Descendientes de Mertos

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Nasur escuchaba con toda su atención lo que aquel viejo tabernero estaba diciendo. La estancia en la que se encontraba era en su mayoría de madera barnizada con argamasa en las paredes donde daba el viento para evitar que entrara la arena cuando se provocaba alguna tormenta. Entre aquellas cuatro paredes, al igual que en todo el arenoso continente de Tinarak, aún se seguían contando historias de las atrocidades que provocaron durante generaciones uno de los linajes reales más famosos de la historia del continente: el Linaje de Mertos. Una extensa familia que gobernó por la fuerza y el horror a lo largo de muchos siglos, los causantes de los mayores desastres conocidos por el hombre. Su impacto en la historia había sido tan grande que no había nadie que no conociera alguna leyenda sobre ellos. No existían escritos oficiales. La causa se debía a su último descendiente, quién mandó destruir cualquier rastro, por pequeño que fuera, sobre él y sus antepasados, hecho que incentivó con creces el gran misticismo y misterio que se ha ido creando alrededor de ellos con el paso de los siglos. Todo el mundo sentía curiosidad por lo ocurrido en aquellos tiempos y Nasur no era la excepción. Llevaba intentando recopilar información más de lo que se negaba a admitir. Sus largos meses de viaje solo le habían dado migajas. Se había movido de un lado para otro, seguido por rumores, en busca de personas que contaran alguna parte de la historia, le daba igual si era mito o realidad mientras obtuviera alguna ligera pista de la que poder continuar. Había visitado tabernas, hablado con viejos eruditos cuyas conversaciones casi siempre solían resultar frustrantes por temor a ser escuchados por algún hombre del rey, y caminado por extensos terrenos desprovistos de vida, cruzando parte del desierto de Borot y vagabundeando por cualquier lugar de Tinarak en la que había escuchado sobre posibles yacimientos arqueológicos en los que el rey de Tebas aún no había puesto el ojo. Todo ello con el fin de resolver un inmenso rompecabezas cuyas piezas parecían estar enterradas en las profundidades del tiempo.

Miró al tabernero, que era el motivo que lo había llevado a Ifway. Aquel hombre, cuyo aspecto era el mismo que el de cualquier tabernero, no tenía nada en particular, pero los rumores que corrían sobre él eran harina de otro costal. Le precedía cierta fama por tener profundos conocimientos sobre tiempos olvidados, y contar grandilocuentes historias de gloriosas épocas pasadas en la intimidad de su humilde taberna. Cuando esa información llegó hasta oídos de Nasur, hace más de un mes y medio, se encontraba arrumbado en las ciudades del sur, al borde de rendirse. Pero encendido por aquel leve atisbo de esperanza y decidido a obtener respuestas a cualquier precio, se dirigió hacia el lugar en el que se encontraba en busca del hombre que tenía delante y que recitaba con una voz potente y grave, hechos que eran ajenos a su tiempo.

―Amenertor I de Mertos fue el que cambió todo el gobierno previamente fundado por sus antecesores―continuó el tabernero. Tenía una larga melena recogida en una cola. Vestía con una holgada camisa blanca que se envolvía en sus muñecas como serpientes, un trozo de tela amarillo que hacía de cinturón y unos pantalones de cuero marrones desgastados. Al lado de Nasur, apoyados en las diversas mesas repartidas por la lúgubre estancia, había varios grupos de hombres y mujeres que escuchaban con atención las palabras del tabernero. Por lo que Nasur sabía, era el único hombre de todo el pueblo de Ifway que conocía tanto sobre el Linaje de Mertos―. Amenertor creía que los dioses lo escogieron como rey. Decía que aunque no hubiera sido del linaje Mertos también habría estado destinado a llevar la corona. Lo primero que mandó hacer fue construir el Gran Muro situado al este de Tinarak para evitar el paso de los pueblos que vivían allí. Luego, emprendió las mayores campañas militares hacia el sur en busca de nuevos esclavos que trabajaran la tierra, pues se había empeñado en terminar el misterioso Monasterio del Cielo que habían comenzado siglos atrás sus antecesores, y del cual se vanagloriaba diciendo que se convertiría en la mayor construcción jamás conocida. Para ello, Amenertor invadió el sur, los esclavizó y los obligó a trabajar el doble para generar la comida necesaria y así poder alimentar a sus constructores a la par que mantenía a La Estaca: sus imbatibles soldados capaces de adentrarse en el mismísimo infierno si así se lo pedía.

Ciclo de LevionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora