2. NATHAN

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Son las 7 AM, o eso decía mi teléfono móvil. Repugnado al girar mi cabeza, decidí elegir como cómplice al techo (quien al menos respeta que hay más personas en la habitación y no se está morreando con nadie). Lo mejor que pude, ocultando mi cuerpo en las sábanas, dejé la cama. No estaba acostumbrado a ir a fiestas en las que mi ligue se tiraba a otro cuando el primero aún descansaba a su lado. Ni siquiera quería dormirme, ¡ugh! Qué asco, qué asco.

El baño era otro de mis aliados. Mi plan era fácil y rápido: desodorante, ropa y deambular por las calles hasta llegar a casa. La ropa es prestada, por supuesto. Aun así, el traje me quedaba de escándalo. Escalón a escalón, silencioso y burlón, dejé atrás la casa. Mínimo conservaba mis pertenencias en los bolsillos... Unos pasos más me hicieron chocar con alguien. Decidí no parar, pasar tres pueblos de quien sea. ¡Que hubiese mirado mejor!

—¡Eh! ¿Eres imbécil? Mira por dónde vas. —Fue a decir, irónico. La muchachita rubia tenía que ser.

—Mira, va a ser mejor que me dejes en paz, ¿vale? No quiero enfadar a tu papá.

—Pero de qué hablas, subnormal, que me has hecho daño de verdad. Que tengas más cuidado, te digo.

Con una sonrisa nueva, interesado en la conversación, me acomodo la chaqueta del traje.

—Vamos, que debería escribir una lista de los insultos que has dicho hoy para que te riña... Ya veo. ¿Sin salir una semana? —Insistí, satisfecho al verle boquear en busca de una respuesta rápida e inteligente—. No hace falta que respondas, llevo prisa. Pero bonita mancha de café.

Tenía que decirle mínimo (por si no se había dado cuenta) cómo llevaba la camisa, dejando transparente la tela. Ahora la camisa era de un tono bastante diferente al que decoraba sus mejillas, un rojo carmín que deseé guardar en mi memoria para toda la vida incluso si no volvía a cruzarme con ella. Un gruñido de la rubia fue suficiente para hacerme saber todo: le atraía. O eso o yo era un poco presumido.

—¿Y tú quién eres? ¿El niño favorito de papá que llega de fiesta a una reunión? Oh, déjame adivinar... Una reunión sobre algo que ni conoces, ni te importa, porque ya tienes su dinero. Cállate un poco y dame dinero para la tintorería... —Vaciló al decir aquello, como si no estuviera segura de sus hazañas.

Entonces, curioseé también la chaqueta prestada hasta dar con... ¡Bingo! Una cartera. Sorprendentemente, el ligue de mi ligue llevaba algo de pasta encima. Le solté cuarenta pavos, ¡ni más ni menos!

—¿Suficiente o quiere más la jovencita? Veinte más son una noche conmigo... Eso sólo una tarde. Soy buen tío.

—Ya, y que lo digas. De esos que piden perdón. Bueno, encima llego tarde al trabajo. Eh... Gracias... Bueno, de gracias nada, esto es tu culpa. ¡Mira por dónde andas la próxima vez! —Gritó a medida que se alejaba, confundida en un debate interno, supuse.

La interrupción de mi rutina se me hizo agradable, afable. Fui astuto al no coger mi propia cartera, habría visto probablemente más dinero. Porque siendo por mi aspecto o no, había dado en el clavo en todas sus palabras hacia mí. Y eso, eso sí que no tenía perdón. Algo molesto, miré a mi alrededor. ¿Cómo debía vestir si no? El hecho de no coger mi traje del suelo fue por dignidad y... Y porque estaba manchado de diversos fluidos. No era digno para una reunión.

LONELY, BUT LOVELYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora