3 Sueño

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Salió de esa insufrible clase de Derecho preguntándose si cada año que pasaba el profesor las hacía más pesadas o era su impresión. Hacía tres meses que había comenzado la universidad por lo que la mitad de las clases ya las había recibido antes del accidente. Si se paraba a pensarlo intuía que la diferencia estaba en él, no había escogido esa carrera porque le gustara, no le gustaba mucho ninguna, lo suyo eran los deportes, estar en movimiento era parte de él, la había cogido porque sus padres le habían estado dando la brasa con que aunque algún día lograra jugar profesionalmente como había soñado, se haría mayor y de algo tendría que comer, por ello, sin querer complicarse había escogido Derecho, su padre era abogado fiscal. Sin embargo, ahora esa carrera insufrible era todo su futuro próximo al haber perdido sus sueños, y debía admitir que esa podía ser otra razón de que todo le costara más.

El verano yendo a un lado y a otro con Lana, incluso alguna vez aventurándose a salir por su cuenta, había sido como estar en una burbuja, podías escuchar el exterior lleno de gritos, dolor, de realidad, pero no podías sentirlo propiamente, apenas se filtraba una mínima parte de lo que te esperaba cuando esa burbuja protectora explotara y te vieras expuesto a todo aquello ante lo que habías sido un feliz ignorante. Durante el verano había sabido que su recuperación no era completa, que nada volvería a ser como antes, no había olvidado que esa noche lluviosa había dilapidado su futuro y sus sueños, pero el presente había sido lo suficiente pacífico y feliz como para no darle tanta importancia. Al retomar la universidad la realidad había clavado sus colmillos en él despiadadamente, lo que antes parecía suficiente ya no lo era. La realidad ahora era que los que alguna vez llamó amigos lo habían abandonado y no sólo eso habían seguido adelante con sus vidas, consiguiendo unos trabajos y forjándose un futuro hacia una carrera en ascenso, en busca de sus sueños. Estaba solo en unas clases que aborrecía y su humor le impedía tratar de socializar con alguien, además no quería que nadie hurgara en su vida más de lo que alguno pudiera saber ya. La pelota de baloncesto seguía mirándole desde el fondo del armario cada vez que lo abría, riéndose de él, más desde aquel día al final del verano en que estaba demasiado eufórico, demasiado loco como para cogerla, acariciar su superficie, hacerla botar y dejar que le acariciara la mano cada vez, suavemente, despacio, permitiendo que lo despertara, que le permitiera soñar de nuevo, tanto como para salir a la canasta en la parte de atrás de la casa y jugar en solitario, sólo unos gloriosos minutos hasta que un giro simple lo hizo caer por un dolor en su rodilla, cuando se levantó abatido no lo pensó, trató de coger la pelota con la mano izquierda y el agarre no fue suficiente. Todo había ido en picado desde esa tarde. Lo único bueno en esa nueva no-vida era esa amiga que había hecho donde menos se lo esperaba, pero ya ni siquiera Lana era suficiente, le costaba sonreír y bromear cuando se veían los fines de semana, cada vez más, ella ya no era suficiente.

Estaba desesperado, y como un loco desesperado que era empleaba su tiempo en tratar de recuperar lo que el accidente le quitó por muy inverosímil que fuera tener una esperanza en algo tan descabellado cuando en todo lo demás la había perdido. Se dirigió a la biblioteca, esa que había pisado lo estrictamente imprescindible en los años anteriores y en la que ahora pasaba las tardes aunque no estudiando Derecho. Se dirigió a la zona de esoterismo, a por los libros más antiguos que pudiera encontrar, nunca había creído en la magia, en lo paranormal, pero ahora tenía que creer, era lo único que lo mantenía levemente vivo.

Realizó un último ritual de los que había tomado nota en la biblioteca, era bien entrada la noche, estaba en su habitación y estaba muerto de cansancio, además al día siguiente tenía que madrugar para ir a esas estúpidas clases. Esa tarde había hecho tres, hacía todos los que encontraba por si alguno funcionaba, por remota que fuera la posibilidad, incluso cuando al verlo hasta alguien que no llevara tres meses leyendo esa clase de libros sabría que no eran más que cuentos, no perdía nada. Se frotó los ojos, se levantó del escritorio y dio los pasos que lo separaban de la cama, no tenía ni ánimo para ir al baño antes, de todas formas tendría que estar en pie en unas horas. Se puso el pijama de invierno y se metió bajo el nórdico. Sólo unos minutos después estaba dormido.

Mi sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora