Encerrada. Estaba encerrada, expuesta a un mundo lleno de personas con mucha prisa. Las madres corrían para dejar a los niños a tiempo en el colegio, y luego corrían de vuelta para llevarlos a casa. Mucha prisa por todas partes.
Una pareja paseaba siempre por la calle. El hijo mayor se me quedaba mirando un rato, hasta que sus padres le regañaban. Un día nevado, el niño de siempre se quedó mirándome, como siempre, y pidió a su madre entrar.
Ella era una mujer elegante, siempre vestía de rojo, con vestidos caros y joyas. Y sus hijos, como no, trajeados y de etiqueta hasta para pasear en el parque.
–Quiero esa muñeca.–Habla el niño al vendedor.–
–Pero Eric, eres un niño. No puedes tener juguetes de niña.–Su madre le habla. Él se queda inmóvil.–Dele la muñeca, yo pagaré.
El anciano dependiente me levanta y me deja en las manos del niño. Él me sonríe y comienza a alzarme en el aire. Jugamos juntos por días, que se convirtieron en meses, y luego en años. Hasta dormía con él.
Poco a poco fue perdiendo el interés en mí. Me dejaba en la cama, de adorno, y ya nojugaba conmigo.
Una noche, me caí debajo de la cama y ahí me quedé, hasta que Derek, el hermano menor de Eric, consiguió verme y me dejó en la cama.
–Eric, tu muñeca estaba debajo de la cama, ¿puedo usarla?
–No, consíguete la tuya.–Eric lo miró mal, y me arrebató de sus manos con tal brusquedad, que se me rompió un brazo. Quise gritar de dolor. Eric me aventó contra el suelo.–Mejor sí, toma esa estúpida muñeca, ya no la quiero para nada, porque está rota.
Derek me levantó del suelo, me llevó a su cuarto, y me arregló el brazo. Me sonreía.
–Si juego contigo, te vas a romper.–Pensó por unos minutos.–Ah, ya sé.
Me llevó a una habitación oscura, con una vitrina en mitad, y ahí me dejó, apoyada en un hierro.
Los días pasaban, aunque yo no veía la luz del sol. Eric entraba de vez en cuando, para verme y limpiarme, y luego se iba.
Semanas...
Meses...
Esperé por él durante años, pero yo ya no era parte de su mundo.
Un día, entró a prisa y corriendo, a coger unos zapatos, y me miró. No a la muñeca, si no a mi, a mi alma. Estaba guapísimo, con su cabello rubio ceniza, sus vaqueros grises y su camisa blanca. Me quedé observando cada parte de él. Ya había crecido. Y estaba muy guapo.
Cuando se fue, me quedé a solas con mis pensamientos.
"Desearía ser una humana, así podría estar siempre con él. Incluso volver a dormir juntos y jugar..."
–Tus deseos son órdenes.
Un hombre mayor, con un traje rojo, se acerca a mí y me saca mágicamente de la vitrina.
"¿Quién eres?"
–Vengo a cumplir tus deseos. Vas a ser una humana, aunque yo también quiero algo a cambio.–Sonríe con maldad, y yo tiemblo por dentro.–No tengas miedo, solo quiero una cosa.
"¿Y qué es lo que quieres? Haré lo que sea, con tal de estar con él."
–Que te cases con él. Para siempre. No podrás separarte de él, y cuando muera, morirás tú también.
"Eso es lo que yo quiero, vivir con él para siempre."
–¿Cerramos el trato?
Él extiende su mano y agarra la mía. Una calidez comienza a abrumarme internamente, seguido de un dolor agudo en todo el cuerpo. Mis pies y piernas comienzan a tomar forma humana, y yo solo cierro los ojos, gritando de dolor y cayendo al suelo. El mago se va, y yo me quedo ahí tirada, hasta que viene Derek corriendo, seguido por sus padres.
Los ojos de los tres se posan en mí, tirada en el suelo. Derek se acerca y me ayuda a levantarme. Lo miro a los ojos. Es él. Esos inconfundibles ojos azul celeste, y esas mejillas regordetas. Aunque ahora es más fuerte que antes.
–Derek. Eres tú.–Hablo sin querer.–
–¿Linda? Imposible...
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Mía
Fantasi¿Cómo he podido desperdiciar así mi vida? Yo... Que podría haberlo tenido todo... Ahora, no me queda... Nada...