Lluvia carmesí

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Nacer bajo una estrella maldita y con un ojo rojo como la sangre, era de los peores augurios para un niño que apenas entendía del mundo.

Wu Ming aún recuerda el día en que intentó quitarse la vida, arruinando el festival de Xian Le a su paso.  Detestaba el mundo, el mundo le detestaba. Las acciones y los sentimientos eran recíprocos.

Ese día las cosas no salieron como él imaginaba. Al ver la celestial figura de un joven alto, delgado y de ojos tan deslumbrantes que traspasaban la máscara, Wu Ming retrocedió a sus intenciones. Quién diría que su mala suerte causó que los espectadores aún así terminaran arrojándole.

Por lo menos su desgracia tuvo sus beneficios, cayó directo en los brazos del ser celestial y este le defendió como si fuera la criatura más hermosa del planeta. Poco tiempo después, el pequeño maldecido juró su vida y su lealtad a quien había ascendido a los cielos como inmortal, llevando flores simples pero deslumbrantes a cualquier santuario que le permitiera entrar.

Así que cuando Xian Le cayó y la gente dejó de creer Su Alteza Real, Wu Ming defendió una y otra vez su postura y juró vengarse de todo aquel que le hiciera daño a la persona más pura que había conocido.

Es por eso que estuvó ahí, luchando por él.

Murió por él.

Se convirtió en un fantasma por él.

Casí desata una masacre por él.

Y estaba a punto de transformarse en devastación por él.

No importa que, cualquier método era válido para traer de regreso al motivo de su existir.

En el momento de la apertura de monte TongLu, Wu Ming se volvió loco de ira. La energía fluía y se desbordaba una y otra vez provocandole perder el sentido del tiempo.

Pero, él no era el único. Todos los fantasmas se descontrolaban cuando existía un llamado para una futura calamidad,  pocos eran los dichosos de llegar a TongLu y aún más escaso el sobrevivir.

Entraban miles, salía uno.

Lo único que confortaba a Wu Ming era el anillo guardado en su pecho; las cenizas de su amado. Meses, tal vez años. Perdió la estimación del tiempo debido a que era casi imposible distinguir el día de la noche, el si se encontraba en el interior, o en su escondite favorito donde permanecia horas y horas esculpiendo estatuas de su amado, perfeccionando la técnica para en un futuro levantar templos en su honor. Las cosas fluctuaron hasta el momento en que tuvo que crear su arma espiritual con su ojo maldito para salvar diversas criaturas.

Todo su ser punzaba de dolor como si incluso siendo un fantasma el sufrimiento era tan real como el de un mortal, al menos la pesadez de una maldicion era dirigida hacia la cimitarra nueva bautizada como E-Ming. El ojo, aún fresco y bañado en energía roja como si fuera sangre, giraba locamente, feliz de tener vida propia.

A Wu Ming poco le importaba salvar criaturas, pero sabía que era algo que Su Alteza Real haría y por lo que estaría muy feliz. Los llantos agradecidos pronto se vieron bloqueados por una barrera blanca y el zumbido fuerte en sus oídos. Tuvo miedo de pensar que se trataba de un ataque sorpresa hacia su fantasma y de inmediato sostuvó a E-Ming con fuerza, en posición de pelea.

Campanadas, muchas campanadas.

La energía que le rodeaba irradiaba paz y tranquilidad, algo que Wu Ming no experimentaba desde...siempre. Esa sensación le resultaba incomoda, tan incomoda debido a la falta de familiaridad.

Cuando menos se dio cuenta ya se encontraba en un amplio corredor rodeado de magníficos palacios. Lluvia del color de la sangre caía con fuerza bañando las túnicas de Wu Ming, pasando de gris a rojo en el color de la tela. Su cabello deslizó hacia abajo, bloqueando la cuenca de ojo vacía.

La calamidad en búsqueda de Lluvia CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora