Capítulo 1

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Amanecía. Las brumas de la noche comenzaban a desvanecerse poco a poco. Los pájaros iniciaban su incesante servidumbre de trinos y melodías. La naturaleza estaba despierta.

En lo profundo del bosque una menuda figura hizo aparición de tal manera que produjo la sensación de haberse materializado de la nada. Comenzó a caminar hacia los límites del bosque, hollando la tierra con pasos calmos y suaves. En sus pies calzaba unas resistentes botas de cuero castaño, y los extremos volantes de su larga caperuza oscura no la incomodaban en su andar.

En los últimos tiempos el bosque había estado sufriendo sin que exista una explicación lógica para ello, y la naturaleza lloraba la pérdida. Las flores se marchitaban antes de lo debido, los árboles amanecían con sus cortezas calcinadas, numerosos animales se arrastraban en la hierba y morían, sin que pudiera hacerse nada para ayudarlos. Algo estaba atrayendo la muerte a estos páramos, algo que no estaba allí antes; y para detenerlo había que descubrirlo primero.

Es por ello que la bruja se dirige ahora al extremo más alejado del bosque, donde crece una planta de flores púrpuras, cuyos frutos son pequeñas bayas rojas.

Luego de varios experimentos fallidos, intentará crear Vitam Revocet, una poderosa poción capaz de devolver la energía vital aún a aquellos que se encuentran al borde de la muerte. Es una poción extremadamente efectiva, pero compleja de destilar. Ya la ha utilizado con plantas y animales en contadas ocasiones, y conoce de sus maravillosas propiedades; pero jamás ha intentado aplicarla directamente al bosque mismo. No está segura de que funcionará, pero debe intentarlo.

La bruja llevaba un par de horas de marcha, cuando un sonido emergió de la espesura, un sonido nunca antes oído en ese bosque. Fue un potente estruendo, cuyos ecos reverberaron en la silenciosa mañana otoñal, seguido del metal golpeando la carne. Inmediatamente después de ese sonido, se escuchó otro, aún más increíble, aún más espantoso: el inconfundible sonido de la voz humana.

Nadie había penetrado en los límites de esos bosques en décadas; nadie había osado hacerlo. Las leyendas de la región relataban sobre la existencia de extraños monstruos y criaturas que habían hecho de ese lugar su hábitat. Poderosos maleficios se esparcían entre los árboles, y nadie que penetraba en la espesura salía vivo de ella. Pero ahora —por primera vez en mucho tiempo— un hombre se había atrevido a internarse en la arboleda, y con ello el equilibrio natural del soto había sido alterado.

La bruja se puso en guardia. Lamentablemente había tenido encuentros con seres humanos antes, sabía de lo que podían ser capaces. Esos seres egoístas y egocéntricos no respetan a la Madre Naturaleza, que tan bondadosamente regala sus frutos. Viven, consumen y destruyen sin pensar en otra cosa que en su propio efímero placer. Jamás conocerán la tibieza de las rocas calentadas por el sol de media tarde, el suave murmullo de los pinos al anochecer, el paciente trabajo de las laboriosas abejas. Sólo conocen la codicia y la ruindad.

Sus pasos apenas se escucharon sobre el lecho de hojas marchitas cuando se acercó lentamente a la fuente del sonido.

En un claro podía verse recortada la alta silueta de un hombre maduro. Debía contar no menos de cincuenta años, y su espalda era ancha y musculosa. En sus manos sostenía una escopeta, y de su cintura colgaba una bolsa de color pardo. No se veía desprolijo ni hambriento, el bosque no debía haberlo tratado mal; si llevaba un tiempo aquí definitivamente había encontrado cobijo y comida.

A los pies del cazador yacía el cuerpo de un gran lobo de pelaje gris, con una gran mancha blanca en el centro del pecho. Sus colmillos estaban manchados de roja sangre. Respiraba agitadamente, sus costillas expandiéndose con cada bocanada de aire, con cada desesperado intento de hacer funcionar sus pulmones. No sangraba, no había recibido un disparo, pero definitivamente estaba herido. Por la forma en que se movía tenía al menos un hueso roto, las costillas probablemente.

—Maldita bestia —murmuró el cazador.

Con una exhalación de sorpresa, la bruja reconoció el acento regional en su voz. No lo había escuchado desde hacía muchos años. El recuerdo no era agradable.

El hombre se mantenía de espaldas, revisando una herida en su antebrazo, la sangre manchando la manga derecha.

—Seré bueno. Terminaré con tu sufrimiento —dijo con una voz que, sin embargo, no denotaba piedad; y apoyó firmemente el cañón de la escopeta sobre la base del cráneo del animal.

Súbitamente, la bruja tomó una decisión. Sabía que no debía hacerlo, que no era correcto, pero no pudo evitarlo; no podía sólo observar esa situación y no hacer nada al respecto.

El susurro de unas palabras específicas fue suficiente. El bosque conocía su corazón, y obedeció su mandato, por extraño que fuese.

La figura acurrucada en el suelo comenzó a agitarse, y a crecer en talla. Un desgarrador gruñido se desprendió de su garganta. No dejó de gritar hasta que la transformación no estuvo completa. Su cola se retrajo y metió dentro de su cuerpo. Su reluciente pelaje dejó lugar a una lisa piel pálida. Los músculos sobresalían a lo largo de su anatomía. Poco a poco las patas traseras tomaron la apariencia de piernas humanas, y en las delanteras creció un quinto dedo para cada una. Los colmillos se retrajeron un tanto, y si bien su boca aún denotaba cierta ferocidad, sus dientes ya no eran tan prominentes.

El cazador presenció la metamorfosis con ojos desorbitados, su mandíbula completamente abierta.

—Maldita. Maldita bestia. Maldito bosque —expresó con voz cascada, y corrió hacia las fronteras del bosque, a todo lo que sus piernas se lo permitieron. Nunca volvió a vérsele en los alrededores.

La bruja se acercó al ex-lobo —que aún se agitaba intentando respirar— y apoyó la palma en su frente. Se concentró recogiendo la energía vital que los rodeaba, y la mezcló con la suya propia para regalarsela a ese ser indefenso.

Él grito cuando sus costillas lentamente se empezaron a acomodar y sanar por sí solas. Bruscamente se puso de pie, una mirada de terror en sus azules ojos, y tambaleándose se alejó asustado.

—Espera —exclamó la bruja; y el lobo miró una última vez atrás, antes de desaparecer entre los árboles.

Tú eres mi manada 🐺 [En Curso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora