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Gianna

El día no podría ir a peor.

Hace dos semanas reservé un vuelo a Italia para resolver todo el asunto de la herencia de mi abuelo, todo iba perfecto hasta hoy.

Acabo de llegar a Florencia y mi equipaje ha desaparecido, hace unas horas me avisaron que toda mi ropa había sido mandada destino a España por equivocación y lo más gracioso del asunto es mi móvil. Este pequeño artefacto de mierda que tengo en la mano decidió avisarme que contaba con un cinco por ciento de batería, estando mi maldito cargador camino de Francia.

En el aeropuerto solo me dieron una hoja de reclamación para que mis maletas fueran enviadas y facturadas en el siguiente vuelo.

Puede que no sea todo tan trágico, pero tras un largo camino de una hora en un taxi apestoso con un señor que no me paraba de hablar de su divorcio, mi cabeza quería divorciarse de mi cuerpo.

Mi destino tendría que ser el pequeño apartamento que había alquilado en el centro de la ciudad, pero como desde allí no puedo tener contacto con mi primo hasta que consiga un nuevo cargador he decidido hacer una parada en el hotel de nuestra familia donde él trabaja.

El hotel está a las afueras de Florencia en medio de la nada, todo rodeado por árboles y con unas instalaciones inmensas. En la década de los sesenta era uno de los hoteles más famosos y concurridos de la ciudad, pero, tras la muerte de mi abuela todo fue en decadencia.

Ahora es un hotel familiar donde todos los empleados tienen algo de sangre en común. Ya sea que estén casados con alguien que se apellide Bianchi o que ellos mismos lo porten.

Mis días de infancia se podría decir que trascurrieron allí. Di mis primeros pasos, dije mis primeras palabras, hice amigos y conocí el amor.

–Ya hemos llegado, señorita –dice el conductor.

Le doy las gracias y con mi pequeña maleta de mano me bajo del taxi.

Todo está tal y como recuerdo. El exterior sigue siendo igual de bonito y rustico, el camino de rosas que guía a la entrada huele a recuerdos y el interior tiene la esencia de mi abuela.

Flores por todos lados, cortinas bordadas con el hilo más fino de Italia, jarrones azules y azulejos verdes.

A lo lejos veo la silueta de una persona alta mirando justo a donde me encuentro yo. Con solo el móvil en la mano y un hormigueo en el pecho me acerco a la puerta.

La figura de mi primo se va haciendo más visible. Su traje negro reluce con los rayos del sol que se posan sobre él, y su expresión de pocos amigos me hace pensar que lleva mucho tiempo esperándome

–Creía que no llegabas antes de que se pusiera el sol.

–No seas tan ridículo y estirado, estoy aquí sana y salva. –contesto dándole una palmada en el hombro.

Esperaba una reacción más familiar, pero en su lugar su fría mirada me cala todos los huesos del cuerpo.

La última vez que lo vi todo estaba bien, éramos unos primos con una gran complicidad y muchos amigos en común. Puedo llegar a entender que me huida a la otra punta de Europa les afectó a todos mis familiares más cercanos, pero ellos deben entender que todo lo hice por ellos y por mí.

–Sígueme. Tenemos cosas más importantes que hacer antes de fingir que no te hemos echado de menos todos estos años.

Sus palabras hacer que el hormigueo que tenía antes en el pecho se vuelva un pellizco que está haciendo daño.

Con la mirada puesta en mis zapatos sigo el paso de mi primo y entro por las grandes puertas de madera.

El interior puede ser muy acogedor para las personas que se hospedan. La cantidad de plantas y jarrones pueden llegar a crear un desastre visual, pero sé que era el tipo de desastre que amaban mis abuelos.

Dondequiera que vayamosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora