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Gianna

(SEIS AÑOS)

Hoy empiezo mi primer día de colegio. Mamá me despertó hace media hora, pero lo que no sabía era que yo ya estaba sentada en la cama con todo preparado.

Desde que me he mudado de Inglaterra a Italia no he parado de pensar en este día. Estoy muy nerviosa porque mis padres no me han enseñado suficiente italiano como para poder tener una conversación fluida y no puedo saber si mis compañeros entenderán mi inglés.

Ahora estoy sentada en la gran cocina del hotel de mis abuelos y mi padre está preparado sus famosos bollos de arándanos

—¿Estas nerviosa mi pequeña Gigi? —me pregunta el Nonno Carlo cuando entra con una bandeja humeante de los bollos.

Asiento con mi cabeza y me lanzo hacia el para llegar a los dulces. Fallo en el intento, porque unos brazos fuertes me agarran de la cintura y me tira para atrás.

—Te vas a quemar. —puntualiza la voz dulce de mi madre.

—P-pero mamá, tengo que irme ya y no puedo esperar.

La saliva está a punto de derramarse por mi boca y no tengo otra cosa que hacer que sentarme en el suelo con los brazos cruzados para dar pena.

Se que soy pequeña, pero no tonta. Se lo que tengo que hacer para conseguir atención.

–¿Qué te parece si te lo pongo para llevar en el desayuno compartido del cole? – pregunta mi madre para convencerme.

Asiento con la cabeza y le tiendo la mano para que me lleve al coche para poder llevarme a mi primer día.

–Estoy nerviosa, mami.

Una mano se posa en mi cabeza y me da suaves caricias que me hacen quedar un poco dormida antes de llegar a nuestro destino.

El camino dura otros cinco minutos, la puerta cada vez está mas cerca y miles de niños la rodean.

–No puedo hacerlo. –digo mientras me aferro a la pierna de mi madre.

–No pasa nada, aquí esta tu primo para ayudarte.

Levanto la cabeza y veo como mi primo se viene acercando donde estoy con mi madre, pero, no viene solo.

El niño que va al lado suyo tiene un pelo rubio que brilla desde la distancia y una luz en los ojos que me han dejado ver hasta su alma.

Creo que me han entrado maripositas en el estomago

–Soy Gianna. –le digo extendiendo la mano e ignorando el saludo de mi primo.

–Thiago. –dice, secamente.

Miro a mi primo por el rabillo del ojo y espero que le diga algo para que se enamore de mí.

–Es mi prima pequeña, no le hagas caso si te declara su amor a los cinco segundos. Está en esa etapa.

Ambos chicos se ríen de mi y se van chocando puños mientras me dejan al lado de mi madre con las lagrimas picando en mis ojos.

La semana pasada le pregunté a mi madre sobre el amor y nunca había sentido esas mariposas de las que me hablo hasta que he visto a Thiago.

–Mi primo ha sido malo. –sollozo un poco y dejo ver mi vergüenza en forma de lágrimas.

–Ya verás que solo ha sido cosa de un día. Harás muchos amigos, porque todo el mundo quiere tener una pequeña Gianna en su vida.

Con esas palabras de mi madre me adentro a la escuela para afrontar mi primer día.

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Por fin era fin de semana, estos primeros días de colegio se me han pasado muy lentos y mas cuando me he dado cuenta de que el primer día todos se acercaron a mi por la comida que llevaba.

Las profesoras han sido muy amables, pero cada vez que me cruzaba en el recreo con mi primo, el me señalaba y todos sus amigos se reían de mí.

Ahora estoy en mi cuarto mirando al techo mientras pienso en bajar para jugar a la hora del té con mi madre. Cuando vivía en Inglaterra siempre jugaba con la niñera, pero aquí en Italia no tengo de eso y me aburre bastante.

–Gigi, tienes visita. –escucho decir a la voz de mi madre desde detrás de la puerta.

Me incorporo del suelo y voy hacia la puerta para abrirla, encontrándome a mi madre de pie junto al amigo de mi primo.

–No quiero que este niño malo esté aquí.

Lo miro de arriba abajo y veo que tiene sus manos en la espalda escondiendo algo.

Supongo que esto es una especie de disculpa por portarse mal conmigo delante de todo el mundo.

–Vengo a pedirte perdón y te he traído un regalo.

Extiende sus manos hacia mí y veo el peluche mas bonito que me podían haber traído.

Es una gran abeja con colores vivos y unas pequeñas mejillas sonrojadas con tres puntos que hacían la simulación de unas pecas.

–Te perdono, Thiago.

–Muchas gracias.

Ambos nos miramos por un segundo y una idea cruza por mi cabeza desde el día que lo vi.

Mamá dijo que las personas que se regalan se quieren y todo lo de mi cabeza empieza a cobrar más que sentido.

–Eso significa que te vas a casar conmigo y jugaremos al té ingles todas las tardes.

El asiente con la cabeza y me tiende la mano para cerrar nuestro pacto.

–Trato.

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