Aferrarse

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Día 4: Au/ pasado

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Observó detenidamente la nevera enfrente suya, considerando sus opciones. Su atención iba de un lado y otro a sus prospectos. Hasta que abrió la puerta y tomó aquel helado de fresas con chocolate.

Caminó por los pasillos tomando un par de cosas más, unos productos de higiene personal, unas croquetas de carne para la cena y una pasta para acompañar. Esperó en caja un largo rato, ya que era la única que estaba abierta y había demasiado gente. Pagó con el efectivo exacto y salió del supermercado con una bolsa de papel entre los brazos.

Visualizó el lugar donde había dejado el automóvil y caminó hacía el, pensando que no había olvidado nada. Rebuscó entre sus bolsillos por las llaves del vehículo.

―Obanai

Las llaves de entre sus manos se le resbalaron, cayendo estrepitosamente al suelo. La persona a su espalda recogió las llaves y se las ofreció en señal de cortesía. Iguro las tomó entre sus manos y observó al hombre parado enfrente suyo.

Supo exactamente lo que iba a decir antes de mencionarlo, sabia porque estaba presente ahí y que era lo que buscaba.

Lo vio sonreír con ese gesto, falso, arrogante y de superioridad que el portador no se daba cuenta. Pero todo en él indicaba que así fuera. La sonrisa ficticia que intentaba indicar que todo estaba bien pero siempre ocasionaba el efecto contrario

―Obanai, necesito que...

―No. ― Interrumpió el mencionado, sabiendo que era lo que iba a decir.

―Necesito que realices un trabajo. ― Habló aquel hombre extraño, ignorando la negativa de Iguro.

Sonrió mientras le entregaba las llaves a Iguro, quien se quedó de pie observando al hombre. Una persona que había conocido en su pasado y que pensó que no volvería a verle la cara tan desagradable que se cargaba. Y por lo que su presencia traía consigo.

―Sabes que estoy retirado, ya no hago esas cosas. ― Repitió nuevamente, intentando dejar claro su punto.

La comisura de los labios de aquel hombre menguó un poco, pero recompuso aquella expresión en su rostro. Nada perturbada esa cara, siempre parecía tan feliz, tan correcto y educado. Pero Obanai no se iba por esa apariencia que era una mascara a su personalidad desagradable, despiadada y asquerosa.

―Las cosas no funcionan así, una vez que entras no puedes salirte.

Iguro se fastidió de las palabras que aquel hombre decía como un predicador. Él ya había cumplido lo necesario para salirse, a pesar de que aquello fue algo imposible y casi moría, lo hizo sin dudar. Abrió la puerta de su auto y se adentró al vehículo. Asentó sus compras en el asiento del copiloto y se puso cómodo en el asiento del auto, aún con la puerta abierta lo cual le permitía ver a aquel hombre extraño.

―Ya lo he hecho, Douma. No vuelvas a buscarme.

Y sin más cerró la puerta del auto, activando la reversa y dirigiéndose hacia su casa, con los nervios en sus manos. Nadie con sentido común se oponía a Douma, era alguien de respeto por cómo había adquirido su posición. Verlo solo había sido un mal sabor de boca.

Lo había dejado atrás, al igual que su propio pasado y la vida que había tenido.

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Aparcó el vehículo en cochera y entró cagando las bolsas entre sus brazos. Las dejó en la mesa de la cocina mientras se movió por el resto de la casa en busca de una cabellera rosada. El verla todo el tiempo ahí, siempre era un respiro agradable.

Obamitsu week 2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora