4. Con prisas y a lo loco.

97 2 1
                                    

Treinta grados. ¿Cómo podía hacer tanto calor? Si hacía un momento estaba con la bufanda puesta en Argentina. Jaime resoplaba  a medida que la frente se le iba empapando de sudor. Junio en Madrid es todo lo contrario a junio en Argentina, calor, sol a todas horas, sudor... Además no es que esperando de pie en frente de la cinta, a que saliese su maleta, se estuviera demasiado cómodo. Al fin la vio aparecer detrás de un par de maletas de color azul que habían recogido una pareja de unos sesenta años que seguramente vendrían de turismo a la capital española.

Salió de aquella enorme sala por un par de puertas que se abrían y cerraban automáticamente a medida que iba pasando la gente. Tras esta, había un montón de gente detrás de una barandilla. Unos se abrazaban, otros sujetaban un cartel con un nombre escrito, los más pequeños corrían al ver como sus papas o mamas aparecían pero todos, intentaban asomarse cuando aquellas dos puertas se abrían. 

A Jaime no le esperaba nadie, se cargó su maleta al hombro y se dirigió a la parada de taxis parando al primero de la fila.

-Al treinta y nueve de la calle Oscar Romero por favor. - dijo Jaime cerrando la puerta del coche.

En la radio sonaba una canción de un grupo que había presentado el locutor como ''novedoso y con mucho futuro''. Bajo la ventanilla pues el calor ahí dentro era aún más insoportable que en la terminal y se puso a mirar por la ventana. Aun no podía creérselo. ¡España! ¡Iba a ser entrenador por fin!

-¿De vacaciones? - dijo el conductor intentando establecer una conversación con Jaime.

- No, de trabajo. Me acabo de mudar aquí a Madrid. - contestó Jaime.

Eso es bueno, mejor que sobre que no que falte. Yo cuando era joven también me mude aquí a Madrid por trabajo... - el taxista empezó a contarle su vida a Jaime quien oyéndole más que escuchándole se puso a mirar por la ventana. Se le abrieron los ojos como platos al pasar por el Vicente Calderón y cerró los ojos por un momento imaginándose en ese estadio hace diez años marcándole un gol al Atlético de Madrid. Cuando se dio cuenta, el taxista había frenado y se giró para cobrarle el paseo. 

- 19 euros con veinte. - le dijo con una sonrisa que a Jaime no le produjo tanta alegría.

Le dio las gracias y bajó del coche. Allí estaba. En Madrid, delante del que sería su estadio durante un tiempo. Aunque para él aquello era como la Bombonera de Boca Juniors, el estadio era viejo, con desconchones de pintura y más de un grafiti en las paredes. Entró en el llamado Estadio de la Mina o eso ponía con unas letras difíciles de percibir encima de la puerta. Aquella sala de espera era mucho más pequeña y antigua que cualquier otra que había pisado en Argentina.

Una recepcionista gorda y con unas gafas enormes se encontraba sentada trás un mostrador mirando un televisor acorde con la antigüedad de aquel sitio.

- Buenos días, me está esperando Rafael González, tenía una reunión con él ahora a las doce.

- ¿Quién es usted? -  le contestó la mujer con un tono de pocos amigos. 

Jaime Adezzo, venía por el puesto de entrenador. - le gustaba como sonaba aquello de entrenador y más aún ahora que se refería a él.

- Ah sí, por esa puerta. - y siguió mirando el televisor.

No le parecía muy simpática aquella mujer con la que iba a tener que encontrarse todos los días. Caminó hasta la puerta y llamo. Tres golpes. ''Adelante'' se escuchó desde dentro. Abrió la puerta y vio a un hombre calvo y bajito yendo de aquí para allá con unos papeles entre las manos y gritando a un teléfono que tenía sujeto entre el hombro y su cabeza. 

- Siéntate por favor, enseguida estoy contigo. - le dijo tapando el micrófono del teléfono al que siguió gritando durante algún minuto antes de colgar.

- Bueno Jaime encantado de conocerte. En el club estamos encantados de que hayas aceptado nuestra oferta y esperamos que hayamos acertado. Me ha dicho el presidente, esa persona que no aparece nunca por aquí, que te salude de su parte también. -  el hombre hablaba muy rápido, como si no le diese tiempo a decir todo lo que tenía que decirle. Ni si quiera le dejaba articular palabra a Jaime. 

El placer es mío y soy yo quien os tiene que agradecer que hayáis querido contar conmigo para el puesto, tengo muchas ganas ya de poder empezar - contestó Jaime muy amablemente con su suave acento argentino.

- Eso es estupendo. Toma, aquí tienes las llaves del piso, es del club y está aquí al lado, y en esta carpeta está toda la información del club, de tus jugadores y tu contrato, léelo y fírmalo cuando puedas y cuando lo hayas hecho se lo dejas a Gloria en recepción y ella ya me lo dará a mi. Perdona las prisas pero es que he quedado a comer con el presidente de la federación y llego tarde. ¿Tienes alguna duda? - añadió entregándole las llaves una carpeta repleta de papeles y más papeles.

Sólo una ¿Cuándo empiezan los entrenamientos?- pregunto Jaime algo asustado por la velocidad de aquel hombre tan pequeño.

- El veinte de Julio y la pretemporada el dos de agosto en este campo contra el Alcobendas. Lo siento pero me marcho ya Jaime lo dicho un placer. -  y se marchó detrás de Jaime. 

Vio cómo se marchaba en un seat ibiza negro y echó a andar en dirección a su casa, que descubrió tras cinco minutos andando. Entró en el portal y subió por las escaleras hacia el segundo. Iba por el primero cuando una chica que bajaba a toda velocidad por las escaleras se chocó con él. Era morena, de estatura media y con unos ojos verdes que llamaban la atención. Su pelo estaba recogido en una coleta y su cintura se dibujaba debajo de unos vaqueros cortos. Se paró delante de Jaime y durante un minuto se cruzaron sus miradas.

- Lo siento ¿estás bien? - se arrancó Jaime a hablar.

 Si perdona ha sido culpa mía. Hasta luego.

Y se marchó escaleras abajo tan deprisa como bajaba cuando chocó con Jaime. Este siguió subiendo hasta su casa, abrió la puerta y entró. Era muy pequeño. Una cocina enana al lado de un salón con un sofá una televisión y una mesa blanca con cuatro sillas, separados por un tabique, una habitación de no más de siete metros cuadrados y un baño al final del pasillo con un plato de ducha un retrete y un pequeño lavabo. También había al otro lado del pasillo un armario no muy grande que se debía usar como trastero y despensa al mismo tiempo.

Dejó la maleta en el suelo a continuación de la cama y tumbándose en ella con la mirada perdida en el techo de aquella habitación, no pudo evitar soltar una sonrisa.

Lo siento, no es lo que buscamos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora