Cómplice

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Día 7: Socios del crimen

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Las puertas de cristal elegantes se abrieron cuando terminó de ascender por la escalera que estaba en la calle y permitía el acceso. Los hombres que se encargaban de permitir que custodiaban la entrada lo saludaron amablemente. Él simplemente hizo un ademán con la cabeza y siguió caminando, adentrándose al edificio, siguiendo la concurrencia de gente que se dirigía al gran salón.

No habían escatimado gastos cuando levantaron ese edificio, con paredes de marfil blanco. El salón era elegante y espacioso. Un candelabro enorme colgaba en el centro, iluminando la sala con sus bombillas amarillas. Adicional, había lámparas en las paredes que iluminaban el resto de la sala. Un escenario pequeño en la parte superior, donde ya estaba montado algunos instrumentos.

Iguro Obanai tomó una copa de champagne que un mesero le ofreció al pasar a su lado, con el que cruzó una ligera mirada. Unos orbes rojos que le transmitieron tranquilidad. Ya que su presencia ahí dejaba entrever que todo estaba yendo conforme a como lo habían planeado.

El mesero se alejó mientras seguía repartiendo bebidas por todas las personas de la sala, que platicaban mientras esperaban el espectáculo.

Obanai recorrió la sala lentamente, yéndose a un lugar algo apartado, cerca de la mesa de bocadillos. Tomó un par eligiendo lentamente. Asentó un momento su copa para ajustarse el nudo de la corbata. De reojo una figura captó su atención.

La razón por la cual se encontraba en ese lugar. Aquel hombre con un sombrero blanco cubriendo su cabeza y mechones rizados bajando por su rostro. Su porte y elegante forma de caminar destacaban entre todos los invitados, además que todos lo saludaban al ser el dueño de aquel edificio. Lo vio detenerse a cruzar palabras con un empresario automotriz que conocía solo de vista.

En ese momento Muzan percibió la mirada fija turquesa y amarilla y buscó el origen de tan mortífera mirada. Ambos pares de orbes se encontraron unos segundos. Obanai retiró la mirada y levantó nuevamente su copa de champagne, perdiéndose entre la gente del salón.

Lo más correcto era decir que ese hombre era el dueño de todo el país. Por que cosa que él quería, ponía sus manos en ellas. Muzan Kibutsuji era despiadado, inhumano y cruel. Había empezado como un simple empresario en su compañía farmacéutica. Pero posteriormente quiso más poder, por lo que decidió invertir en varias compañías importantes del país. Por supuesto había compañías que no deseaban ceder acciones, pero a Muzan no podría darle más igual. Usaba cualquier método para conseguir ser el accionista mayoritario de las empresas. Con manipulación, amenazas y coerción.

Una empresa transnacional de hotelería se había negado a venderle algunas acciones y unos días después las oficinas generales habían sido destruidas por una accidental explosión. Nadie le decía que no a Kibutsuji o todo resultaba mal. Además de que tenía a los altos mandos de la policía en la bolsa, por lo que era intocable, permitiéndole hacer y deshacer de la forma que más quisiera.

Había demolido edificios de viviendas de personas por que ese sitio era ideal para construir su imperio, dejó en la calle a muchas familias sin ninguna indemnización. Y había matado sin piedad a cualquier persona que decidiera interponerse, ni siquiera encontraban su cuerpo, solo un día desaparecían. El país era su juguete personal.

Había personas que se oponían a todas sus atrocidades, pero no sabían como actuar, por que la ley o la justicia eran solo palabras. Por eso debían ir más allá de la justicia corrupta, aquello que podría ser ilícito o un crimen. Pero justo como estaban las cosas, todo parecía mejor que seguir aquel gobierno opresivo de Muzan. Es ahí donde entraba Obanai. Un agente independiente con una moralidad dudable, ya que siempre actuaba de acuerdo a sus convicciones y sus propios intereses.

Obamitsu week 2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora