Aventura.

174 17 12
                                    

Las alas blancas del arcángel se batían sobre el cielo y contra el viento. Estaba cerca del Olimpo.

Su padre había sido muy claro, y su misión era llevarse a la diosa bruja. Aunque creía que Hécate no iba a negarse. Después de todo, siempre le había preocupado ser rechazada por Padre.

Aunque también estaba la duda del por qué justo ahora quería conocerla.

A lo lejos se alzó el enorme monte Olimpo. Miguel llegó a casa de Hécate primero, pero como era de esperarse, la diosa no se encontraba ahí. Decidió ir a ver si se encontraba con Deméter en el bosque, pero antes, pasó frente a la mansión de Zeus y Hera, visualizando a la rubia en el jardín junto con su hijo Ares.

—¿Miguel?—Dijo Hera y se acercó al ángel.— ¿Qué haces aquí?

—Hola Hera.—Saludó él.— La verdad es que buscaba a Hécate...

El castaño sintió un ligero nerviosismo ante la mirada de la rubia.

—Oh, bueno seguramente estará con Deméter.

—Seguro.—Respondió y sintió que su voz se hacía aguda.

—¿Estás bien? Seguro estás cansado por el viaje.—La diosa miró a todos lados. No deseaba ver a su esposo por ahí en ese momento.— ¿Quieres beber algo conmigo?

—¿Beber...?—Preguntó dudoso, pero sería sólo un trago..¿no?—Si, claro. Tengo unos minutos.

Aseguró él y comenzó a seguir a Hera a través de su jardín principal. En ese momento se percató de la mirada de Ares. El dios mantenía fruncido el ceño y miraba a Miguel de arriba a abajo.

—Ares, querido.—Dijo ella.— ¿Podrías ir a ayudar a Efesto? Tu padre le encargo algunas armas. Ayúdale a probarlas y a lo que necesite.

El dios iba a pronunciar algo, pero la mirada fulminante de su madre se posó sobre él.

—Claro.—Dijo finalmente y se levantó de su lugar.

—Buen chico.

Ares se marchó de ahí. Su madre actuaba raro cada que veía u oía sobre ese ángel molesto.

Hera guió al castaño a través de los lujosos pasillos de su mansión. Algunos retratos colgaban de las paredes, el más grande e imponente era el de Zeus y sus dos hermanos.

—Les encanta mostrar que tienen el poder.—Dijo la diosa mirando el cuadro.— Pero ocultan su miedo, dudan a veces... generalmente con mujeres.

—La reputación de los dioses olímpicos se conoce en casi todos lados.—Confesó Miguel.— Especialmente la de ti esposo.

—Si claro.—La diosa puso los ojos en blanco.— Todos lo conocen y a su esposa celópata... o eso dicen.

Llegaron a la sala. Y entonces Miguel tomó asiento mientras Hera acercaba a ellos una botella de vino y un par de copas. Los asientos eran de seda y blancos. Justo en medio se encontraba una pequeña mesa de cristal.

La diosa se sentó a lado del Ángel y le entregó una copa llena de vino.

—¿A qué haz venido exactamente?—Cuestionó ella mientras meneaba si copa llena de vino.

—Asuntos de mi padre, no pienso quedarme demasiado.

Ambos dieron un profundo trago al vino sin apartarla vista el uno del otro. Los ojos de Hera destellaban pequeñas y brillantes motas doradas.

—Los padres siempre son complicados.—Dijo ella tranquilamente.

—Si... aunque agradezco no haber tenido a Cronos como mi padre... ya sabes

Destiny.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora