VI.

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Gong Jun llevaba esperando en el vestíbulo casi una hora cuando ZheHan salió del ascensor. Pareció momentáneamente sorprendido de verlo, pero luego sus gestos se calmaron y adoptó una máscara de indiferencia. 

Él se puso frente a la puerta cuando HanHan intentó pasar por delante con todo el desdén que pudo encontrar. Jun lo agarró y le abrochó el único botón de arriba, murmurando todo el rato sobre hombres cabezones y abrigos baratos. 

Fuera, el chofer estaba listo para abrirles la puerta a sus pasajeros.

—Entra en el auto. Preferiría que Huang Jing-yu no supiera que hemos discutido. 

ZheHan asintió pero se negó a mirarlo a los ojos. Simon se sentía fatal. Podía ver que había estado llorando, probablemente desde que él se había marchado de la oficina. 

Ambos hicieron el camino en silencio. La posibilidad de volver a  disgustarlo era razón suficiente para no hablar. Eso era lo que pasaba con las personas sensibles y sus lágrimas.

Las usaban como armas.

Cuando el vehículo se detuvo y él trató de salir. Gong Jun le tocó la mano. ZheHan se quedó quieto mientras Jun le acariciaba la muñeca con los dedos, e  imaginaba que podría notar la velocidad de su pulso. 

—Cena conmigo mañana por la noche —le propuso Gong Jun. 

—No. 

—Entonces el sábado. 

—No puedo. 

—¿Por qué no? —no podía creerse esa conversación tan ridícula.  ¿Cuándo le había rogado a un hombre que cenara con él?—. ¿Durante cuánto tiempo vas a hacerme pagar por querer besarte? ¿Acaso ha sido un  pecado? 

—No es eso. No me importa ese estúpido beso. Ya lo he olvidado. Quizá tú también deberías. 

—Entonces, si no es por el beso. ¿Por qué no quieres salir conmigo? 

—Se me ocurren mil razones, pero la principal es que la fundación va  a dar un banquete para nuestras instituciones benéficas el sábado por la noche y tengo que estar allí.
 
—¿Va a ir alguien contigo? —si había alguien, podría asegurarse de que amaneciera el sábado por la mañana con las piernas rotas. 

—No necesito acompañante. Puedo llegar hasta allá yo solo.

—¿Por qué no lo dejas ya? ¿A qué hora paso por ti? 

Zhang suspiró derrotado y apartó la mano. 

—A las seis en punto. El banquete empieza a las siete, pero necesito  estar en el salón de eventos antes para comprobar las mesas y la decoración. Te lo advierto, te  aburrirás. 

—Lo dudo —dijo Simon con firmeza, ignorando el fuego en sus ojos.

Se preguntaba cómo sería observarlo haciendo el amor...

Haría que sus ojos brillaran si alguna vez tuviera la oportunidad.

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