Prólogo

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La comitiva se detuvo ante las puertas de la imponente fortaleza. Lord Shaw esperaba impertérrito sobre la impenetrable muralla. Vigiló, sin mover ni un músculo, cómo el ejército del poderoso Strone y el de lord Holme acampaba fuera mientras los lores entraban en sus dominios, acompañados de un pequeño séquito. Solo cuando el pequeño grupo se detuvo en el medio del patio, mirando a su alrededor, sin descabalgar, casi listos para enfrentarse a cualquier emboscada, bajó las escaleras de piedra que lo llevaban hasta ellos.

Los observó uno a uno, sin perder detalle. Ya conocía a lord Strone y a Brandon MacIvor, también a la princesa Kelleeka, pero no al otro lord ni a las tres mujeres que los acompañaban, aunque una de ellas era la que se iba a convertir en su esposa. Poco le importaba cuál fuera, solo quería terminar cuanto antes. Le disgustaba tener desconocidos en su hogar, así que había hecho todos los preparativos para una ceremonia rápida en cuanto sus hombres lo habían avisado de su llegada. No iban a pasar ni una sola noche bajo su techo. Se marcharían tan pronto como ella se convirtiera en su esposa.

Megan se movió, nerviosa, sobre su caballo. El famoso lord, el hombre con el que Maeve debería haberse casado, parecía el demonio en persona. La frialdad de sus ojos, la mirada cruel, el caminar felino... Todo parecía indicar que no confiaba ni en su propia sombra y que parecía listo para saltar sobre un enemigo en cualquier momento. La impresionó que examinara a todos como si fueran rivales. Cerró los ojos tratando de recuperar el valor que se había esfumado tan pronto como lo había visto. Una mano delicada, que se posó en la suya, la trajo de vuelta a la realidad.

—No tienes por qué hacer esto —insistió Maeve.

—No voy a romper mi promesa —le aseguró con una seguridad que no sentía—. Brandon te necesita.

Maeve hizo una mueca con sus labios al tiempo que echaba un rápido vistazo hacia el hombre que había mencionado.

—Ha dejado muy claro que no quiere saber nada de mí, tu sacrificio será inútil.

—Brandon es un gilipollas. Si deja que te cases con este hombre, se arrepentirá toda la vida, aunque ahora no se dé cuenta.

—Pero me disgusta que te cases con ese salvaje —murmuró con desagrado— por mi culpa.

—Será pan comido —aseguró con convicción.

—Seguro —escupió Breena—. Tiene todas las pintas.

—Vamos, Breena, estás siendo sarcástica.

—Para nada. Cuanto más salvajes por fuera, más tiernos por dentro —sonrió embobada, mirando a su caballero negro.

Megan se encogió de hombros y suspiró.

—Tendré que amansar a la fiera, pero acabará comiendo de mi mano.

Maeve las contempló, asustada, como siempre. La calma y la seguridad de Megan la sorprendían de una manera que daba miedo cuando miraba al lord. Estaba convencida de que su locura la llevaría a la muerte.

—Estáis locas, las dos. ¿No os lo habían dicho nunca?

Ellas sonrieron.

—Muchas veces.

—Strone. —La voz firme y ronca, sonó sin emoción ninguna, atrayendo la atención de todos los presentes.

Dowald Willen desmontó y se detuvo ante él. Los dos eran de la misma estatura, la misma envergadura, la misma musculatura. En una lucha cuerpo a cuerpo, iba a ser difícil decidir cuál de los dos resultaría vencedor. Se estudiaron un rato, sin que ninguno hiciera un primer movimiento de tenderse una mano para saludarse.

—Shaw —dijo, por fin, Dowald.

—Bienvenido a mi humilde hogar. —Sus palabras parecían agradables a pesar de que su tono dejaba claro lo poco bienvenidos que eran.

La dama de hielo (La dama blanca Volumen 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora