El Día de las Sentencias estabas de los nervios. Tenías miedo de tropezar o de olvidarte de lo que tenías que decir. O, peor aún, de fracasar. Lo único de lo que no tenías que preocuparte era de tu ropa. Tus doncellas tuvieron que hablar con el jefe de peluquería para hacerte algo adecuado para la ocasión, aunque quizá no podías definirlo simplemente como « adecuado» .
Siguiendo con la tradición, los vestidos eran todos blancos y dorados. El tuyo tenía la cintura alta y llevaba el hombro izquierdo descubierto, aunque sí tenía una pequeña tira en el hombro derecho que te cubría la cicatriz y al mismo tiempo creaba un efecto precioso. El top era ajustado, pero la falda era amplia y acariciaba el suelo con ondas de encaje dorado. Por detrás acababa en una cola corta que recogía los pliegues del tejido. Cuando te miraste al espejo, fue la primera vez que te viste con aspecto de princesa.
Yeon tomó la rama de olivo que debías llevar y te la puso sobre el brazo. La tradición decía que tenían que poner las ramas de olivo a los pies del rey como señal de paz y como muestra de su voluntad de acatar la ley.
—Está preciosa, señorita —dijo Tzuyu. Reparaste en lo tranquila y confiada que se le veía últimamente.
Sonreíste.
—Gracias. Ojalá pudieran estar las tres allí.
—Ojalá —respondió Sana con un suspiro.
Yeon, siempre correcta, volvió a centrar la atención en ti:
—No se preocupe, señorita, lo hará perfectamente. Y nosotras estaremos mirando, con el resto del servicio.—¿Ah, sí? —Aquello te animaba, aunque no fueran a estar en el salón.
—No nos lo perderíamos por nada del mundo —te aseguró Tzuyu.
Unos toques en la puerta interrumpieron su conversación. Sana abrió.
Era Taehyung. Te alegró verlo.—He venido a escoltarla hasta el Salón de las Sentencias, Lady Hana —anunció.
—¿Qué le parece el vestido que hemos hecho, soldado Kim? —dijo de pronto Tzuyu. Él sonrió.
—Se han superado una vez más.
Tzuyu soltó una risita nerviosa. Yeon le chistó en voz baja para que se callara, mientras le hacía los últimos arreglos a tu peinado. Ahora que sabías lo que sentía Yeon por Tae, te resultaba evidente que intentaba mostrarse impecable delante de él.
Respiraste hondo, recordando la cantidad de gente que te esperaba abajo.
—¿Lista? —preguntó Taehyung.
Asentiste, te colocaste bien la rama de olivo y te dirigiste hacia la puerta, girándote una sola vez para ver las caras de felicidad de tus doncellas. Pasaste la mano alrededor del brazo de Tae y se dirigieron al salón.
—¿Cómo va todo? —preguntaste, por decir algo.
—No puedo creer que vayas a pasar por esto —te espetó él.
Tragaste saliva, de pronto nerviosa otra vez.
—No tengo elección.
—Siempre hay elección, Nani.
—Tae, tú sabes que a mí esto no me gusta. Pero en el fondo no es más que una persona. Y es culpable.
—Igual que los simpatizantes de los rebeldes a los que el rey degradó una casta. Igual que Mina y Jungkook —dijo. Y no tuviste que mirarle a la cara para saber lo disgustado que estaba.