{Pérdida Abismal}

0 0 0
                                    


Aquel corcel oscuro relincha con gran ímpetu, se sitúa en sus dos patas posteriores al instante que el brazo del individuo desciende con ligereza. Todos los anónimos se escabullen sin más en dirección de aquel infernal bosque; en el intento por perseguirles, la dinastía es retenida por las numerosas anécdotas referente a sus interiores.

En el momento que todos clavan sus miradas para contemplar la ausencia de los bandidos; y, a su vez, el relincho del caballo, cuatro hombres de negro acceden por el área postrera del carruaje donde mantienen sus posiciones algunos cuantos guardias. Éstos desconocidos toman en imprevisto a los caballeros traspasándoles sus espadas en cuanto están aventajados.

— ¡No! — Exclama iracundo el monarca, espectador de aquel momento y quien sin dar valor a sus heridas se dirige a la escena.

Los asesinos de los guardias, antes que el monarca presencie su llegada, se encaraman a la carroza adueñándose del control total, desertando por la misma ruta en dirección de la frontera de Gloss. Los hombres del rey inician su intento por detenerlos interponiéndose en el camino, sin embargo, aunque hicieron sus mayores esfuerzos, no logran conseguirlo.

El rey cae de rodillas cerca en donde reposa uno de sus hombres mal heridos, un joven guardia que no cuenta con mucho tiempo de vida. El monarca toma su cabeza levemente a fin de que éste no se perturbara con la densa sangre que desprende por un costado de su boca.

— Lo siento, tío... —Demuestra su dolor con suave pronunciación y breves gestos— Todo fue una trampa... —Su voz se pausa a causa de la profunda herida— La rei...

— Héctor… ¡Héctor! ¡Vamos despierta¡ ¡Por favor!

Entre sollozos e impotencia el monarca desciende el joven cuerpo con profunda suavidad. Rápidamente toma la rienda de uno de los caballos cercanos, sube con brusquedad y sin meditarlo, va a toda prisa tras los bandidos quienes raptaron el carro, a su reina; y con ella, a su hijo.

— Rápido, tomen sus caballos y logren alcanzarme —Su orden fue tan simple que, sin vacilar, los soldados la obedecieron de inmediato.

— ¡Ya escucharon! ¡Rápido!

A gran prisa va el monarca sobre los escurridizos peñascos, usa su cuerpo para lograr dividir en dos las heladas brisas del vendaval que intimida con destruir todo a su paso. La sensación de furor que posee el rey le impide analizar la situación en la que se encuentra con respecto a la venidera tormenta. Finaliza el camino para aquel bosque; esos viscosos bejucos han quedado atrás, no obstante, las profundidades del precipicio aún no concluyen, se puede ver desde la distancia su continuación.

Con gran fuerza arrea, golpea con su pie y tira de la rienda causando que el animal se avive. No mucho después, percibe el vehículo allí tambaleándose por las rocas del peñasco, sus pupilas se dilatan y sus cejas se encogen al mismo tiempo que sus dientes rechinan.

Al llegar y al aproximarse lo suficiente, dos hombres a caballo que custodian el carruaje menguan el paso para contenerlo y así sacarlo del camino; es notoria la intención en contra del monarca, uno escurridizo dispara una saeta consiguiendo que el monarca sea obligado a disminuir la velocidad. Sin analizar el riesgo, quien es atacado paraliza su caballo de manera inmediata e imprevista, consiguiendo con esa maniobra enviarse por los aires hasta descender sobre uno de los dos sujetos. La lucha por obtener el control del caballo se manifiesta, alguno tendrá que caer.

El carro se distancia por segunda vez, sus ruedas golpean con fuerza las rocas, el eco de la colisión es opacado por las hojas que son empujadas debido a los intensos vientos.
Los dos hombres, con sus manos entrelazadas, hacen resistencia; el rey no teniendo más opción, cabecea al enemigo en dos oportunidades logrando derribar a su contrincante. Ahora el arco al igual que el caballo quedan a su disposición.

Reyes - La SagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora