Día del compañero

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El profesor de la última clase de la mañana no se molestó en aparecer por el aula, por lo que aquel día abandoné la facultad antes que de costumbre. Aun así, como tenía que esperar a que mi compañero de piso también saliera, ya que era quien me traía y llevaba en su coche cada día; aproveché para dar un paseo por el campus.

Cuando le vi aparecer, dirigiéndose hacia mí a paso ligero, ya llevaba un tiempo esperándole junto a su coche.

-Lo siento, pero hoy tengo que quedarme hasta tarde para terminar unas cosas, así que tendrás que usar la guagua para volver – me comunicó mientras se acercaba

No le dije nada. Me limité a ponerle mi cara de perrito abandonado que tan bien me salía. Era infalible.

-Vale, está bien – me contestó finalmente – te lo presto, pero por tu bien espero que no le pase nada – me dijo mientras me entregaba las llaves

Sinceramente no esperaba conseguir que me lo prestara, su obsesión por aquel coche rozaba la locura, y como hacía apenas dos semanas que me dieron el carnet, aun no confiaba del todo en mí. En fin, en poco más de quince minutos llegué al apartamento y aparqué con muchísimo cuidado, era lo que más me costaba... Una vez quedó en una posición que me pareció aceptable (soy muy perfeccionista para este tipo de cosas), bajé del coche y me disponía a cerrarlo, cuando lo vi.

Me quedé helado. El mundo tal y como lo conocía se derrumbaba ante mis ojos sin poder hacer nada para evitarlo. Bueno... quizás exagero un poco. Lo que vi fue una raya negra que había aparecido en la puerta del coche. No entendía en que momento podía habérselo hecho; nunca había conducido con más cuidado que aquel día. No era un arañazo demasiado grande, pero lo suficiente para que su  dueño fuera capaz de sentirlo nada más acercarse.

Este llegó al edificio bien entrada la tarde. Y como suponía, nada más llegar se percató del roce. Podía sentir como el edificio al completo vibraba mientras subía las escaleras. En un principio pensé en disculparme nada más verle aparecer, pero en cuanto atravesó la puerta con los ojos llameantes, y expulsando espuma por la boca; cambie de parecer.

Le dije algo para intentar explicarme, pero dado en el estado en el que se encontraba, dudo siquiera que llegara a darse cuenta de que le hablaba. Tenía toda la pinta de querer estrangularme, pero no le di oportunidad. Me di la vuelta y corrí hacia la ventana. Mientras bajaba por la escalera de incendios pude apreciar por el rabillo del ojo como un pequeño gato de pelaje anaranjado me observaba desde el alfeizar.

No era la primera vez que se enfadaba de tal manera, así que sabía a lo que atenerme: debía desaparecer de su vista el tiempo que le durara el enfado. Una vez terminara lo sabría porque siempre, después de volver a la realidad, se disculpaba por haber intentado matarme.

Como supuse, decidió perseguirme con el coche. Intenté perderle utilizando callejones estrechos, pero siempre conseguía encontrarme; aunque cuando estaba punto de alcanzarme, parecía que disminuía la velocidad y volvíamos a comenzar de nuevo. Me daba la impresión de que estaba jugando conmigo, como un animal que juega con su presa antes de devorarla.

Al doblar una esquina, vi a otro gato que me observaba desde la mitad de la carretera. En realidad me pareció que era el mismo animal de antes, pero no tenía tiempo de pararme a comprobarlo, así que no dejé que me distrajera y me oculté en el primer callejón que encontré; aún podía aguantar durante un rato más.

Mientras corría por el callejón escuché un frenazo. Me di la vuelta justo a tiempo para ver como el pobre gatito era atropellado y lanzado varios metros por los aires. Me acerqué cautelosamente. Mi compañero había bajado del coche, y estaba de rodillas, con el cuerpo inerte del gato en sus brazos. Parecía haberse olvidado de todo el asunto del arañazo.

Me dijo que teníamos que enterrarlo, así que fuimos al parque más cercano, y cavamos una pequeña fosa lo suficientemente grande. Me resultó todo un poco absurdo, sobre todo que me obligara a decir unas palabras en su honor... Al principio me negué, pero cuando me amenazó con arrancarme los dedos de la mano de uno en uno, hasta que le suplicara que me matara, decidí que era mejor hacerle caso. Cuando terminó la ceremonia, volvimos al apartamento. No sin antes hacerme prometer que pagaría el coste de la reparación.

No puedo evitar sentirme agradecido con el gato anaranjado. Sé que es un poco triste que él tuviera que morir atropellado para que yo no corriera el mismo destino. Todo por un simple arañazo... Juro que mañana mismo le llevaré flores a su tumba.

Triple EnfadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora