4 Despierto

10 1 0
                                    

El insidioso sonido del despertador lo sacó de la oscuridad del sueño dejando paso a la luz que notaba a través de los párpados. Estiró el brazo izquierdo para agarrarlo y lanzarlo a algún lugar. Su mano no lo sujetó con la suficiente fuerza y se le cayó al suelo antes de que pudiera arrojarlo lejos. Abrió lentamente los ojos desconcertado al tiempo que trataba de cerrar la mano por completo sin lograrlo. Miró a su alrededor, estaba en su habitación en casa de sus padres, sin embargo, él acababa de tener de nuevo un accidente, había vuelto a mandar sus sueños y pasión por el baloncesto al garete. ¿Sólo había sido un sueño?

Se incorporó lentamente, se miró la mano izquierda, ahí estaba la fina cicatriz, apartó las mantas, su piel se estremeció un poco por el cambio, y miró su rodilla derecha, ahí la señal de la cirugía era más que notable. Por último cogió de la mesilla el móvil comprobando que aún era jueves once de diciembre. Agitó la cabeza, todo había sido demasiado vívido, demasiado real, aún podía sentir la angustia, la depresión de las últimas semanas; sin embargo, era la única explicación.

Una sonrisa se extendió por su rostro y se levantó demasiado rápido a la vez que giraba hacia el baño, acabó en el suelo sujetándose unos segundos la rodilla, estaba tan desubicado como si hubiera sido real. Se levantó sin quedarse auto-compadeciéndose, no obstante, le dio un poco de tregua a su pierna y cojeó hasta el armario, cogió lo primero que pilló y se vistió. Bajó las escaleras casi al trote y escuchó a su madre preguntar a dónde iba tan pronto justo antes de que la puerta se cerrara tras de sí. Recorrió las calles apresuradamente, cogió un autobús porque paró en una parada cuando él pasaba por ahí para ahorrar tiempo y bajarse tres después. Un par de manzanas más y corrió un poco al ver que un hombre salía del portal de la casa de Lana. Tenía que verla, abrazarla, decirle cuánto la había echado de menos aunque no tuviera ningún sentido, tenía que decirle todo lo que le había ocultado. Volvía a tener a su amiga y en ese momento le parecía algo de valor incalculable.

El ascensor se detuvo en el segundo piso y golpeó repetidamente la puerta de su amiga. La joven abrió la puerta frotándose los ojos adormilada, tan sólo llevaba una camiseta de manga corta que le iba a algo larga. Antes siquiera de abrir los ojos sintió que la abrazaban con fuerza y tardó unos segundos en corresponder el abrazo de Derek.

—Ey... ¿qué pasa? —preguntó preocupada por él, por su arrebato, no había esperado verlo ahí aunque se alegraba mucho, siempre le gustaba estar con él.

—Te he echado tanto de menos —dijo entre riendo y llorando—. Todo era una pesadilla sin ti.

Lana lo miró desconcertada. 

—Derek, hablamos ayer mismo —contestó aunque sin soltarlo, y cerró la puerta finalmente empujándola con una mano.

—Ya, pero es que... —se detuvo y la soltó con reticencia para frotarse los ojos con una mano—. Lo siento, es una locura.

Ella sonrió dulcemente, se alzó y lo besó en la mejilla con cariño. 

—¿Alguna vez se te ocurren cosas normales? —replicó en broma—. Pero suelen ser divertidas, podemos reírnos un rato.

En los labios de Derek se formó un atisbo de sonrisa y bajó la mirada.

—No creo... te mentí todo el tiempo —confesó.

Lana frunció el ceño, lo observó absolutamente arrepentido, triste, no le gustaba eso, le gustaba el Derek que reía, ese hombre bromista que la hacía reír a ella también. Tomó las manos de él y lo guió hacia el salón, dejó que se sentara en el sofá y ella se acurrucó contra él después, acariciando su pelo repetidamente.

—Te escucho, Derek, y te quiero, no voy a enfadarme.

