1

752 69 57
                                    


Hay tantas cosas ridículas que pasan en la vida, tantas que son consideradas mala suerte. Volviendo a su tormentosa realidad y de muy mala suerte, las manos le sudan, el arma se le resbala y las municiones se le caen cuando tiembla. Parecía un novato que aprendía a cargar el arma.

No encuentra a ninguno de sus amigos o compañeros mientras recorre las trincheras hacia el bosque. Sus ojos buscan con desesperación a los vigilantes de esa tarde, solo para verlos tirados uno encima de otro sin vida. Cierra sus ojos tratando de olvidar la imagen espantosa que sus ojos acaban de ver, esto era un infierno.

Corre en dirección hacia el bosque, una vía de escape que memorizó más que bien durante la noche anterior en lugar de dormir. Se preguntó si sus amigos estarían cerca. Era su culpa quedarse dormido después de todo, ahora se encontraba en una mala situación.

Con la nube de humo impidiéndole ver con claridad, resbala con algo viscoso y maloliente, algo que reconoce por su color, sangre. Sangre que salía sin control de la cabeza de uno de sus compañeros, uno de los recién llegados en la mañana y mucho más jóvenes que él. Los niños no debían venir a la guerra.

– Que Dios te acompañe en la muerte – una lágrima cae cuando toma lo osadía de cerrar los ojos de su compañero.

Se mueve con rapidez sin importarle los constantes balazos que son dirigidos al aire con intención de matarlo, rogando que ninguno le diera o, en caso de hacerlo, no en un punto vital.

Cuando cruza el límite de ese bosque, se esconde cuando escucha pisadas que no puede reconocer. Se aleja sigilosamente y corre hacia el río donde suele bañarse, ese que está a unos minutos desde donde estaban ubicados. Después emprenderá su viaje de 5 días hacia la base. Eso planeaba, pero un sonido en seco llamó su atención. Sacó su navaja para defenderse del posible atacante y eso nunca ocurrió porque la persona estaba en el suelo con el brazo herido.

– Hey – no hay respuesta.

Con el pie da algunos golpes y logra darle vuelta, lo observa detalladamente y su corazón da un vuelco. Es un hombre de piel ligeramente bronceada y cabello cenizo manchado con lodo, tiene un rostro agraciado aun cuando su ceño está fruncido.

– Está herido, pero no puedo llevarlo conmigo en ese estado. Me tomará más tiempo y no parece que va a vivir – decide dejarlo.

Escucha un quejido de aquel cenizo, sabe que lucha por su vida y esa herida en el brazo bien puede ser curada a tiempo. Lo mira por última vez y su corazón noble no deja de latir ante ka desesperación.

– Me voy a arrepentir de esto – pasa su manso sobre su cabello con frustración.

Hace un torniquete en el brazo izquierdo, lo suficiente como para lavarlo bien en el río y esperar a que despierte. Eso tomaría lo que resta del día, tiempo que iba a aprovechar para irse de aquel disparate.

Lo carga en su espalda con sutileza, camina con cuidado de no resbalar, pero pesa y se tambalea un poco. Era cargar con el doble de su peso y ya no podía renunciar porque ya no había vuelta atrás.

Lo que tomaría unos 15 minutos caminar al río, ahora le tomo 49 ya que descansaba en algunos momentos. Sudoroso y con cansancio, tenía bien merecido el descanso que se iba a dar.

Al extraño sujeto lo puso cerca de una roca para que se recostase en ella. Mientras él fue a lavar su cara de cualquier suciedad, sus manos y brazos. Fue buena idea tener consigo ese pequeño estuche de tela que su amigo Iida le dio como botiquín. Demasiada buena suerte o pura casualidad.

Observa el brazo del herido para caer en cuenta que fue de bala, una bala perdida que perforó su piel y al parecer no tocó el hueso. Limpió cada rastro de sangre seca con agua y estaba listo para hacer lo más difícil, sacar la bala.

En la guerra, el amor no cuenta | KatsudekuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora