CAPITULO 4

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Kyungsoo se despertó con su hijo hurgando su ojo. Se dio la vuelta, tratando de volver a dormir hasta que recordó dónde estaba.

Jongin.

Él podría haberlo atribuido a un sueño, pero Kyungsoo no estaba durmiendo en el sofá incómodo y no estaba más caliente que una lata. La cama era celestialmente suave y la habitación era agradable y fresca. Mientras yacía allí, Kyungsoo repasó los acontecimientos de la noche anterior.

¿Jongin realmente había venido a rescatarlo? Casi parecía irreal. Nadie había hecho nada tan atrevido por él antes. Supo que esto era real cuando no oyó a Insung golpeando ollas y sartenes alrededor como su tío había hecho todas las mañanas, quejándose de tener que alimentar más bocas.

―Arriba ―Taeoh dijo mientras lo empujó de nuevo―. Arriba.

―Está bien, me estoy levantando, amigo. ―Él bostezó y se estiró, sonriendo cuando su hijo lo imitó. El delicioso aroma de la comida se deslizó en el dormitorio y el estómago de Kyungsoo gruñó. Sabía que su hijo tenía que estar muerto de hambre.

Lanzando las sábanas a un lado, Kyungsoo agarró a Taeoh y comenzó a hacerle cosquillas al niño. Carcajadas llenaron la habitación antes de que finalmente cediera. Sabía que Taeoh no entendería completamente lo que estaba diciendo, pero Kyungsoo sintió la necesidad de decirle de todos modos.

―Sabes que papá está haciendo todo lo posible para mantenerte seguro y feliz, ¿verdad?

Su garganta se cerró cuando Taeoh ahuecó la cara de Kyungsoo y lo besó en la mejilla. El niño sonrió antes de acariciar la mandíbula de Kyungsoo.

―Yo hambriento.

Agarró a su hijo y lo llevó abajo. Se detuvo en el último escalón cuando oyó el ruido procedente de la habitación a su derecha.

Voces profundas estaban tratando de hablar todas a la vez, platos chocaban juntos, y la risa en pleno auge flotaba a su camino. Podría haber ido al piso de arriba si no fuera por ese maravilloso aroma.

―Debes ser Kyungsoo.

Una mujer de unos cuarenta años, quizás, entró en la sala de estar, dándole a Kyungsoo una cálida sonrisa. ―Y éste debe ser Taeoh.

Kyungsoo no estaba seguro de qué decir. No tenía ni idea de quién era. Pero Taeoh le sonrió y se movió en los brazos de Kyungsoo. Antes de que él supiera lo que estaba pasando, ella cogió al niño de sus brazos y se alejó.

Él siguió caminando a la cocina donde cuatro hombres grandes estaban sentados,  desayunando.  Los  ojos  de  Kyungsoo  aterrizaron  en  Jongin  que estaba sentado en el otro extremo. La cocina era pintoresca, decorada con un patrón campestre de amarillos y blancos. La habitación tenía un tema de manzanas desde las cortinas a los tarros en el mostrador. La mesa era de madera, grande, y la comida extendida era tentadora.

―Toma  asiento.  ―Jongin  palmeó  la  silla  vacía  a  su  lado.  Para sorpresa de Kyungsoo, la mujer deslizó a Taeoh en una silla alta para bebés. Él no iba a decirle que su hijo era demasiado viejo para eso. Kyungsoo no quería que ella pensara que no estaba agradecido por toda la ayuda que Jongin le había dado. No estaba seguro de donde salió la maldita cosa, pero parecía nueva, como si la hubieran comprado sólo para Taeoh.

―Esta es mi mamá ―Jongin dijo mientras asentía hacia la mujer que había tomado a Taeoh de él. Era bajita, con brillantes ojos verde-miel. Su cabello era oscuro y caía alrededor de sus delgados hombros. La cálida sonrisa que ella le dio hizo a Kyungsoo hizo extrañar a su propia madre y la forma en que ella solía hacer que su hogar siempre oliera a que estaba horneando algo.

El pastelito del Vaquero - KAISOODonde viven las historias. Descúbrelo ahora