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Era un día lluvioso, la noche ya había llegado, y el capitán de los caballeros de favonius, Kaeya, se sentía cansado, necesitaba un trago.

Para eso, caminó hasta la taberna de su querido Diluc, era casi obvio para él que el pelirojo no lo quería ahí, su mirada lo decía, o simplemente la manera en la que se comportaba con él. Pronto llegó a su destino, suspiró y abrió la puerta del lugar, entrando con una sonrisa amplia y brillante, encontrándose en la barra a Charles y a su lado a Diluc.

Diluc lo miró con un rostro serio, y Kaeya tomo asiento frente a él, sin borrar la sonrisa de su rostro. Para ese momento, Kaeya estaba empapado, su camisa lograba transparentarse un poco y su cabello goteaba.

—¿No pudiste secarte antes de llegar?

Preguntó Diluc con cierta molestia mientras acomodaba unas cuantas copas que se encontraban frente a él.

—Haha...venía pasando, así que decidí llegar de una vez, además no estoy tan sucio y mojado, ¿o  si? da igual, si quieres puedo ayudarte a limpiar.

El mayor suspiró y le acercó una botella de vino; el pelirojo sabía que le gustaba tomar al menor, así que no hacía falta que preguntara qué tomaría. El menor tomó la botella en sus manos, la destapó sin problemas y sirvió un chorro en la copa. Y así fue, durante muchas copas más, hasta que un rubor apareció, abarcando su nariz y mejillas, indicando que el menor estaba ebrio. Claro, para Diluc no era sorpresa, aún que si era estresante cuidar de él, no le agradaba estar cerca de borrachos como ellos, pero con Kaeya era distinto, a pesar de no soportar demasiado los efectos del alcohol en las personas, sentía la necesidad de cuidar de Kaeya, eso sí, odiaba admitirlo, le tenia cariño, por lo que no lo dejaría a su suerte en ese estado.

Pronto se hizo de madrugada y la gente comenzaba a irse, Charles ya se había ido y solo quedaban unos cuantos aventureros que pronto se retirarían; frente a él estaba Kaeya, recostado en la barra del lugar, sosteniendo su última copa, el de tez canela murmuraba cosas que el pelirojo no entendía, eran palabras tan cortadas o bajas que solo lo ignoraba, después de todo eran cosas sin sentido, lo normal.

Kaeya terminó su copa y Diluc retiró la botella de enfrente suyo, cosa que el peliazul frunciera el ceño con molestia. Pasó media hora cuando la taberna ya estaba completamente vacía, bueno, solo Diluc y Kaeya se encontraban ahí, el mayor limpiaba las mesas y barría el lugar sin despegar la vista del Kaeya ebrio de la barra.

—¿Desde cuándo eres tan guapo?~

Dijo Kaeya aún recargado sobre sus brazos en la barra, Diluc lo miró y decidió ignorar sus palabras, volviendo a lo suyo. Pasó media hora más y el mayor había terminado de asear todo el lugar, Kaeya aún se encontraba ahí, murmurando cosas y jugando con sus manos; unos minutos después terminó de limpiar absolutamente todo.

—Kaeya, deberías irte a casa, ya voy a cerrar la taberna.

No escuchó respuesta.
El pelirrojo se giró y para su sorpresa el menor estaba dormido sobre sus brazos, con su cabello sedoso y brillante cubriendo parte de su rostro. El mayor suspiró y se acercó un poco a Kaeya para mover suavemente su hombro, pero claramente no despertó. Suspiró y lo subió a su espalda para así salir de la taberna y cerrar, dirigiéndose al viñedo con el de tez bronceada en la espalda.

El camino al viñedo fue silencioso y tranquilo, a Diluc le era fácil llevar a Kaeya sobre su espalda, quitando el hecho de que su ropa seguía mojada, por lo que el frio se pasaba a su  cuerpo. Pronto llegaron al lugar, y el pelirojo abrió la puerta con una mano mientras que con la otra sostenía al menor, entraron al lugar y subió las escaleras. Esperaba que alguien lo recibiera para así dejar a Kaeya a cargo de alguien más, pero para su mala suerte, no había nadie, había olvidado que les dió un descanso a todos, después de todo, creyó que estaría solo.

- Esclavo -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora