❧ Renacimiento ☙

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A la medianoche, un alarido desgarrador alborotó a los animales atrapados en las jaulas de metal. El agudo sonido de una voz tan rota como el cuerpo del cual procedía sacudió las descoloridas paredes estériles. La figura desnuda de Sofía se contorsionaba sobre la camilla del laboratorio como una lombriz cubierta de sal. Su rostro hinchado por los golpes recibidos escocía ante el más pequeño movimiento. Cada lágrima derramada le empañaba la vista y la hacía rabiar. Atada de piernas y de brazos, la muchacha intentaba evitar el fatídico desenlace de su corta vida.

—¡Si no se queda quieta, lo arruinará todo! ¿¡Cómo voy a hacer un corte limpio si ella no deja de moverse!? ¡A este paso la voy a destripar! ¡Apliquémosle anestesia general! —clamó uno de los científicos enmascarados.

—¡No, esta chiquilla debe estar consciente! ¡Samsara no podrá purificarse si la chica duerme! El mensaje que nos transmitió no admite ninguna otra interpretación —Anna Petrova parecía arrojar hielo a través de los ojos—. ¡Nos pidió que le trajéramos a la chica con la marca Kaukeli y la necesita despierta! Tenemos que colocar a Samsara boca abajo junto al hígado. No nos importa si luego la mocosa se muere desangrada, ¡debemos obedecer!

—Entonces, pongámosle más correas y apretemos al máximo las que ya tiene. No debemos permitir que se mueva —declaró otro de los hombres con frialdad—. Es más, creo que deberíamos amordazarla, sus gritos me molestan.

Tras escucharlo, los demás investigadores asintieron en silencio. No podían arriesgar la supervivencia de la última de los Kaukeli por errores ridículos. Si la perdían, no habría marcha atrás. Estarían tirando años de experimentos y de pruebas a la basura. La capacidad de regeneración instantánea de los entes como Samsara era un don excepcional que codiciaban. Sin embargo, todos sus intentos por extraer sangre, células o alguna otra sustancia de aquellos entes culminaban en fracaso. Aunque los sometieron a tormentos indecibles desde que llegaron a la Tierra, jamás consiguieron extraer ninguna partícula de sus cuerpos.

Llegados a un punto en que el sufrimiento se les hacía insoportable, los Kaukeli elegían empezar a descomponerse hasta desaparecer por completo. Nada ni nadie podía detener ese proceso una vez que daba inicio. De esa forma habían perecido decenas de seres inocentes, criaturas que nunca pudieron conocer el planeta hacia el cual fueron enviadas para socorrer a una raza que solo supo dañarlas.

Ante semejante panorama desolador para su especie, ningún humano comprendía por qué Samsara aún continuaba con vida. Tampoco entendían por qué esperó tanto tiempo para comunicarse ni por qué eligió usar el código morse. El estado de coma inducido en el que lo mantenían al sumergirlo en agua era equivalente a la muerte. La composición del líquido vital de los humanos en su estado puro debilitaba a los de su clase hasta el punto de la catatonía. No obstante, ni la pérdida de sus compañeros ni las angustias a las que era expuesto minaron su voluntad de supervivencia. Por alguna razón insospechada, el ente se negaba a desvanecerse.

Después de revisar los signos vitales de Samsara, quien reposaba dentro de una cámara acuática, los expertos empezaron a preparar los instrumentos quirúrgicos. Mientras los observaba ir y venir de un lado a otro bajo la luz blanquecina, la mente de Sofía era un ciclón de emociones escalofriantes. El miedo a perder la vida solo era opacado por el pánico al imaginar el dolor que sentiría cuando terminaran de destrozarle el cuerpo. Portar en el rostro aquellas marcas púrpuras desconocidas siempre le había acarreado burlas y desprecio. No obstante, ella jamás imaginó que eso iba a convertirse también en una condena a muerte.

La muchacha dormía sola en su habitación cuando la noche más aterradora de su vida empezó. Un violento tirón en sus piernas la sacó del sueño con el corazón acelerado. Un tipo fornido cuyo rostro no se distinguía en la oscuridad le cubrió la boca y la arrastró consigo hacia el exterior de la casa. Al salir de la pieza, las luces encendidas del pasillo le permitieron identificar el característico uniforme de los militares en las piernas de su captor.

De sangre mestiza y polvo estelarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora