La búsqueda se desarrolló con parsimonia y determinación. Cada metro cuadrado del bosque sería registrado, tras del mínimo rastro que lo condujera al paradero de la hechicera.
El rencor anidaba en el corazón del gran lobo gris, y por momentos la ira lo cegaba cruelmente. A veces la desilusión aguardaba tras los muros de su mente, esperando el momento preciso para caer sobre su espíritu, y arrancarle el poco de fe que le quedaba.
No era tan sencillo mantener la confianza: era esta una guerra desigual; pero no importaba si debía dar pelea en solitario, no abandonaría la batalla. Esto iba más allá de su existencia, y sus pueriles amarguras y sinsabores; el bosque dependía de su valor, de su fuerza. Restablecería el equilibrio aunque tuviera que invertir hasta la última fibra de su cuerpo en ello.
Poco a poco se iba acostumbrando a una existencia fuera de la manada. La lucha por la supervivencia había sido difícil. El bosque rebalsaba de peligros, y él debía enfrentarlos en soledad. No podía permitirse bajar la guardia, ni siquiera por un minuto. Era necesario estar atento. Debía aprender todo de nuevo; observar el bosque como si no lo conociera, como si fuera su primera vez en él.
Localizaba espacios seguros, fuera del territorio de otros clanes. Rastreaba los pasos de las presas hasta sus guaridas. Recorría millas identificando corrientes de agua fresca. La cacería representaba uno de sus más relevantes intereses. Se alimentaba mayormente de animales pequeños, sobre todo conejos y aves.
Una tarde, en la que jadeaba y resoplaba en la persecución de uno de estos animalillos, éste desapareció dentro de un espeso seto de verde follaje. A su alrededor se alzaban altos los árboles. Detrás del seto no parecía haber nada, mas el conejillo había desaparecido limpiamente en su interior. Lo rodeó, olfateando el aire atentamente, con inhalaciones lentas y profundas.
Ahí había algo raro. Algo no estaba bien, no era… natural. Con un respingo el lobo adivinó magia negra en todo ello y corrió raudamente, alejándose de ese extraño seto con saltos desiguales. Sólo la magia podría hacer desaparecer a un conejo de esa manera, y nada que estuviera haciendo desaparecer a las criaturas de ese bosque podía ser algo bueno.
Más tarde esa noche, el lobo no lograba tranquilizar sus nervios; los pensamientos se agolpaban en su mente, empujándose unos a otros, en una multitud estridente y quejumbrosa. Confuso y desanimado, recurrió a su único vínculo en este mundo, el último que le quedaba: imploró con tono suplicante a la Luna, la sabia Luna; brillante, taciturna y hermosa, arrebujada en el suave terciopelo del firmamento nocturno.
Le informó a ésta sobre su más reciente descubrimiento: la existencia en el bosque de un extraño seto, un mágico y malvado seto que se dedicaba a tragarse a las inocentes criaturas sin siquiera actuar con la mínima misericordia que supondría matarlos primero.
“Tiene que estar asociado a la bruja, no hay otra explicación. Ella debió conjurarlo, quebrando el orden natural, como acostumbra. Estoy seguro de que su magia es lo que está afectando al bosque, matándolo; necesito encontrarla para acabar con la maldad de una vez por todas; te lo ruego, permíteme ver, muéstrame la verdad sobre ella, ¿dónde se esconde? ¿cuál es su secreto? ¿cuál es su relación con este bosque? ¿cómo podré acabar con la maldad?”
La Luna continuó su trayectoria, dibujando su figura en el oscuro arco del cielo; indiferente al parecer a las infantiles desdichas de los torpes mortales. Mas no en vano imperaba sobre ese bosque, irradiándolo con su energía. Los espíritus que habitaban en el bosque, esbirros de la diosa Luna, oyeron la plegaria a ella dirigida, y le enviaron al desengañado lobo una suave brisa que alborotó sus grises cabellos y lo sumió en un profundo sueño.
Sus sueños solían ser simples: escenas de cacerías y persecuciones, extraídas de experiencias vividas en la realidad. Pero este sueño fue diferente.
Se elevaba, una ligera brisa lo sostenía sobre las copas de los árboles, flotando con suavidad. El bosque se veía borroso, incierto; los contornos aparecían desdibujados, y los objetos parecían proyectar deslumbrantes haces de diáfana luz desde su interior.
De pronto, divisó desde las alturas la encapuchada figura de la bruja, que caminaba por el bosque con pasos tímidos y cautelosos. El corazón se le hinchió de feroces impulsos asesinos. Mas percibió repentinamente en su alma un intenso sentimiento de paz. La Luna había posado sobre ella su mano tibia y apaciguadora, calmando sus ansias y otorgándole un saber, mostrándole la verdad.
Espera. Escucha. Observa, pareció susurrar quedamente a su atormentada alma adolorida.
El lobo respiró profundamente y se abrió a esta extraña experiencia; fue plenamente consciente de pertenecer a esta inmensa red de vida, este enorme organismo formado por diversas criaturas que respiraban al unísono. El bosque le estaba hablando, la Luna le estaba instando a que escuche —no con sus oídos, sino con su corazón—, y eso iba a hacer. La Luna jamás lo había defraudado, había sido siempre fiel amiga y confiable guía en este desnudo desierto de desesperación.
Pronto, reconoció la escena que se desarrollaba allá abajo, era el día en que encontró a los humanos, el día de su transformación. Volvió a presenciarlo, esta vez desde la perspectiva del Espíritu del bosque, la forma en que lo había visto la Luna.
El cazador había estado viviendo en los bosques, consumiendo sin respeto, matando por diversión.
La bruja había notado señales de corrupción en la naturaleza y había salido en busca de un remedio para solucionarlo. Había contemplado en silencio una escena horrible y había rogado al Gran Espíritu que le permitiera salvar a un ser inocente, aunque ello atentara contra el orden natural de la vida.
Desde ese lugar privilegiado, dedujo la bondad, la sincera compasión en los actos de la bruja; y su alma se desgajó de gratitud. Hizo lo que nunca pensó que iba a hacer: agradeció al Universo por la existencia de un ser humano; a partir de ese gesto desinteresado un trozo de su corazón pertenecería por siempre a esa humana.
Cuando despertó, el día estaba avanzado. La Luna hacía rato que se había ocultado; mas el lobo sabía que seguía allí, en el cielo, cubierta por la deslumbrante luz del Sol.
“Gracias, muchas gracias”, susurró en dirección al cielo.
Las cosas habían dado un vuelco descomunal, un nuevo horizonte se recortaba en la lejanía para el lobo gris, le había sido otorgada una segunda oportunidad.
El objetivo era el mismo: encontrarla.
La motivación para ello no podía ser más distinta.
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Tú eres mi manada 🐺 [En Curso]
FantasyEn un sombrío bosque se encuentra la cabaña de una solitaria bruja, protegida por una compleja red de maleficios; pero su vida dará un giro inesperado cuando decida salvar la vida de un extraño lobo, transformándolo en humano. Ahora dos seres margin...