Llegó el día de la primera reunión. Cedric preparó a Leanne con un traje especial que lo hacía aparentar más edad: una camisa azul, pantalones a la cintura blancos y unos zapatos de vestir recientemente lustrados por el sirviente mismo. Estaba orgulloso de su elección de ropa para el príncipe. Desde que este lo había prácticamente obligado a cambiarlo y escoger su ropa diariamente, el mayor había adquirido un gusto por la moda y las prendas en estos últimos años. Botón por botón, el sirviente removía el pijama de su amigo de su torso, para ir descubriendo lentamente aquella blanquecina piel que se asemejaba a la nieve.
Cedric no pudo evitar ver los moretones que tenía su amigo en el pecho y estómago, arruinando el bello lienzo en blanco que era su piel. Frunció levemente el ceño, acción que no pasó desapercibida por el rubio. Tenía conocimiento sobre lo que el rey le hacía, pero no podía hacer nada al respecto, pues era la figura de autoridad máxima en contra de la de un sirviente cualquiera. "¿Quién ganaría?" Ese pensamiento no hizo más que darle impotencia a Cedric, quien empezó a apretar los puños alrededor de los botones de la camisa de su amigo. Era obvio que él saldría perdiendo, pero quería que el pueblo se entere de la verdad detrás del "carismático" y "gentil" rey que tenían.
- No te preocupes por ellos, no son los primeros y no serán los últimos. - Explicó el heredero haciendo referencia a las marcas.
Leanne trató de calmarlo con aquellas palabras, transmitiendo que ya estaba acostumbrado a recibir aquellos golpes y tener como recuerdos aquellas horribles manchas moradas, y que no tenía problema alguno con ello, pero Cedric no pudo evitar preocuparse aún más y le propuso acompañarlo a la reunión para evitar que las cosas se salieran de control.
Su amigo se negó, diciéndole que se mantendría al margen de la conversación, pues era el menor de todos y probablemente su opinión no valdría tanto como la del resto, que ya eran experimentados en el tema.
El sirviente se limitó a asentir y no le quedó otra opción que aceptar. Llevó a su amigo al área de reuniones y cerró la puerta tras él, pero no se movió ni un milímetro. Si algo pasaba, mejor dicho, si algo le pasaba, él quería estar ahí para ayudarlo.
Creía plenamente en las palabras previamente dichas por su príncipe, pero no era él de quien desconfiaba.
Esperó largos minutos, que se hicieron horas. Solo podía imaginarse a Leanne, quien odiaba todo lo que tenía que ver con política, muy contradictoriamente a su futura profesión, estando ahí dentro, queriéndose morir de aburrimiento. Rió levemente ante tal pensamiento y siguió vagando en ellos para matar el tiempo.
Recordó cómo se conocieron cuando tenían sólo nueve años de edad, mientras que Leanne tenía ocho. Él había estado andando cerca al castillo, camino a la casa de su médico para comprar medicamento para su madre, cuando algo chocó contra su cabeza, haciendo que pierda el equilibrio y cayera estrepitosamente.