3 (Kiran)

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No fueron los gritos provenientes de las calles mojadas lo que me despertaron, sino los de mi sueño. Era una mujer gritando desesperada que alguien la recordara. Era un sonido desgarrador, que provenía de los lugares más oscuros del alma. Era un aullido de socorro, una canción desesperada.

Sacudí la cabeza más para alejar ese sentimiento de desesperanza que para desperezarme. De repente noté movimiento a mi lado: ''mierda'', pensé. No me acordaba de quién era mi compañera; después de un par de copas en la taberna solo los espíritus sabían qué había pasado.

Me di la vuelta cuidadosamente para no despertar a mi huésped. Era una mujer de piel morena, como el color de las cortezas de los árboles, y un cabello rizado donde los haya y del color del carbón. Tenía la cara decorada con unos cuantos lunares: uno justo debajo del ojo, otro junto a los labios carnosos...''Es muy bella'', admití para mis adentros. Y me levanté haciendo el menor ruido posible.

Las mañanas en mi buhardilla tras las noches en la taberna eran horribles, pero podía haber sido peor si me hubiera levantado en una casa ajena, como me había pasado repetidas veces.

Con paso decidido me lavé, me vestí y salí de la buhardilla sin hacer el menor ruido, tal y como me habían enseñado mis maestros varios años atrás.

Cómo echaba de menos aquellos días en las montañas. Eran jornadas de entrenamientos duros y brutales, pero cuando el sol se ponía empezaba lo bueno: bebidas, música, jolgorios, mujeres...Eso sí que era vida.

Todavía bostezando bajé las escaleras del edificio deteriorado al que llamaba ''casa''. Supe que la señora Figgins estaba ya abajo antes incluso de verla, el olor del desayuno la delató. Era una mujer pequeña y bastante rechoncha, con pelo canoso y cara de pocos amigos. Sus mejillas estaban siempre sonrojadas por la proximidad de los fogones.

Cuando terminábamos las prácticas, los legionarios éramos destinados a diversos lugares: desde bosques, pasando por aldeas hasta los grandes palacios en los que se podían permitir escolta.

-Buenos días guapetón. -Me dijo cuando me vio bajando por las escaleras. Por muy mal genio que tuviera le tenía mucho aprecio y me las había arreglado para que ella me lo cogiera a mí también. -Te lo pasarías bien anoche, ¿no? Porque no me dejaste dormir hasta bien entrada la noche. ¿Quién es la afortunada esta vez?

-Hola Gis. -Así es como la llamábamos, aunque todos sabíamos que no le gustaba en absoluto. -Me vas a tener que ayudar con eso porque... - Dije bajando la voz. – No lo recuerdo.

-Vaya caballero que estás hecho, jovencito. ¡¿Cómo se te ocurre hacerle eso a una dama?! Serás sinvergüenza...Pues hoy te quedas sin desayuno, por no ser un galán. A ver si la próxima vez entiendes qué tipo de hombre debes ser para vivir bajo mi techo. -Se fue hacia la despensa soltándome reprimendas cuando escuché que alguien bajaba por las escaleras.

- ¿Qué le has hecho a Gis? Como no le salgan bien las tostadas que sepas que me invitas a una ronda hoy por la noche. – Me di la vuelta lentamente, ahora más relajado sabiendo que no se trataba de la mujer que seguía durmiendo en mi cama.

Miré directamente a esos increíbles ojos grises y solté una carcajada. Alan se me quedó mirando fijamente también. Era alto, más que yo, y era brutal. Las cicatrices que cruzaban su rostro eran como pinceladas que había ido obteniendo a lo largo de los años.

-Alan, ¿dónde está tu amiga? – No había sido el único con compañía, hubiera mentido si dijera que no había escuchado los gemidos de Alan. Maldito bastardo, le había dicho miles de veces que no hiciera ruido, que necesitaba descansar. – Muy intenso lo de ayer noche, o eso oí. – Le dije guiñándole un ojo.

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⏰ Última actualización: Nov 22, 2021 ⏰

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El suspiro del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora