1

2.3K 66 0
                                    

Mía

Desperté tras el sonido de la alarma, mis ojos se abrieron de par en par, con un sobresalto de por medio, la apagué.

Levanté cuidadosamente la manta que cubría mi cuerpo, dejando que el frío me invadiera. Mis gélidos dedos pasaron por mi cara en un vago intento por despertarme.

Me levanté, con pesadez arrastré mis pies al baño.

Tras haber pasado al menos media hora ahí dentro, salí fugazmente a la cocina, a la que mientras más me acercaba, el olor a medialunas calientes inundaba mis fosas nasales, como si tratara de embriagarme con su aroma.

Me senté y desayuné, mantuve una corta pero cálida conversación con mi mamá, que pronto se tendría que ir al trabajo, así que me tendría que apurar si deseaba llegar a tiempo.

Alimente a mi mascota, Lola, y llegue a la entrada de la casa, en donde yacía mi mamá, esperándome para salir.

El camino a la escuela fue corto y preciso, aun así, me dio tiempo para hablar con mi mamá, de cosas triviales, pero entretenidas para pasar el rato.

Por más que quisiera, yo nunca llego a tiempo, y esta vez tampoco fue la excepción. Corrí hasta llegar a mi salón, cuando llegué me quedé en la puerta esperando a que la profesora quitara su vista de la pizarra y se diera cuenta de que yo estaba ahí y me diera permiso para entrar. La profesora se limitó a mover la cabeza y dedicarme una mirada gélida.

A penas logré entrar me senté junto a una amiga, Angie, se podría decir que es mi mejor amiga, no hay persona en el mundo que me entienda más que ella y a pesar de que peleamos sin falta todos los días, siempre lo arreglamos, pues no son peleas realmente serias. Hay veces no la entiendo y es un poco rara, sin embargo, ella es el mejor regalo que la vida me pudo haber dado.

—¿Qué hacen?—pregunté mientras sacaba mis cosas de la mochila tras haberme sentado.

—No tengo ni la menor idea, creo que es física.—la morocha parecía estar disociando completamente, sabía que no se le daba física, pero ella ni siquiera lo intentaba

Resoplé y con lo poco que había en la pizarra intenté ponerme al corriente de lo que ocurría en clase.

Resoplé y con lo poco que había en la pizarra intenté ponerme al corriente de lo que ocurría en clase

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Vi a Angie sacar su comida de la mochila y caí en cuanta de que no había traído mi comida. Maldecí internamente por no haberme acordado de eso.

—No trajiste la comida.—declaró Angie, como si supiera que ocurría por mi mente.

—¿Cómo sabés?—pregunté tras una risilla.

—Te quedaste mirando al piso como boluda en vez de sacar tu comida. Te vas a cagar de hambre, pobre.—dijo Angie con la boca llena.

—¿Quién se va a cagar de hambre?—habló una voz tras nosotras, aquella intervención me sobresaltó al punto de pegar un pequeño salto. Miré hacia atrás para encontrarme a Tomás, otro de mis mejores amigos, con Angie formábamos un trío, el trío más fachero del mundo, somos inseparables, Tomás es el que se encarga de calmar las pequeñas disputas que se forman entre Angie y yo, es ese tipo de amigo que siempre está para ti, en todo momento y sin excepción, también es ese amigo que te caga a puteadas para ponerte los pies en la tierra, lo considero otro regalo que me envió la vida.

—Mía, porque a la pelotuda se le olvidó la comida.

Reí y hablé.

—Voy a comprar antes de que se nos termine el descanso.—dije mientras me levantaba.

Me dirigí hasta el kiosco que se encontraba en la escuela, estaba repleto de gente, y una gran fila cruzaba el patio. Me puse a la fila como todos en el lugar.

Sentí un empujón atrás mío, y volteé para encontrarme con un morocho, alto, muy alto, con pestañas largas, una nariz perfilada y un par de ojos chinos y marrones. Bastante atractivo a la vista la verdad, el morocho parecía también haber sido empujado, sin embargo, apropósito, pues se encontraba riendo.

—A vos te conozco de algún lado.—el chico habló sin pudor alguno mientras entrecerraba sus ojos, intentando recordar. Pareció recordarlo cuando chasqueó su lengua y con una sonrisa dijo.—Vos sos la de lengua.—afirmó.—La de la vieja Marta, te vi ayer llegando tarde.—¿cómo te llamabas?—miró hacia arriba en un intento de recordar mi nombre.

—Mía.—reí.

—¿eh?

—Mía me llamo.—el chico iba a hablar cuando me tuve que voltear para ver al vendedor que me había hablado para atenderme.

Just friends?;spreen (en edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora