Nunca había conocido casos de alucinaciones tan peculiares, concretas y fantásticas como las que padecían algunos de los náufragos que llegaron a nuestra isla hace poco más de cuatro meses. La mayor parte de los hombres llegaron al puerto de Makai desnutridos y deshidratados hasta los huesos. Su capitán, un hombre llamado Harris Bones, fue uno de los pocos que permanecía en pie cuando alcanzaron nuestras costas. No dijo mucho, solo que habían naufragado durante semanas interminables por un sereno mar donde nunca corría una racha de aire y jamás se levantaba el oleaje. Más tarde, cuando intenté que me contara más, se desmayó a causa de la debilidad.
Tras esto, los llevamos a las amplias habitaciones de nuestro sanatorio donde los cuidamos hasta que comenzaron a mejorar progresivamente, a excepción de unos pocos cuyo estado no cambió y empezaron a experimentar severas visiones estrambóticas sobre lugares llenos de extensas llanuras, altos picos e impetuosos palacios brillantes en las que habitaban cientos de miles de personas. Cuando se veían envueltos por estar repentinas alucinaciones, sus ojos parecían nublarse y comenzaban a divagar en conversaciones inconexas, algunas veces gritaban precisas descripciones sobre lo que creían estar viendo en ese momento y que los dejaba totalmente asombrados. Luego, cuando parecían abandonar aquellos delirios, caían inconscientes hasta que las visiones volvían a despertarlos. En un principio pensé que esto era debido a las extremas condiciones que sus cuerpos y mentes habían estado expuestas durante el naufragio y que, tal vez, algunos tardarían más en recuperarse, pero tras ver que cómo la gran mayoría volvía a coger peso y el color de sus caras volvía a brillar, dudé que esta fuera la causa.
No fue hasta dos semanas después de su llegada que el capitán Harris Bones preocupado por los delirios que atacaban a sus tripulantes y la insistencia de otros por que me contara "sobre aquella mujer", que me dijo que debía de hablar conmigo en privado. El resto de mis compañeros se extrañaron ante este repentino secretismo, pero los tranquilicé y les dije que luego se lo comunicaría. Cuando el capitán Harris Bones terminó de contarme cómo llegaron y lo que vieron en aquella extraña isla desolada llamada Esgrov no terminé de creérmelo. ¿Una ilusión? Pensé en un principio, pero los tripulantes que se habían recuperado y no habían sucumbido a las extrañas visiones, dieron el mismo testimonio que su capitán. Una isla desierta en la que creyeron encontrar la salvación, pero cuya población fue exterminada por una extraña mujer de apariencia casi esquelética y que parecía salida del mismísimo infierno. Muchos de ellos pronunciaban lo ocurrido con palabras temblorosas, incapaces de extenderse más de lo necesario.
Cuando comenté esto con el resto de mis compañeros se mostraron incrédulos, me dijeron que eran efectos que el hambre y la sed provocaron. Sus mentes estaban al borde del colapso y los engañó con aquel espejismo. Cuando dije que era difícil que todos vieran lo mismo, dijeron que los delirios de uno podrían haber influido en los demás, ya que si el primer afectado comenzó a gritar lo que veía, el resto, al escucharlo, pudieron caer presos de esas palabras y su mente recrear el mismo espejismo hasta el punto de que todos pensaron ver lo mismo. No estaba seguro de ello, sabía que era posible, pero seguía sin justificar la persistencia de las alucinaciones en unos pocos. "Su mente se quebró, doctor Bouneb" me decía mi querido amigo Frein, siendo fiel a su férrea actitud racional de los hechos. Tanto Frein como el resto de mis compañeros se dieron por vencidos tras un mes de constantes cuidados e intentos de sanar sus mentes mediante numerosas medicinas y plantas. "No podemos hacer nada por estos pocos. Se han recuperado muchos, pero por estos no hay nada más que podamos hacer" decían. Sin embargo, a cada nuevo delirio, a cada nuevo asalto que atacaba a los afectados, yo escuchaba con plena atención todo lo que decían y tomaba anotaciones tanto de las incoherentes conversaciones, como de los
lugares que creían ver. Poco a poco, no sé por qué, me fui obsesionando con los lugares que sus mentes pensaban ver.
En un principio el capitán Harris se negó a abandonar a los hombres que aún no se habían recuperado, pero tras ver en la quinta semana que no había mejoría su fe se quebrantó. "No puedo permanecer aquí eternamente, doctor Bouneb" me dijo "Hemos pasado mucho. Nuestras familias nos habrán dado por muertos. Le agradezco lo que han hecho por nosotros, pero tengo que llevar a casa al resto de mis hombres y dar una explicación a nuestro rey". Por lo que me dijo, el capitán Harris era el encargado de transportar ciertas joyas, ornamentos y telas de gran calidad desde el famoso reino de Ylem, al sur del Mar Egeon, en tierras que yo solo conocía por verlas reflejadas en ciertos mapas, hasta la Comunidad de Weinches que se encontraba a unos treinta kilómetros al norte de Makai, siendo una de las islas más grandes del Archipiélago de Sofor. Harris tenía intención de llevar la mercancía a Weinches, pues habían estado durante todo el naufragio bien guardada en cajas herméticas y no habían sufrido daño alguno y tras esto montaría a su tripulación en alguna gran embarcación que partiera hacia Ylem para dar explicaciones sobre lo ocurrido.
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Ciclo de Levion
FantasyEl basto mundo de Levion llevaba siglos con una relativa calma, pero desde hace poco algo ha cambiado. Se han abierto ciertas puertas hacia otros mundos, antiguos seres han despertado de los escondidos lugares en los que habían sido encerrados hace...