el propósito de estar bien formado para el futuro que se le aproximaba, el futuro en el cual él sería el rey.
Cedric no se sentía incómodo ni intimidado, más bien, sabía que su futuro rey tomaba clases de defensa personal y pelea, así que no le asombraba el hecho que fuese mejor que él en táctica y velocidad. Le gustaba ser su sirviente, podía estar a su lado casi todo el tiempo, podía pagar las medicinas y los médicos que su madre requería y pasaba un buen rato. No se sentía como si trabajara, se sentía bien. Era cómodo, con Leanne todo era así.