La familia real salió por la puerta lateral. Las chicas y tú, por donde habían entrado, mientras las cámaras seguían grabando y el público aplaudía.
Sun Ah las recibió con una mirada fulminante. Era como si estuviera haciendo un esfuerzo sobrehumano para no estrangularte. Giró la esquina y las condujo a una pequeña salita.
—Entren —ordenó, como si no pudiera pronunciar una palabra más. Cerró las puertas, dejándolas allí solas.
—¿Es que siempre tienes que ser el centro de atención? —te espetó Abey.
—No he hecho nada más que lo que les pedí que hicieran ustedes. ¡Eras tú la que no me creía!
—Te quieres hacer la santa, y esos hombres eran delincuentes. No estamos haciendo nada que no hubiera hecho un juez; la única diferencia son los vestidos bonitos.
—Abey, ¿has visto a esos hombres? Algunos estaban enfermos. ¡Y las sentencias que les han dictado son exageradamente largas! —imploraste.
—Tiene razón —dijo Chaeyeon—. ¿Cadena perpetua por un robo? Si no se ha llevado el palacio entero, ¿qué es lo que habrá tenido que robar para que le apliquen esa condena?
—Nada —soltaste—. Tomó algo de ropa para su familia. Miren, chicas, ustedes han tenido suerte. Nacieron en castas altas. Cuando eres de una casta baja y pierdes a la persona que trae el sustento a la familia..., las cosas no van bien. No podía enviarlo a la cárcel para toda la vida y sentenciar al mismo tiempo a su familia a convertirse en Ochos. No podía.
—¿Dónde está tu orgullo, Hana? —insistió Abey—. ¿Y tu sentido del deber y del honor? No eres más que una chica; ni siquiera eres princesa. Y si lo fueras, no se te permitiría tomar decisiones así. ¡Estás aquí para obedecer las normas del rey ! ¡Y nunca lo has hecho, desde el día en que llegaste!
—¡A lo mejor las normas del rey no están bien! —respondiste, a voz en grito, quizás en el peor momento posible.
Las puertas se abrieron de par en par y el rey entró hecho una furia. La reina y Seokjin esperaban en el pasillo. Te agarró del brazo con fuerza —por suerte no el de la herida— y te sacó de la habitación a rastras.
—¿Adónde me lleva? —preguntaste, con la voz entrecortada por el miedo.
No respondió.
Miraste por detrás del hombro a las chicas, mientras el rey tiraba de ti por el pasillo. Jennie se agarró el cuerpo con los brazos. Abey le tomó la mano a Chaeyeon, porque, pese a su enfado, no quería verte así.—Jungjae, no te precipites —le rogó la reina.
Dieron la vuelta a la esquina y te metió en una sala. La reina y Seokjin aparecieron un momento después, mientras el rey te empujaba, haciéndote sentar en un pequeño sofá.
—Siéntate —ordenó, aunque ya no hacía falta. Se puso a caminar arriba y abajo, como un león enjaulado. Cuando paró, se dirigió a Seokjin.
—¡Me lo juraste! —le gritó—. Dijiste que estaba controlada. Primero la salida de tono en el Report. Luego casi consigues que te maten..., ¿y ahora esto? Esto se acaba hoy mismo, Seokjin.
—Padre, ¿y los vítores? La gente aprecia su compasión. Ahora mismo es nuestro mayor activo.
—¿Cómo dices? —respondió su padre, gélido como un iceberg.
Seokjin se quedó sin habla un momento, pero luego prosiguió:
—Cuando sugirió que la gente se defendiera, el público respondió positivamente. Me atrevería a decir que eso ha evitado que haya aún más muertos. ¿Y esto? Padre, yo no podría mandar a un hombre a cadena perpetua por lo que se supone que es un delito menor. ¿Cómo puede esperar que lo haga alguien que probablemente ha visto a más de un amigo suyo azotado por menos que eso? Es un soplo de aire fresco. La mayoría de la población es de las castas más bajas, y se siente identificada con ella.