—No podía pasar página y seguir adelante. Ya no puedo ni jugar solo, no sirvo para nada, Lana. Y odio esa estúpida carrera, estaba bien como algo que hacer cuando fuera viejo, pero no me gusta, no me gustan los malditos escritorios y los papelajos —contestó y suspiró pesadamente antes de comenzar a contarle sus incursiones en el esoterismo y ese sueño tan real que al relatarlo era inevitable que se filtrara cada emoción vivida—. Una locura —concluyó aunque estaba demasiado reciente para que la sonrisa alcanzara sus ojos.

La rubia se secó las traicioneras lágrimas que habían inundado sus ojos, debería haber intuido lo que pasaba, que él no estaba bien, pero había deseado que no fuera así, tanto como para no ver su desesperación. Lo abrazó con fuerza y dejó besos en su rostro.

—Lo siento mucho, lo siento, debería haberme dado cuenta —susurró antes de mirarlo—. Yo no podría imaginarme una vida sin ti, no ahora, por eso te prometo que te voy a ayudar, ¿vale? Y te apoyaré. ¿No te gusta la carrera? Cambia, busca algo que sí quieras hacer, que te haga feliz.

—Yo me esforcé para que no supieras el fracaso que soy —la exculpó—. Y la carrera me queda medio año y... no me gusta nada, por eso cogí Derecho, porque no me gusta estudiar, sólo era soportable porque me hice a estudiar enganchado los apuntes en la pared bajo la canasta y me lo iba repitiendo en lo que iba y venía. Ese era yo y ya no... no sé nada —trató de explicarse.

—Puede que no lo sepas, pero eso no quiere decir que no seas nada, Derek, tú eres mucho más que baloncesto —aseguró sonriéndole con infinito cariño—. ¿Sabes que hay muchos niños que están deseando que alguien tan bueno como tú les enseñe a jugar? Podemos hacer ejercicios con esa rodilla, ejercitarla para que puedas moverte mucho mejor.

—Era bueno, ahora el balón me puede y no al revés. Soy un jodido desastre —declaró alzando los brazos—, y tú no puedes hacer tantos milagros seguidos.

—No eres un desastre, Derek, simplemente tienes que volver a aprender, no puedes jugar como antes, pero eso no quiere decir que no puedas volver a controlar el balón. No soy una experta, pero puedo ayudarte con eso un poco —contestó acariciando su mejilla—. Por ti puedo hacer todos los milagros que haga falta.

Él sonrió, acunó el rostro de ella con las manos y presionó sus labios sobre los de la mujer, a la vez que iba dejando su peso caer sobre ella hasta tumbarla con él encima.

—¿Puedes convertirte en una almohada? Tengo sueño y voy a hacer pellas —preguntó con risa en la voz, suficiente drama, había ido a buscarla para celebrar que la tenía, que la vida pese a todo era mejor con ella.

Lana rio rodeándolo con los brazos y enredó sus dedos en el pelo de él. 

—Sólo si tú te conviertes en mi manta.

—Vale. Aunque no puedo asegurar que algún día vayas a poder moverte de ahí. Te sientes muy bien debajo —bromeó a la vez que se contoneaba un poco contra ella.

—Bueno... hoy tengo libre el día, así que puedo hacer el esfuerzo de quedarme todo el tiempo debajo de ti —respondió atrapando los labios de él unos segundos con los propios—. Pero igual estamos mejor en la cama, ¿sabes? Es grande.

—No tanto, se me siguen saliendo  los pies —replicó—. ¿Sabes? En el sueño tenía una cama de dos metros y medio, creo que no la tuve en cuenta lo suficiente —dijo en tono reflexivo, conteniendo una sonrisa.

Lana lo golpeó en el hombro y frunció los labios enfurruñada. 

—¿Me cambiarías por una cama de dos metros y medio? Yo puedo conseguir una de esas sin problema —aseguró seria.

Derek soltó una carcajada, la abrazó por la cintura y dejó un beso en sus labios.

—Sabía que eras la mejor opción. Vales más que un millón de sueños, incluso con cama grande —agregó lo último al tiempo que le guiñaba un ojo.

Ella negó con la cabeza sonriendo feliz, lo abrazó más contra sí, besó su mejilla y escondió su rostro en el hueco del cuello de él.

—Te quiero, Derek —susurró.

Él giró la cabeza para poder mirarla. 

—Y yo a ti, Lana, siempre.

FIN

Mi sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora