2 Duermevela

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—Buenos días, Derek —saludó Lana alegremente al hombre—. ¿Qué tal va todo? —se la veía más animada que cualquier otro día, y eso ya era decir, la fisio solía estar alegre prácticamente todos los días, al menos los que él iba a rehabilitación lo estaba.

—Hola. Ahí va —contestó sin animosidad hacia ella llegando con la muleta desde el vestuario. En esas tres semanas las cosas iban mejor, aunque pequeños estaba notando los resultados de la rehabilitación que le daban cierta esperanza al menos para hacer una vida independiente, y le parecía que ella no era tan insufrible como al principio, podía pasar la sesión sin sentirse como si se metiera en un nido de serpientes que no hicieran más que lanzarle mordiscos con cada palabra—. ¿Me meto ya? —preguntó sin más preámbulo en referencia a la piscina.

—Sí, hoy vamos a calentar bien esos músculos que luego tenemos una carrera que ganar —le contó con diversión sentándose en el bordillo.

—¿Qué carrera? —se vio en la necesidad de preguntar por ese nuevo brote de locura una vez que, con esfuerzo pero maña por esas semanas, logró entrar en el agua, siempre dejando la mano izquierda bien lejos.

—El señor Mars aseguró que podría ganarte en una carrera en el agua —explicó.

El señor Mars era un hombre de sesenta años que se había roto la rótula como Derek y que había empezado la rehabilitación casi a la vez que él. A Lana le encantaba el señor Mars, era sarcástico y siempre estaba picando a los más jóvenes, no le faltaba vitalidad.

—No lo dudo, mi estilo de sujetador de canapés no está aceptado por la federación —replicó esa vez en un tono más típico de una broma lo que reducía la ironía.

Ella rio suavemente. 

—Prometió ir en la misma postura que tú, pero lleva entrenando dos días, así que tenemos que esforzarnos —lo animó entrando en el agua y acercándose a él para que se apoyara en su hombro—. Primero flexiones de rodilla y luego algunas sentadillas.

—Lo mismo que anteayer —resumió comenzando a realizar los ejercicios tras pasar el brazo izquierdo por sus hombros para que le sirviera de apoyo en el lado contrario a la pierna sana, él no podía sujetarse a la barra que había para ello, sólo a la derecha.

—Sí, todavía no estás para los plies ni los saltos de ballet —bromeó ella, poniendo una mano en el muslo de él para ayudarlo a levantar un poco más esa pierna, justo como ella quería que lo hiciera.

—Te diviertes —dijo sin atisbo de pregunta, era algo que le había quedado claro en esas semanas, pero no había expresado.

—Así es mucho mejor —aseguró ella indicándole que hiciera las sentadillas—. ¿Viste el partido?

—¿Qué partido? —preguntó a su vez, aunque sabía a cuál se refería.

Su padre le había avisado para que fuera al salón a verlo con él, como antes hacían cuando no quedaba con unos amigos, pero como hacía desde el accidente se había negado, le hacía añorar más tener un balón en sus manos, ese que estaba en el fondo del armario, ese que había abierto en un arrebato y había cerrado del mismo modo antes de que su mano derecha se entusiasmara al rozar la superficie del balón.

—Ya lo sabes —contestó ella—. Fue muy emocionante, ganaron en el último segundo —le contó sonriendo, todos los días, al menos una vez durante la sesión, comentaba algo sobre el baloncesto.

Su mente se empeñó de proveerlo de la fantasía de lo que podría haber pasado si él hubiera estado jugando con los Lakers en vez de sentado en su habitación lanzando miradas furtivas al armario, si habría sido decisivo para conseguir una victoria más holgada, cómo sería moverse con esas estrellas en la cancha, correr, saltar, esquivar a los oponentes, lanzar... sentirse libre. Cuando apartó esos pensamientos el dolor de verdad que no tenía nada que ver con sus articulaciones se vio en sus ojos verdes.

Mi sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora